RIJEKA, 5 junio 2003 (ZENIT.org).- Croacia ofreció en la tarde de este jueves una entusiasta y original acogida a Juan Pablo II, al comenzar su viaje internacional número cien, calificado por la prensa croata como «histórico».
«Vengo entre vosotros para cumplir con la tarea de sucesor de Pedro, y para llevar a todos los habitantes de este país un saludo y un auspicio de paz», dijo el Santo Padre al aterrizar en la isla de Krk, donde se encuentro el aeropuerto de Rijeka.
Le dio la bienvenida el presidente de la República ex yugoslava, Stipe Mesic, quien estaba rodeado por las más altas autoridades políticas y religiosas de este país de algo menos de 4 millones y medio de habitantes, de los que el 80,5 por ciento son católicos.
Al visitar entre el jueves y el lunes Rijeka, Dubrovnik, Osijek, Djakovo y Zadar, como reconoció en su discurso, el Papa busca «recordar las antiguas raíces cristianas de esta tierra, regada por la sangre de muchos mártires», entre los que mencionó al beato cardenal Alojzije Stepinac (sentenciado en 1946 por un tribunal comunista yugoslavo a dieciséis años de trabajos forzados y a la pérdida de los derechos civiles).
Los valores fundamentales que reconocen la dignidad de la persona humana, afirmó, «están inscritos en la naturaleza de todo ser humano, pero el cristianismo tiene el mérito de haberlos individuado y proclamado con claridad».
«Sobre estos valores se fundamenta la auténtica grandeza de una nación», afirmó.
En su discurso de bienvenida, el presidente croata pidió al Papa su apoyo para el ingreso de su país en la Unión Europea.
El Santo Padre respondió expresando «el auspicio de una feliz realización de esta aspiración».
«La rica tradición de Croacia contribuirá seguramente a reforzar la Unión, ya sea como entidad administrativa y territorial, ya sea como realidad cultural y espiritual», subrayó.
El Santo Padre saludó, además, a los cristianos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, así como a los fieles del Judaísmo y el Islam, importantes minorías del país «con la alegría de que también en esta ocasión podamos testimoniar juntos nuestro compromiso común por la edificación de la sociedad en la justicia y en el respeto recíproco».
Por eso pidió, tanto a los líderes políticos como religiosos, que curen «las heridas causadas por una guerra cruel y sanen las consecuencias de un sistema totalitario, que durante demasiado tiempo trató de imponer una ideología contraria al hombre y a su dignidad».
El obispo de Roma consideró, por último, que trece años después de su independencia, Croacia debe «consolidar ahora, con la contribución responsable y generosa de todos, una estabilidad social que promueva ulteriormente el compromiso laboral, la asistencia pública, la educación abierta a toda la juventud, la superación de toda forma de pobreza y desigualdad, en un clima de relación cordial con los países vecinos».
Tras la ceremonia de bienvenida, por primera vez en sus 25 años de pontificado, Juan Pablo II subió a bordo de un catamarán «Marko Polo», para recorrer la distancia que separa a la isla de Krk del puerto de Rijeka, donde le esperaban miles de peregrinos.
En el seminario de esta ciudad, de unos 160.000 habitantes, puerto del Mar Adriático, el Papa pernoctará durante sus cinco días de visita en Croacia.
Los colores rojo y azul de Croacia y blanco y amarillo del Vaticano recubren por doquier las calles de la ciudad, que se ha volcado para dar una cordial acogida al Santo Padre.
El momento principal de la vista tendrá lugar este viernes por la mañana en Dubrovnik, con la beatificación de sor María de Jesús Crucificado Petkovic (1892-1966), fundadora de la Congregación Franciscana Hijas de la Misericordia.