CIUDAD DEL VATICANO, 10 septiembre 2002 (ZENIT.org).- El hombre de Juan Pablo II para la Cultura, el cardenal francés Paul Poupard, considera que la mejor manera de vivir el 11 de septiembre es haciendo un examen de conciencia sobre los elementos ligados a la tragedia.
El presidente del Consejo Pontificio para la Cultura en declaraciones a los micrófonos de Radio Vaticano, asegura que es necesario preguntarse: «¿cuál es la identidad de la así llamada «civilización occidental»? ¿Cuáles son sus valores principales? ¿Cuál es el papel efectivo del cristianismo en esta cultura? ¿Cuál es el papel de la religión en la sociedad?».
El purpurado plantea, después, una segunda serie de interrogantes: «cuál es hoy la relación real entre el Islam y el cristianismo? ¿Cómo es posible superar los falsos estereotipos de la así llamada civilización cristiana de Occidente y los lazos entre Islam y terrorismo».
En este año, añade el cardenal, el Papa «no ha dejado de ayudar a la opinión pública a entender que el terrorismo no es la expresión de la religión, sino su aberración».
Ahora bien, añade, esto mismo sucede con Occidente. «Muchos de los así llamados «valores» de la civilización occidental actual no son ni mucho menos valores, sino «anti-valores» que no tienen nada de cristianos, sino más bien son el rechazo y la negación de los mismos».
Como ejemplos cita «la destrucción de la familia, la exaltación de la homosexualidad, la difusión de la pornografía, la inmoralidad creciente, el aborto, la violencia gratuita, la exclusión de Dios en la edificación de la sociedad».
«Todos estos fenómenos suscitan en otras civilizaciones desprecio y odio por la sociedad decadente de Occidente», constata.
El cardenal concluye planteando la cuestión de fondo: «después de haber hablado de globalización del terrorismo, hoy parece que se querría globalizar la guerra, o al menos se logra globalizar el odio, y no la civilización del amor».
Esta última debería ser la conclusión a la que debería conducir el examen de conciencia realizado en Occidente.
«El enorme poder mediático simbólico de la caída de las Torres Gemelas, repetida todos los días, produce efectos desgarradores y catastróficos –concluye–. Es urgente presentar otras imágenes para salir de la espiral de odio y de violencia».