Juan Pablo II: «Todavía hay espacio para la paz»

Palabras antes de rezar la oración mariana del «Angelus»

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CIUDAD DEL VATICANO, 16 marzo 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II de este domingo a mediodía al rezar la oración mariana del «Angelus» junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Ayer concluyeron aquí, en el Palacio Apostólico, los Ejercicios Espirituales. Han sido días extraordinarios de intenso recogimiento y escucha de la Palabra de Dios.

Las meditaciones propuestas tenían por tema la verdad central de la fe cristiana: «Dios es amor». En el silencio de la oración hemos podido contemplar con calma esta Buena Nueva, de la que el mundo siempre tiene necesidad. Ante la humanidad marcada por graves desequilibrios y tanta violencia, no debemos perder la confianza: el Amor de Dios, que resplandece en plenitud en el rostro de Cristo, se refleja fiel y misericordioso sobre este mundo.

2. Sólo Cristo puede renovar los corazones y volver a dar esperanza a los pueblos. La liturgia de Dios, al presentar el misterioso acontecimiento de la Transfiguración, nos permite experimentar la potencia de su luz, que vence las tinieblas de la duda y del mal.

En esta perspectiva de fe, deseo renovar un apremiante llamamiento a multiplicar el compromiso de la oración y de la penitencia para invocar de Cristo el don de su paz. Sin conversión del corazón no hay paz.

Los próximos días serán decisivos para el desenlace de la crisis iraquí. Recemos, por ello, al Señor, para que inspire a todas las partes en causa valentía y amplias miras.

Ciertamente los responsables políticos de Bagdad tienen el deber urgente de colaborar plenamente con la comunidad internacional, para eliminar todo tipo de intervención armada. A ellos se dirige mi apremiante llamamiento: ¡que la suerte de sus conciudadanos tenga siempre la prioridad!

Pero quisiera recordar también a los países miembros de las Naciones Unidas, y en particular a los que componen el Consejo de Seguridad, que el uso de la fuerza representa el último recurso, después de haber agotado cualquier otra solución pacífica, según los bien conocidos principios de la misma Carta de la ONU. Por este motivo, ante las tremendas consecuencias que tendría una operación militar internacional para las poblaciones de Irak y para el equilibrio de toda la región de Oriente Medio, que tanto ha sufrido ya, así como para los extremismos que podrían desencadenarse, les digo a todos: todavía hay tiempo para negociar; todavía hay espacio para la paz; nunca es demasiado tarde para comprenderse y para seguir tratando.

Reflexionar sobre los propios deberes, comprometerse en concretas negociaciones, no significa humillarse, sino trabajar con responsabilidad por la paz.

Además, nosotros, los cristianos, estamos convencidos de que la paz auténtica y duradera no es sólo el fruto de los acuerdos políticos –que ciertamente son necesarios– y de entendimientos entre individuos y pueblos, sino que es don de Dios a cuantos se le someten y aceptan con humildad y gratitud la luz de su Amor.

3. Prosigamos con confianza, queridos hermanos y hermanas, por el itinerario de la Cuaresma. ¡Que María Santísima nos alcance el don de que esta Cuaresma no sea recordada como un triste tiempo de guerra, sino como un período de valiente compromiso por la conversión y la paz. Confiemos esta intención a la especial intercesión de San José, cuya solemnidad celebraremos el miércoles próximo.

[Tras rezar el «Angelus», Juan Pablo II pronunció estas palabras en castellano]

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, de modo particular a los fieles de las parroquias de Nuestra Señora de Araceli, San Mateo y del Centro San José, de la diócesis de Córdoba. Que esta fiesta de la Transfiguración del Señor os aliente a continuar el camino cuaresmal, annunciando a todos la conversión, la justicia y la paz. ¡Qué Dios os bendiga!

[Al final, improvisando, el Papa concluyó en italiano]

Pertenezco a la generación que vivió y que, Gracias a Dios, sobrevivió a la segunda guerra mundial. Tengo el deber de decir a todos los jóvenes, a los que son más jóvenes que yo, que no tuvieron esta experiencia: «¡Nunca más la guerra!», como dijo Pablo VI en su primera visita a las Naciones Unidas. ¡Tenemos que hacer todo lo posible! Sabemos bien que la paz a toda costa no es posible. Pero todos sabemos lo grande que es esta responsabilidad. Por tanto, ¡oración y penitencia!

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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