NUEVA YORK, 19 octubre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el artículo redactado por Richard John Neuhaus, pastor luterano convertido al catolicismo y ordenado sacerdote en el seno de la Iglesia católica, editor de la revista estadounidense First Things y autor del libro recién publicado “The Naked Public Square: Religion and Democracy in America”.
¿Democracia contra Religión?
Todos hemos oído decir que la guerra contra el terrorismo pone a la democracia liberal frente al fanatismo religioso. Hay algo de verdad en ello. Otros dicen que el conflicto está entre una comprensión laica de la sociedad y una sociedad definida por una moralidad basada en la religión. Pienso que esto es tan falso como peligroso. Es falso porque ignora la manera en que se fraguó la democracia liberal, históricamente. Es peligroso porque pone a la democracia liberal en contra de un mundo que es, de hecho, mayoritariamente religioso y lo es cada vez más.
El gran acontecimiento del momento en el planeta Tierra es la «des-secularización» de la historia mundial. No se pensaba que los cosas ocurrirían de este modo. Desde el nacimiento de la modernidad y hasta hace muy poco tiempo, la mayoría de los intelectuales han asumido que hay una relación necesaria entre modernidad y secularización. Cuando la gente se vuelva más moderna, más educada, más lúcida, la religión o desaparece o queda relegada a la esfera de la vida puramente privada.
En esta forma de contar la historia, la religión se convierte, en palabras del filósofo William James, “en lo que un hombre hace con su soledad”. Ya no es un factor público que “interfiere” con la forma en que ordenamos nuestra vida a través de la cultura, las leyes y la política. Esta forma de contar la historia domina nuestros libros de texto desde el bachillerato hasta los títulos de posgrado.
Hasta hace poco tiempo, los sociólogos de la religión se hallaban desconcertados por lo que ellos llamaban “la excepción estadounidense”. Los Estados Unidos son la nación más moderna del mundo pero, con todo, es también profundamente religiosa. Viola la regla de que la modernidad –y la expresión política de la modernidad en la democracia liberal– va de la mano con la secularización.
Algunos de esos mismos sociólogos han decidido ahora que la norma era errónea. Por ejemplo, Peter Berger de la Universidad de Boston habla ahora de la “excepción” de Europa Occidental, porque Europa Occidental (y los intelectuales norteamericanos toman su orientación de Europa) se presenta como la expresión secular en un mundo cada vez más religioso.
El 11 de septiembre nos volvimos a enterar de que hay más de mil millones de musulmanes en el mundo que, en ocasiones con un celo suicida, rechazan lo que ellos ven como el secularismo de Occidente. Dándoles a escoger entre el Islam y la modernidad democrática, ellos escogerán el Islam. Si la elección es entre religión y democracia liberal, la guerra contra el terrorismo continuará y continuará sin que se vea su fin.
El mismo fenómeno se evidencia en la India con las nuevas formas politizadas de hinduismo. Pero el fenómeno más olvidado en estos análisis globales es la explosión del cristianismo, especialmente en Latinoamérica, África y Asia. Esto ha sido descrito con claridad por Philip Jenkins en su nuevo libro “The Next Christendom”.
La mayoría de nosotros pensamos que el cristianismo es una importación europea, pero el movimiento cristiano, que crece rápidamente, que tiene ahora 2.500 millones de seguidores, está principalmente extendido en el hemisferio sur. En unos pocos años, tres cuartas partes de los cristianos en el mundo serán “gente de color”. No son más propensos que los musulmanes a abrazar la democracia liberal aunque tenga como precio aceptar el secularismo. Repentinamente, Europa Occidental parece como una isla de secularismo en un mar de religión global. La «des-secularización» de la historia mundial es un aspecto de la globalización, descuidado generalmente en los debates actuales.
La gran cuestión es si la modernidad y la democracia liberal se pueden alcanzar de una manera compatible con una fe religiosa vibrante. A esta pregunta se puede responder recordando cómo se alcanzaron –y es un hecho histórico– estos logros.
Aunque la modernidad y la democracia encontraron a veces resistencia eclesiástica, generalmente se inspiraron en convicciones religiosas. Desde la Magna Carta en 1215, a través de la revolución de Cromwell, hasta la Declaración de Independencia de Estados Unidos y su llamamiento a “la Naturaleza y al Dios de la Naturaleza”, los campeones de la libertad han invocado la verdad trascendente como justificación de sus causas.
El reciente libro de Michael Novak, “On Two Wings”, documenta las profundas convicciones religiosas que conformaron el pensamiento de los fundadores estadounidenses al lanzar el experimento de democracia liberal más influyente y más antiguo del mundo. Es una corriente de pensamiento que durante mucho tiempo ha sido omitida de los relatos de historia de la democracia en nuestros desconcertantes libros de texto.
Si se narra la historia de manera más exacta, se puede ver cómo la religión no es el enemigo sino el fundamento de la modernidad y la libertad. Un ejemplo: probablemente la argumentación contemporánea más comprensiva de lo que es una sociedad democrática, libre y justa es la encíclica de 1991 de Juan Pablo II «Centesimus Annus» (“Cien años”, que marcan el centenario de la doctrina social católica moderna).
¿Puede producir el Islam una argumentación religiosa comparable en apoyo de la modernidad y la democracia? No sabemos la respuesta. Debemos esperar y rezar para que pueda y quiera. Pero sí podemos saber algo con certeza: si es verdad, como alguno dice todavía que la democracia liberal es inseparable del secularismo, la democracia liberal tiene un futuro muy oscuro en un mundo donde resurge la religión.