CIUDAD DEL VATICANO, 28 abril 2003 (ZENIT.org).- La paz, lejos de surgir exclusivamente de esfuerzos humanos, es el don que Jesús resucitado ofrece a los hombres y que hay que «acoger con generosidad, conservar con esmero y hacer fructificar con madurez y responsabilidad», afirmó Juan Pablo II el miércoles pasado.
Al meditar ante miles de peregrinos presentes en la plaza de San Pedro el Salmo 135, el Papa subrayó –en este tiempo pascual recién comenzado– que la paz se identifica «como “novedad” introducida en la historia por la Pascua de Cristo» y «fruto de la vida nueva inaugurada por su resurrección».
«Por más complicadas que sean las situaciones –dijo– y por más fuertes que sean las tensiones y los conflictos, nada puede resistir a la eficaz renovación traída por Cristo resucitado. Él es nuestra paz» (Cf. Ef 2, 14-18).
El Santo Padre hizo asimismo hincapié en que la Pascua es la manifestación perfecta de la misericordia de Dios y recordó la celebración del «Domingo de la Misericordia Divina», que cerró el 27 de abril la octava de Pascua.
El «Domingo de la Misericordia Divina» se celebra desde el año 2000 –por indicación del Santo Padre– el segundo domingo de Pascua.
La mensajera de la devoción a la Misericordia Divina fue una joven religiosa polaca, Faustina Kowalska, fallecida a los 33 años (Cf. Zenit, 18 de agosto de 2002). Fue canonizada por Juan Pablo II el 30 de abril de 2000.
En uno de los períodos más oscuros del siglo XX (entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial), la religiosa polaca recibió de Cristo el mensaje de la Misericordia. Su experiencia mística se concentró en la consagración a la Misericordia Divina y en un lema: «Jesús, en ti confío».
La misericordia de Dios, «que se compadece de sus siervos (Sal 135, 14)», se revela con plenitud en Jesús, que «con su cruz derribó la enemistad “haciendo las paces para crear, en él, un solo hombre nuevo” (Ef 2, 15)», citó el Papa en la audiencia general.
En efecto, con la muerte en la cruz «Cristo nos ha reconciliado con Dios y ha puesto en el mundo las bases de una convivencia fraterna de todos», recordó.
Al lavar Cristo con su sangre nuestros pecados, «hemos experimentado la fuerza renovadora de su perdón». Por ello, como constató Juan Pablo II, «la misericordia divina abre el corazón al perdón de los hermanos, y con el perdón ofrecido y recibido es como se construye la paz».