NUEVA YORK, 5 octubre 2002 (ZENIT.org).- Una nueva ola de escándalos ha golpeado al mundo de los negocios. Tras los engaños contables de inicios de año, las últimas revelaciones tienen que ver con las lujosas vidas de los ejecutivos.
El director ejecutivo de Tyco International Ltd., Dennis Kozlowski, procesado por evadir un millón de dólares en impuestos por compras de arte, ha dado ahora marcha atrás en su idea de comprar un yate de 150 pies de eslora. El barco de 17,8 millones de dólares habría sido el barco de vela con casco de aluminio más grande construido en los Estados Unidos, informaba el Wall Street Journal el 23 de septiembre.
El pasado febrero, el antiguo jefe de Enron, Kenneth Lay, encontró a duras penas un comprador dispuesto a pagar 10 millones de dólares por su “cabaña” de Aspen, pero todavía no ha logrado vender las otras dos casas más grandes que tiene en Colorado. Mientras tanto, el antiguo ejecutivo jefe de Enron, Bernard J. Ebbers, ha vendido por 10 millones de dólares su yate de 132 pies de eslora.
Kozlowski ya había suscitado sospechas sobre la manera en que había cargado a Tyco su fastuosa forma de vida. Como observaba el Wall Street Journal el 18 de septiembre, no es fácil gastar 15.000 dólares en un paragüero, a expensas de la empresa, pero Kozlowski encontró la forma de hacerlo.
Ese paragüero adornaba el pasillo de su apartamento de 18 millones de dólares de la Quinta Avenida de Nueva York, que obviamente también pagaba la empresa. También compró a cuenta de la compañía una caja de costura de 6.300 dólares, un “neceser de viaje” de 17.100 dólares, una papelera de 2.200 dólares, 2.900 dólares en perchas, dos juegos de sábanas de 5.960 dólares, un cuaderno de 1.650 dólares y una almohadilla para alfileres de 445 dólares.
Otro de los que levantaron sospechas fue Jack Welch, antiguo ejecutivo jefe de General Electric. Tras las revelaciones de que los beneficios que había alcanzado le habían costado a la compañía de 2 a 2,5 millones de dólares al año, el portavoz de General Electric, Gary Sheffer, dijo que Welch reembolsaría a la empresa el valor de cualquier servicio o prestación de la que se haya servido desde su retiro, informaba Associated Press el 17 de septiembre.
En el debate sobre el caso Welch, Edwin Locke del liberal Ayn Rand Institute defendía que, dado que el ex alto ejecutivo había aumentado el valor accionarial de la empresa en más de 400.000 millones de dólares en las dos últimas décadas, estaba más que justificada una retribución de este tipo para su jubilación. En el Christian Science Monitor del 23 de septiembre, Locke escribía que el dinero que Welch había conseguido para sí mismo y para General Electric había sido ganado honestamente.
Pero como observaba el Business Week el 23 de septiembre, a pesar de que bajo la presidencia de Welch la empresa alcanzó resultados excepcionales, “él era el primero a la hora de cobrar, retirándose con 880 millones de dólares en acciones de General Electric”.
¿Son suficientes las leyes?
Edwin Locke sostenía que: “La única base moral apropiada para el capitalismo es: el derecho del hombre a existir para su propia felicidad… El hombre tiene derecho a su propia vida, que incluye el derecho a negociar libremente con los demás sin interferencias gubernamentales (con la excepción de prevenir el fraude)”.
El Washington Post, en su editorial del 10 de julio, comentaba el discurso del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en Wall Street, en el que mantenía que: “No hay capitalismo sin conciencia; no hay riqueza sin carácter”.
“A nadie ofende esta retórica”, decía el editorial, “pero es ingenuo suponer que los negocios pueden regularse por algún tipo de código de honor nacional… Es difícil definir un consenso moral, dejando a cada uno la obligación de cumplirlo. Y esto es especialmente cierto en los negocios”.
El editorial del Post añadía: “Hay un objetivo capaz de poner de acuerdo a las compañías: hacer dinero”. Concluía pidiendo la aprobación de leyes más estrictas sobre las prácticas de las compañías.
