CIUDAD DEL VATICANO, 20 octubre 2002 (ZENIT.org–Fides).- Publicamos a continuación el comentario a la Intención Misionera indicada por Juan Pablo II para el mes de octubre de 2002, redactado por Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares.
«Para que los misioneros, los sacerdotes, los religiosos y los laicos sepan anunciar con valor el amor de Cristo por los pobres».
El amor está en el corazón del mensaje evangélico. Cristo dio testimonio durante toda su vida con las palabras y con las obras. Es un amor de dimensión universal, que propone como ley de vida a todos los que quieren seguirlo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,18; cf. Mt 22,39).
Amar al prójimo, a todo prójimo, a cualquiera que se encuentra en el camino de la vida. «Si amáis a aquellos que os aman –son palabras suyas– ¿qué mérito tenéis? (…) y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?» (Mt 5, 46-47)
Este es el amor típicamente cristiano: un amor que no hace ninguna distinción, como el del Padre celeste que «hace salir el sol sobre los malvados y sobre los buenos, y hace llover sobre los justos y sobre los injustos».
Pero, sin duda, Jesús en su amor hacia todos, mostró una especial predilección por los pobres; estuvo cercano a quien sufría de cualquier modo, curó enfermos, dio de comer a multitud de indigentes; hizo propia toda situación de dolor (cf Mt 11, 4-5). A los pobres anunció su alegre mensaje (cf. Lc 4, 18) y prometió su reino: «Dichosos vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,20; cf. Jn 2,5).
Por tanto es particularmente oportuno llamar la atención sobre el lugar que los pobres tuvieron en la vida de Jesús. Es algo maravilloso subrayar que los pobres fueron los primeros destinatarios de su amor; que, en la medida en la que amemos a los necesitados, también nosotros podremos ser salvados y así tomar parte en la gloria del reino de los cielos, como Él mismo promete, hablando del juicio final (cf. Mt 25, 31-40).
Anunciar el amor de Cristo por los pobres. Pero para que este anuncio pueda ser verdaderamente eficaz, es necesario que cada cristiano se haga a su vez pobre.
Esta es la gran llamada, actual y oportuna, del Santo Padre que, ofreciendo a la Iglesia del tercer milenio la «Nueva Evangelización», exhorta a todos los cristianos a evangelizarse a sí mismos antes que a los demás: «porque sólo un hombre transformado por la ley de amor de Cristo, puede realizar una verdadera «metànoia» (conversión) de los corazones y de la mente de otros hombres, del ambiente, de la nación o del mundo» (Juan Pablo II a los peregrinos de la diócesis de Torum, 19 de febrero de 1998).
En nuestro tiempo la Iglesia, a través de bastantes Conferencias Episcopales, en varios continentes (cf Ecclesia in Asia, 34; Ecclesia in Oceania, 35; Ecclesia in America 18-58), ha expresado varias veces la opción por los pobres. Un modo este para repetir en sí misma a Jesús, para manifestarlo más genuinamente, para ser más visiblemente su Cuerpo.
Es el camino que, también cada cristiano está llamado a recorrer: no sólo los misioneros, los sacerdotes y los religiosos, sino también los laicos son invitados hoy por el Santo Padre a comprometerse en la «Nueva Evangelización» (Novo Millennio Ineunte, 40), a anunciar con valor el amor de Cristo por los pobres.
Así serviremos de ejemplo y de estímulo al mundo, – tan lacerado por todo tipo de violencia y de discriminación- para que se realice entre países ricos y pobres, una más equitativa distribución de los bienes, como presupuesto de justicia y de paz.
Por Chiara Lubich