CIUDAD DEL VATICANO, 18 abril 2003 (ZENIT.org).- Jesús «hizo la paz destruyendo en sí mismo la enemistad», constató el padre Raniero Cantalamessa en la homilía que dirigió en la Celebración de la Pasión del Señor este Viernes Santo en la Basílica de San Pedro del Vaticano en presencia de Juan Pablo II.
En un contexto mundial conflictivo y comentando la carta del apóstol San Pablo a los Efesios (Cf. Ef 2, 14-18), el predicador de la Casa Pontifica resaltó la diferencia entre la paz obtenida por las armas o aquella que hizo Jesucristo: «Destruyendo la enemistad, no al enemigo; destruyéndola en sí mismo, no en los demás».
«Os dejo la paz, os doy mi paz; no os la doy como la da el mundo» (Jn 14, 27), citó el padre Cantalamessa. La de Jesús «es una “paz fruto de victorias”, pero victorias sobre sí mismo, no sobre los demás; victorias espirituales, no militares», observó.
De esta forma, «Jesús nos enseñó que no hay nada por que matar, pero que hay algo por que morir», afirmó el religioso recalcando que el «camino evangélico hacia la paz tiene sentido no sólo en el ámbito de la fe, sino también en el contexto político y social».
En efecto, el actual orden mundial, en el que cada pueblo reivindica el propio derecho de autogobernarse, exige seguir el «método» de Cristo según el cual «la única vía de la paz es destruir la enemistad, no al enemigo», dijo el predicador del Papa.
«¿Destruiríamos a la mitad de la población del mundo, descontenta de cómo van las cosas? ¿Y cómo identificamos al enemigo cuando está implicado el terrorismo?», cuestionó.
«En una ocasión –relató el padre Cantalamessa–, alguien reprochó a Abraham Lincoln que era demasiado cortés con sus propios enemigos y le recordó que su deber como presidente era destruirlos. Lincoln le respondió: “¿No destruyo a mis enemigos cuando los hago mis amigos?”».
El mundo, tiene ante sí un gran desafío, pues «los enemigos se destruyen con las armas, pero la enemistad con el diálogo».
«Antes de indicarlo a las naciones, la Iglesia, dirigida por el Papa, se está esforzando en llevar a cabo este programa en la relación entre las religiones», reconoció religioso.
A diferencia de las guerras, que requieren gran planificación y medios, el padre Cantalamessa sugirió las claves de la construcción de la paz: «podemos estar esparcidos, pero hay que empezar inmediatamente, aunque esté uno solo, aún con un simple apretón de manos».
Así como «miles de millones de gotas de agua sucia jamás formarán un océano limpio, miles de millones de hombres sin paz en el corazón y de familias sin paz en su interior nunca formarán una humanidad en paz», advirtió.
Por ello, recordó uno de los mensajes de Juan Pablo II para la Jornada de la Paz, en 1984, cuyo título era «La paz nace de un corazón nuevo».
«¿Qué sentido tiene –interrogó– manifestarse por las calles gritando «¡Paz!», si se levanta el puño amenazador y se rompen escaparates? (…) ¿Qué sentido tiene si dentro de casa se levanta la voz, se impone tiránicamente la propia voluntad y se alzan muros de hostilidad o de silencio?».
El predicador del Papa invitó finalmente a adorar este viernes la Cruz de Cristo con un gesto de reconciliación hacia los demás, de manera que nuestro beso no sea sólo «para Él, nuestra cabeza, sino también para todo su cuerpo…», nuestros hermanos.