MADRID, 24 octubre 2002 (ZENIT.org).- Existe una forma de hacer televisión que explota el morbo, la violencia y el sensacionalismo para atraer audiencia: la «telebasura». Preocupados por esta realidad en alza en España, obispos y responsables de medios de comunicación eclesiales advierten de un fenómeno que no dudan en calificar de «atentado a la dignidad humana».
¿Qué es «televisión basura»?
Un medio que «pervierte la sensibilidad moral de las personas, particularmente de los más jóvenes y de los más vulnerables. Lograr el éxito comercial con productos de este tipo es indecente y daña a los individuos y a la sociedad». Así se explicó el arzobispo de Valencia, monseñor Agustín García-Gasco, en su carta de esta semana al referirse a la «televisión basura».
«Comunicar bien es comunicar la verdad del ser humano (…), es unir a las personas, no aislarlas ni explotarlas», sin embargo, cuando la comunicación se aleja de sus fines margina, destruye, denigra, engaña y genera hostilidades; atenta contra el bien de la persona, insistió monseñor García-Gasco.
Presentar «lo que es soez y degradante con un aspecto atractivo» e ignorar y ridiculizar lo que eleva y ennoblece, representa otra utilización ilegítima de los medios, observó el prelado.
Con frecuencia – constató –, algunos medios utilizan la bajeza del ser humano para convocar «la audiencia de lo morboso», en formas ofensivas de violencia, pornografía, o en intromisiones inaceptables en la intimidad de las personas y de sus relaciones familiares, o sentimentales.
Entre los programas de gran difusión de la oferta televisiva española menos recomendables se encuentran esa «una retahíla de pseudo-debates en los que lo último que se busca es el diálogo. Se busca el enfrentamiento, la extravagancia, el morbo», explica Manuel Bru, delegado diocesano de Medios de Comunicación Social del arzobispado de Madrid, según recoge el Diario LA RAZÓN junto a las opiniones de otros miembros de la Iglesia.
Hay que añadir aquellos programas en los que se exponen personas encerradas como animales y aquellos que de alguna forma u otra siguen sus mismas pautas –comenta Juan Pedro Ortuño, director de la cadena TMT del arzobispado de Madrid –, sin olvidar aquellos dibujos animados emitidos en horario infantil que atentan claramente contra los valores humanos.
Para Juan Díaz-Bernardo, director del canal diocesano de televisión de Toledo, «no es necesario dar nombres porque están en la mente de todos, pero visto el problema desde una perspectiva más amplia, yo incluiría también algún programa, considerado «políticamente correcto», que se ha convertido en un auténtico negocio y que tiene también unos perfiles ideológicos muy claros…».
La «telebasura» «degrada la condición humana», dice Ortuño, «influye, insensiblemente, pero de manera implacable en la degeneración moral de nuestra sociedad», según monseñor José Gea Escolano, obispo de Mondoñedo-Ferrol, y gracias a los mecanismos del sistema audiovisual «disminuye o anula» la capacidad de decisión del espectador, en opinión de Díaz-Bernardo.
Una televisión de este tipo influye muy negativamente y con daño creciente en los sectores psicológica y espiritualmente más indefensos de la comunidad humana –niños, adolescentes y jóvenes– y en las personas de toda edad y condición que carecen de capacidad crítica y de formación, explica monseñor Antonio Montero, arzobispo de Mérida-Badajoz y durante muchos años responsable de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social.
Causas del fenómeno
Tanto directivos de televisión como consumidores están metidos en un mundo hedonista, así que «es fácil dejarse llevar por los propios intereses y apetencias», constata monseñor Gea.
La «televisión basura» refleja también la sociedad actual, el hombre «light» o insustancial que cada vez carece de más valores, adquiere menos compromisos y busca satisfacciones inmediatas y efímeras, subraya Juan Pedro Ortuño.
«Se trata de pasárselo bien, de olvidarse de los problemas, de evadirse de las preguntas fundamentales de la vida, de llenar el tiempo con lo que sea, excepto con reflexión y silencio», explica el obispo auxiliar de Barcelona, monseñor Josep Angel Sáiz.
