CIUDAD DEL VATICANO, 17 abril 2003 (ZENIT.org).- ¿Por qué ha escrito Juan Pablo II una encíclica sobre la Eucaristía? El mismo pontífice responde a esta pregunta en «Ecclesia de Eucharistia» explicando que la Iglesia sólo podrá afrontar el desafío de la nueva evangelización si es capaz de contemplar y entrar en relación íntima con Cristo en el sacramento que le hace realmente presente.
El Papa es explícito al confesar los objetivos de su decimocuarta carta encíclica en el número 6. «Con la presente Carta encíclica –afirma–, deseo suscitar este «asombro» eucarístico, en continuidad con la herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica «Novo millennio ineunte» y con su coronamiento mariano «Rosarium Virginis Mariae»», su última carta apostólica de octubre pasado dedicada al Rosario.
«Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el «programa» que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización», indica.
«Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre –añade–. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, «misterio de luz»».
Por ello, se pregunta: «¿Cómo no sentir la necesidad de exhortar a todos a que hagan de ella siempre una renovada experiencia?».
Por último, en el número 10, Juan Pablo II reconoce que este documento era necesario asimismo, pues si bien la «reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar», «desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras».
«En efecto –advierte–, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento».
«La Eucaristía –concluye– es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».