ROMA, 10 febrero 2003 (ZENIT.org).- El enviado de paz de Juan Pablo II a Sadam Huseín llegó este lunes a Bagdad consciente de que su misión se encuentra «al límite de la esperanza».
Así lo explica el mismo cardenal Roger Etchegaray, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, en una entrevista publicada este lunes por el diario italiano «La Repubblica».
El purpurado vasco-francés debe entregar al líder iraquí una carta firmada por el Papa en la que le recuerda su deber de una efectiva cooperación internacional, basada en la justicia y en el derecho internacional.
«El objetivo del Santo Padre consiste en apoyar todos los esfuerzos que se están haciendo por doquier para salvaguardar la paz tan necesaria», asegura el cardenal.
«La guerra sería una catástrofe bajo todos sus aspectos –aclara el cardenal Etchegaray–. Ante todo, tendría graves consecuencias sobre el pueblo iraquí y, además, haría cada vez más difíciles los esfuerzos que realiza la ONU a favor de la unidad de la familia humana».
Asimismo, añade, se «agravarían» los problemas en las relaciones entre Occidente y el mundo musulmán.
El avión del emisario pontificio aterrizó esta mañana en Ammán, la capital Jordania. A sus 80 años de edad, tiene que recorrer el desierto durante doce horas en jeep para llegar hasta Irak.
Ya ha visitado en el pasado estas tierras. En diciembre de 1985 y enero de 1986 visitó los campos de soldados prisioneros de Irán e Irak. En 1998, se dirigió a Ur de los Caldeos, la patria de Abraham, para preparar la peregrinación que quería realizar el Papa. Al final, el régimen iraquí impidió el viaje.
El cardenal sabe que convencer a Sadam Huseín no será nada fácil. Afirma sonriendo: «Sé que me llaman el enviado de las misiones imposibles. Pero, ¿sabe qué es lo que necesito? Una oración que me acompañe en el camino».