«La respuesta es exigente pero clara –reconoció durante la homilía–: la vocación del cristiano es la santidad».
«Es una vocación que hunde sus raíces en el Bautismo y es replanteada por los demás sacramentos, en particular el de la Eucaristía», siguió diciendo.
El Papa explicó que ha emprendido este viaje hasta estas tierras croatas cercanas a Serbia para recordar a estos cristianos, «en nombre del Señor, que estáis llamados a la santidad en todo momento de la vida».
«En la primavera de la juventud –aclaró–, en la plenitud del verano de la edad madura, y después también en el otoño y en el invierno de la vejez, y por último, en la hora de la muerte».
Pero el pontífice, no se detuvo aquí. Mencionó también el compromiso de la santidad «en la purificación última predispuesta por el amor misericordioso de Dios».
No se trataba de ninguna alusión extraña o de alguna revolución teológica, era simplemente una alusión a la doctrina de la Iglesia católica sobre el Purgatorio o de la «purificación final».
El número 1030 del Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo».
«La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados», afirma el número siguiente del Catecismo.
Para reflexionar sobre el compromiso de la santidad, el Papa ofreció a los fieles que le escuchaban preguntas para que hicieran un examen de conciencia.
«¿Qué he hecho de mi Bautismo y Confirmación», preguntó. «¿Es Cristo verdaderamente el centro de mi vida? La oración, ¿encuentra espacio en mi día? ¿Vivo mi vida como una vocación y una misión».