ROMA, 8 diciembre 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II puso en manos de María la paz en el mundo, especialmente en Tierra Santa, en el tradicional homenaje que le rindió en la fiesta de la Inmaculada Concepción.
«Reza, oh Madre, por todos nosotros. Reza por la humanidad que sufre miseria e injusticia, violencia y odio, terror y guerras», dijo el Papa al pronunciar en voz alta la meditación que compuso para esa ocasión.
Ante la estatua de bronce de la Inmaculada Concepción de la Plaza España de Roma, de unos 30 metros de alto, el Papa cubierto por su capa roja continuó pidiendo a la Virgen: «Ayúdanos a contemplar con el santo Rosario los misterios de quien «es nuestra paz», para que todos nos sintamos involucrados en un compromiso preciso de servicio a la paz».
A continuación, la súplica pontificia a María se dirigió a favor de Oriente Medio. «Dirige tu mirada con particular atención a la tierra en la que Jesús vio la luz –rezó–, tierra que juntos habéis amado y que todavía hoy sigue sufriendo tanto».
«Reza por nosotros, ¡Madre de la esperanza! –añadió el Santo Padre al concluir su oración–. Danos días de paz, vela sobre nuestro camino. Haz que veamos a tu Hijo,
llenos de alegría en el cielo».
Tras el homenaje a la estatua de la Inmaculada, el Papa de regreso al Vaticano hizo una breve visita privada a la Basílica de Santa María la Mayor para venerar el antiguo icono de la Virgen, «Salud del Pueblo Romano», protectora de la Ciudad Eterna.
El homenaje del 8 de diciembre en la famosa plaza romana es una tradición inaugurada por el Papa Pío XII en 1957. La imagen de la Virgen fue colocada allí cien años antes, en 1857, por el Papa Pío IX, para recordar el dogma de la Inmaculada Concepción, que él había proclamado tres años antes.
Según había explicado Juan Pablo II pocas horas antes de su homenaje a María, el sentido de la solemnidad de la Inmaculada Concepción puede resumirse así: «La humilde muchacha de Nazaret, que con su «sí» al ángel cambió el curso de la historia, fue preservada de toda mancha de pecado desde su concepción».
Al rezar la oración mariana del «Angelus» junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa consideró que esta fiesta invita de manera particular a la imitación de María: «Dios quedó prendado de su dulce humildad […] «He aquí la esclava del Señor». Con esta actitud interior los creyentes están llamados a acoger la voluntad divina en toda circunstancia».