«Ciertamente –añade monseñor Sáiz– puede haber interés en anestesiar la capacidad de pensamiento y crítica de las personas. También puede ser debido a la competencia feroz entre las cadenas y a la búsqueda de audiencia».
Los intereses económicos y los factores ideológicos acaban por confluir «en una finalidad que responde al interés por crear un determinado «estilo» de vida que se fundamenta en la anulación del sentido crítico del espectador para favorecer el control y dominio de su opinión», convirtiéndose en una «expresión más del monopolio de la información y de los medios», expone Juan Díaz-Bernardo.
La proliferación de esta forma de hacer televisión obedece, en opinión de monseñor Montero, entre otros factores a la captación de audiencias numerosas, que respaldan tarifas muy elevadas de publicidad como base financiera de todo el proceso de producción. A ello hay que añadir la dura lucha por las audiencias de los gigantes del sector quienes dicen que sin ellas no pueden subsistir.
¿Cómo salir de esta situación?
El avance de la «telebasura» es responsabilidad de todos: «de las cadenas, de las instituciones y de los espectadores. Unos por programar los contenidos y los demás por omisión, por no reaccionar suficientemente, a nivel individual y de forma asociada», reconoce monseñor Sáiz.
¿Cómo se puede combatir este fenómeno? ¿Cómo evitar la anulación del sentido crítico del espectador? «Con imaginación, creatividad y sin lamentaciones». La educación integral de las personas y ayudar a que profundicen es una de los medios para contrarrestar la «telebasura», continúa monseñor Sáiz.
En este contexto, se debe promover en el ámbito familiar, escolar y profesional una educación crítica, que los padres vean la televisión con sus hijos, y que, sobre todo, se huya de la fácil solución de dedicar el tiempo libre a la televisión.
Además, hay que pedir a los profesionales de la comunicación que den lo mejor de sí mismos para elevar los niveles individuales y sociales. A la vez, las asociaciones de telespectadores deben implicarse cada vez más en la defensa de los valores éticos y deben contar con el apoyo popular e institucional necesario, propone el obispo auxiliar de Barcelona.
Para paliar los efectos de este tipo de televisión incluso se pueden hacer campañas para dejar de comprar los productos que se anuncian como patrocinadores de esos programas, subraya monseñor Gea.
«En la diversificación de ofertas que hoy se dan en las televisiones abiertas, en los canales temáticos, en las emisoras regionales y locales, y en la creciente producción por cable, siempre encontraremos un menú para los televidentes con cierta autoestima cultural, moral y religiosa, que quieran algo distinto para sí o para su familia», explica monseñor Montero.
En este contexto, el futuro de la televisión parece estar en las ofertas más cuidadas y audiencias más repartidas que dejen en manos de los usuarios la elección de su preferencia.
«Eso significa –resume monseñor Montero– que el porvenir de la Sociedad de la información está en la formación de los usuarios a los que hay que dotar de un bagaje de criterios y una capacidad crítica que les facilite la selección del menú. Ahí reside el mayor desafío para las familias, la educación y la enseñanza a todos sus niveles, y la labor evangelizadora de la Iglesia».
El papel del Estado
En especial en los medios de comunicación de titulari
dad pública, un Estado democrático tiene grandes responsabilidades en este sector, explica monseñor Antonio Montero.
Dichos medios están sostenidos, al menos parcialmente, por todo el cuerpo social, y se justifican «por un servicio cualitativo a la ciudadanía en su nivel cultural, en el respeto a los sentimientos y creencias de la comunidad nacional, en la promoción de valores solidarios y en la buena educación del pueblo en general», continúa monseñor Montero.
Hay países de la Unión Europea, recuerda monseñor Montero, que cuentan con organismos que establecen unos niveles de respeto, dignidad, calidad cultural y defensa de valores comunitarios con prerrogativas legales para promover lo positivo y corregir lo negativo. En la actualidad España carece de estas instituciones que cuenten con apoyos constitucionales y legislativos.