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1. «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (Marcos 10, 17), preguntó el joven que se presentó aquel día ante Jesús, postrándose de rodillas.
Queridos hermanos y hermanas: también nosotros, en esta asamblea litúrgica en la que nos reunimos como discípulos del «Maestro bueno», le hacemos hoy la misma pregunta para saber cuál es el camino que nos lleva a la vida que no perece.
La respuesta es sencilla e inmediata: «Ya sabes los mandamientos». Responde quien es el auténtico manantial de la verdad y de la vida. Reunido en esta festiva celebración, el pueblo de Dubrovnik, junto con los peregrinos del resto de Croacia, de Bosnia y Herzegovina, de Montenegro y de otros países, acoge con emoción la invitación del «Maestro bueno» e implora su ayuda y su gracia para corresponder con generosidad y compromiso.
2. Os saludo con afecto, queridos hermanos y hermanas, junto a vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que os acompañan en vuestro camino de testimonio cristiano. Mi saludo cordial se dirige al obispo de esta diócesis, monseñor Zelimir Puljic, a quien agradezco las gentiles palabras que me ha dirigido, y de manera especial a las Hermanas Hijas de la Misericordia, fundadas por la nueva beata. Saludo con deferencia también a las autoridades civiles y militares y les doy las gracias junto a todos los que han trabajado para hacer posible mi visita.
Recordando a mi predecesor, Pío IV, que fue arzobispo de aquí, he venido con alegría a esta antigua y gloriosa ciudad de Dubrovnik, orgullosa de su historia y de sus tradiciones de libertad, de justicia, de promoción del bien común, testimoniadas por las palabras lapidarias grabadas sobre la piedra de la fortaleza de San Lorenzo: «Non bene pro toto libertas venditur auro» («La libertad no se vende por todo el oro del mundo») y sobre la puerta de la Sala del Consejo en el Palacio del Gobernador «Obliti privatorum, publica curate» («Olvida los intereses privados y preocúpate de los públicos»).
Que el patrimonio de valores humanos, acumulado a través de los siglos, siga constituyendo, con la ayuda de Dios y de vuestro protector, San Blas, el tesoro más precioso de la gente de este país.
3. «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (Marcos 10, 17). Es la pregunta que también presentó a su Señor sor Marija de Jesús Crucificado Petkovic desde que era joven, en Blato, en la isla de Korcula, cuando ofrecía su servicio en la parroquia y se entregaba al servicio del prójimo en las Asociaciones del Buen Pastor, de las Madres Católicas, y en la Cocina Popular.
La respuesta resonó en su corazón de manera clara: «¡Ven y sígueme!». Conquistada por el amor de Dios decidió consagrarse para siempre a Dios, realizando la aspiración de entregarse totalmente al bien espiritual y material de los más necesitados. Fundó entonces la Congregación de las Hijas de la Misericordia de la Tercera Orden Regular de San Francisco, con la tarea precisa de «difundir y propagar, mediante las obras de misericordia espirituales y corporales, el conocimiento del amor divino». Las dificultades no faltaron, pero sor Marija siguió adelante con indomable valor ofreciendo sus sufrimientos como actos de culto y sosteniendo a sus hermanas con la palabra y con el ejemplo. Durante 40 años gobernó su Instituto con sabiduría materna, abriéndolo al compromiso misionero en diversos países de América Latina.
4. La figura de la beata Marija Propetoga Isusa me lleva a pensar en todas las mujeres de Croacia, en las que son esposas y madre felices, así como en las que están marcadas para siempre por el dolor debido a la pérdida de un familiar en la guerra cruel de los años noventa, o por otras amargas desilusiones que han experimentado.
Pienso en ti, mujer, que con tu sensibilidad, generosidad y fortaleza «enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas» («Carta a las mujeres», 2). Dios te ha confiado de manera especial a los niños, y de este modo estás llamada a convertirte en un apoyo importante para la existencia de toda persona, en particular en el ámbito de la familia.
El desarrollo frenético de la vida moderna puede llevar al ofuscamiento o incluso a la pérdida de lo que es humano. Quizá más que en otras épocas de la historia, nuestro tiempo tiene necesidad de «ese «genio» de la mujer que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el ser humano» («Mulieris dignitatem», 30).
¡Mujeres croatas, conscientes de vuestra dignísima vocación de «esposas» y de «madres», seguid mirando a todas las personas con los ojos del corazón, salid a su encuentro y estad cerca de ellas con la sensibilidad propia del instinto materno! Vuestra presencia es indispensable en la familia, en la sociedad, en la comunidad eclesial.
5. Pienso de modo especial en vosotras, mujeres consagradas como Marija Petkovic, que habéis aceptado la invitación a seguir con un corazón inseparable a Cristo, casto, pobre y obediente.
No os canséis de responder fielmente al único Amor de vuestra existencia. La vida consagrada no es sólo un compromiso generoso de un ser humano; es sobre todo la respuesta a un don que viene de lo más alto y que debe ser acogido con plena disponibilidad. Que la experiencia cotidiana del amor gratuito de Dios por vosotras os impulse a donar sin reservas vuestra vida en servicio de la Iglesia y de los hermanos, confiando todo, el presente y el futuro, a sus manos.
6. «Jesús, fijando en él su mirada, le amó» (Marcos 10, 21). Dios dirige una mirada llena de ternura a quien desea cumplir su voluntad y caminar por sus caminos (Cf. Salmo 1, 1-3). Cada quien, según su vocación propia, está llamado a realizar en sí y en torno a sí el proyecto de Dios. Con este objetivo, el Espíritu del Señor reviste al hombre fiel a Dios «de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia» (Colosenses 3, 12). Sólo así se puede edificar la ciudad terrena a imagen de la ciudad celeste.
Que vuestra comunidad cristiana crezca y se fortalezca en el perdón recíproco, en la caridad y en la paz. Esta es la oración que eleva hoy el Papa al Señor por todos vosotros. «Y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre» (Colosenses 3, 17).
¡A Él la gloria por los siglos de los siglos!
[Traducción del original croata realizada por Zenit]