Pero esto no es suficiente, defendía Michael Prowse en el Financial Times del 13 de julio. Calificaba de “un punto de vista panglosiano”, la noción de que todo se puede fijar por “una reforma de las reglas que regulan el comportamiento de las corporaciones empresariales y sus gestores”.
“El problema subyacente”, defendía Prowse, “es que estamos viviendo en tiempos que podríamos calificar adecuadamente de ‘post-éticos’”. Las personas ahora son “emotivas”, relativizan los juicios morales y “obedecen a la ley, ayudan a los demás y respetan las costumbres sólo si calculan que esto les permitirá sacar, de alguna manera, un beneficio personal”.
La economía de mercado es especialmente susceptible a esta forma de actuar, puesto que es “una arena en que la actuación individual se guía no por valores éticos, sino por preferencias personales”, decía Prowse. Los intentos de remediar la actual situación “con unos cuantos arreglos fallarán”, advertía. “El problema de fondo es una pérdida de creencias en los principios éticos objetivos. Y el dominio creciente de los mercados ha contribuido a este colapso moral”.
Esta opinión fue secundada por William Bennett, antiguo secretario de Educación norteamericano, escribiendo en el Chicago Tribune el 28 de julio. El capitalismo, indicaba, “es un sistema económico que requiere virtudes y carácter que no se desarrollan, por sí solos, en los capitalistas”.
La mentalidad de que “la avaricia es buena” ha penetrado en las escuelas de negocios, defendía Bennett. Para remediar esto, “el capitalismo necesita capitalistas con moral y raíces éticas”.
Una actitud que “asume que la delicadeza moral debería dejarse a la puerta de la empresa, no ha sido algo inusual en los círculos de negocios anglo-americanos durante los años noventa”, defendía John Plender en el Financial Times del 18 de septiembre.
En cuanto a los sueldos de los ejecutivos, Plender observaba que Bill McDonough, presidente de la Reserva Federal de Nueva York, había pedido recientemente a los líderes financieros que “hicieran un juicio moral sobre lo que constituye ‘un nivel más que razonable y justificable’ de pagos a la mesa directiva”.
Una situación donde el porcentaje de ganancias de los altos ejecutivos es 400 veces superior al porcentaje de los trabajadores –esta relación era 42 veces superior hace dos décadas–, es una “mala y terrible política social”, afirmaba McDonough.
Para que los negocios se vuelvan más morales, es necesario que el compromiso de todos los integrantes de la sociedad, la familia, las escuelas, las iglesias, y los cursos de negocios, defendía Plender. “Tras un periodo de abandono, la moralidad en los negocios ha caído”, indicaba.
La confirmación de que las escuelas de negocios están ahora tomándose más en serio la ética ha sido expuesta por Richard Schmalensee, decano de la Sloan School of Management en el Massachussetts Institute of Technology. Escribiendo el 30 de agosto en el Boston Post, Schmalensee explicaba que los estudiantes que lleguen este curso a Sloan recibirán “nuevos cursos de ética, además de la lista de clases obligatorias”.
“Es importante que los estudiantes entiendan el valor económico de una cultura corporativa que valora la integridad”, establecía. Con respecto a los resultados esperados, Schmalensee decía: “No esperamos que todos sean santos, pero queremos que la gente crezca para responder a situaciones donde los principios requieren coraje moral, incluso cuando conlleva costes”.
Juan Pablo II explicaba en su encíclica «Centesimus Annus» (No. 35): “La finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sin
o más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera”. Además de los beneficios, que el Papa reconoce que son un “un elemento regulador de la vida de la empresa, pero no el único; junto con ellos hay que considerar otros factores humanos y morales que, a largo plazo, son por lo menos igualmente esenciales para la vida de la empresa».
No sólo se necesita un “sólido contexto jurídico” (No. 42) para el capitalismo, añadía el Papa, sino también debe animarse por un centro “ético y religioso”. Parece que cada vez más capitalistas quieren prestar atención a esta clase de consejos.