CIUDAD DEL VATICANO, 4 junio 2003 (ZENIT.org).- Para que el creyente pueda ser «chispa» de luz y paz, necesita «vivir en contacto permanente con Dios», constató este miércoles Juan Pablo II al recordar la herencia espiritual que dejó el Papa Juan XXIII, de quien se celebran los 40 años de su muerte.
El Papa Karol Wojtyla dedicó la audiencia general de este miércoles, en la que participaron unos 20.000 peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, a recordar la figura de Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), que pasaría a la historia con el apelativo de «Papa bueno».
Resumió su espiritualidad con una de sus famosas máximas: «Todo creyente, en nuestro mundo debe ser una chispa de luz, un centro de amor, un fermento vivificante en la masa: lo será en la medida en que en su intimidad vive en comunión con Dios. De hecho, no puede haber paz entre los hombres si no hay paz en cada uno de ellos».
El pontífice comenzó recordando las últimas horas de vida de Juan XXIII, en la tarde del 3 de junio de 1963, cuando en la plaza de San Pedro se congregaron miles de fieles para participar en una eucaristía por el anciano pontífice enfermo. El final de la misa coincidió con su último respiro.
«Este lecho es un altar; el altar requiere una víctima: heme aquí –dijo el Papa Roncalli–. Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio Ecuménico, por la paz del mundo, por la unión de los cristianos».
Juan Pablo II explicó que «el secreto» del sacerdocio del «Papa bueno», a quien proclamó beato el 3 de septiembre del año 2000, «estaba en el Crucifijo, siempre custodiado celosamente ante su cama».
«En las largas y frecuentes conversaciones nocturnas –escribía Juan XXIII– he sentido más urgente que nunca el pensamiento de la redención del mundo». «Esos brazos abiertos –añadía– dicen que Él murió por todos, por todos; nadie es rechazado de su amor, de su perdón».
«No es difícil percibir en estas breves palabras el sentido de su ministerio sacerdotal totalmente dedicado a hacer conocer y amar lo que más vale en la vida: Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio», reconoció su sucesor en la guía de la barca de Pedro.
Concluyó su alocución a los peregrinos recordando que el documento más célebre de ese pontificado fue la encíclica «Pacem in terris», que este año he recordado en varias ocasiones.
«Mi venerado predecesor, que ha dejado una huella en la historia, recuerda también a los hombres del tercer milenio que el secreto de la paz y de la alegría está en la comunión profunda y constante con Dios. El Corazón del Redentor es el manantial del amor y de la paz, de la esperanza y de la alegría», afirmó.
Juan Pablo II concluyó transformando la evocación en una oración para que Juan XXIII «interceda desde el Paraíso para que también nosotros, como él, podamos confesar al final de nuestra existencia, que sólo hemos buscado a Cristo y su Evangelio».