ROMA, 14 octubre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha pedido en este mes de octubre rezar el Rosario por la paz en el mundo y ha anunciado que pronto publicará un documento para subrayar la importancia de esta práctica espiritual.
Para comprender mejor la importancia que tiene el Rosario en la vida cristiana, Zenit ha entrevistado a uno de los mayores expertos en la materia, el teólogo dominico Ennio Staid.
–El Rosario, ¿una práctica religiosa ya superada?
–Padre Staid: El Rosario no es una oración de iniciación cristiana, sino el punto de llegada, tras un largo camino de fe. Mi abuela no sabía leer ni escribir, pero habría sido más eficaz que yo hablando sobre el Rosario. Su amor a la corona de María era tan grande que convencía a los inquilinos de nuestro edificio para que rezaran el Salterio de María. El Rosario no se aprecia en su justa medida, si no se vive.
–¿Por qué?
–Padre Staid: Para conocer la «historia encarnada de esta devoción es necesario entrar de puntillas en muchas casas, en muchos hospitales, en muchas cabañas, desde la Edad Media hasta nuestros días, en los que ha resonado el Avemaría, como la primera vez que lo pronunció el ángel en Nazaret o como cuando se escuchó el saludo de Isabel a María en Ain Karen, en la casa de Zacarías («Bendita tú eres, entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre»). Casas, cabañas, hospitales, campos… en los que el Rosario unía el cielo con los pobres, con los sencillos, con los enfermos, con los enamorados de la fe traída por Jesucristo.
–Pero, en un mundo marcado por la secularización, esto parecería ya superado…
–Padre Staid: Por este motivo es todavía más necesario redescubrir el Rosario. Pero esto sólo se logrará cuando los hombres –en especial los sacerdotes, los religiosos, los obispos, no sólo el Papa– sean humildes y dejen espacio en su día para la oración. En nuestra época, en la que todo el mundo va corriendo, es difícil rezar. Además, muchos educadores en la fe tienen miedo del «devocionismo», en el que encierran esta magnífica devoción. Mi maestro, el gran teólogo Enrico Rossetti O.P, decía «un cristianismo sin devoción no ha sido avalado todavía por la experiencia de ningún santo, ni por la enseñanza autorizada de la Iglesia». Donde se ha tratado de aplicar, este cristianismo desacralizado, impopular, inhumano, sin corazón, sólo ha traído desastres para la fe. Lo he podido comprobar en algunas zonas de Brasil, donde el pueblo privado de auténticas devociones se ha dado a la magia.
–¿No es mejor trabajar media hora por un necesitado que recitar durante media hora el Avemaría?
–Padre Staid: Esta objeción es una muestra de la realidad psicológica en que tenemos que movernos. Demuestra que la explicación de la oración en general, y del Rosario en particular, debe ser renovada. Para ello, nosotros, los sacerdotes, debemos ser los primeros en tener las ideas claras sobre el valor intrínseco de la misma. Un médico no es bueno porque va simplemente dictando conferencias por las Universidades; alcanza nuestro aprecio cuando lo vemos ejercer de manera excelente la medicina, cuando cura enfermos. Una explicación de la oración es válida en la medida en que quien la realiza vive su oración. No habrá oración si antes no hay fe; y la fe no echa raíces allí donde el terreno no es adaptado.
–Entonces, ¿por qué debe rezar la gente el Rosario?
–Padre Staid: Porque lo dice Jesús: «Rezad siempre, sin descanso». Hoy es más importante que nunca rezar para evitar que el cristianismo se reduzca a un simple esoterismo, a simple acción, en el que la caridad evangélica se convierte en pura filantropía.
El Rosario es un camino fácil y sencillo para volver a descubrir la oración que alimenta la fe, pues nos ofrece la posibilidad de contemplar toda la historia de la salvación. Refleja la primitiva predicación de la fe. Es la contemplación del misterio de Cristo –esencial y en un clima de oración– junto a María. El cardenal John Henry Newman definió el Rosario como «Un credo hecho oración». El Rosario nos lleva a comparar nuestra vida con llamada de Dios al amor. De este modo, se integra plenamente en nuestra vida, dando un sentido trascendente a nuestras acciones. Al rezar el Rosario, tomamos a María de la mano, con confianza, para que nos conduzca hacia Jesús. A ella, la primera entre los creyentes, le pedimos que nos haga vivir lo que ella vivió, es decir, la experiencia de la presencia de Cristo e nosotros y entre nosotros.