TORONTO, 26 julio 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II, rejuvenecido por el cariño de 400 mil jóvenes, presentó la palabra de Jesús como esperanza en un mundo marcado por la violencia y la injusticia, en su primera intervención en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ).
«El Papa anciano, con muchos años, pero aún joven de corazón», como él mismo se definió, volvió a conquistar el corazón de estos chicos y chicas procedentes de 169 países: «¡Responded al Señor con corazones fuertes y generosos! –les dijo– Él cuenta con vosotros. Nunca lo olvidéis: ¡Cristo os necesita para llevar a cabo su plan de salvación!».
« JP two, we love you !»; «¡Juan Pablo, segundo, te quiere todo el mundo!», fue la respuesta de los «papaboys» –como se conoce tradicionalmente a los participantes en estos encuentros– reunidos en el Parque de las Exposiciones a orillas del Lago Ontario.
El obispo de Roma, que parecía transformado, en especial si se recuerdan las dificultades que experimentó en su último viaje a Azerbaiyán y Bulgaria de mayo, subió al escenario por su propio pie, apoyándose en un bastón.
Improvisando en perfecto español –«El Papa os quiere»– abrió un discurso pronunciado en inglés y francés con una voz particularmente clara que arrancó continuamente aplausos y gritos entusiastas del auditorio.
Mientras el Pontífice accedía al escenario, dos jóvenes de cada país ataviados con los trajes típicos desfilaron por la plataforma portando sus banderas. Los presentadores recorrieron uno a uno los 169 países representados, dando así, como diría después el Papa una singular vuelta al mundo.
Los «Spirit Movers», un grupo de la comunidad del Arca, interpretó «On that Holy Mountain»: personas discapacitadas y sus acompañantes bailaron con pañuelos ante la mirada conmovida del Papa.
Tras el saludo de bienvenida del obispo Jacques Berthelet, presidente de la Conferencia Episcopal de Canadá, el mismo pontífice confesó: «He estado esperando impacientemente este encuentro».
Luego se escucharon testimonios y las canciones de jóvenes de diferentes países. Fue entonces cuando el pontífice pronunció su discurso, preparado con cuidado desde hace meses, en el que presentó a los jóvenes el camino de la felicidad: las Bienaventuranzas.
«El hombre ha sido creado para la felicidad –constató–. Vuestra sed de felicidad, por tanto, es legítima. Cristo tiene la respuesta a vuestro deseo. Pero él os pide que confiéis en él. La verdadera alegría es una victoria, algo que no puede obtenerse sin una larga y difícil lucha. Cristo tiene el secreto de la victoria».
El Papa se detuvo. Apareció en procesión a hombros de jóvenes la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud que recorre el mundo desde 1984. Los jóvenes peregrinos cantaban en inglés «Amor clavado en la cruz por mí».
Esa misma Cruz ha recorrido en los últimos hospitales, cárceles, iglesias y calles de Canadá, hasta llegar incluso a la Zona Cero en la que surgían las Torres Gemelas de Nueva York.
Precisamente, al retomar el Santo Padre su discurso, sus palabras conmovieron a los jóvenes, en especial a los 55 mil jóvenes estadounidenses que le escuchaban, al recordar el 11 de septiembre.
«El año pasado, vimos con una claridad dramática el rostro trágico de la malicia humana. Vimos lo que sucede cuando el odio, el pecado y la muerte toman control», recordó.
«Pero hoy, la voz de Jesús resuena en medio de nosotros –añadió–. Su voz es una voz de vida, de esperanza, de perdón; una voz de justicia y de paz. ¡Escuchémosla!».
Tras el encuentro, el rejuvenecido Papa regresó a la Isla de Strawberry, en el lago Simcoe, donde está pasando unos días de descanso. Al hablar con sus colaboradores más cercanos, confesó las ganas que siente de volver a encontrarse con estos chicos y chicas en la vigilia del próximo sábado.