MADRID, 11 junio 2003 (ZENIT.org).- La profesora de derecho eclesiástico, María José Ciáurriz, desgrana en esta segunda parte de la entrevista concedida a Zenit el concepto de movimiento religioso, tradición cultural y secta dañina.
Ciaurriz es autora de «El derecho de proselitismo en el marco de la libertad religiosa», del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de España (http://www.cepc.es).
–¿De qué modo el proselitismo puede llegar a provocar cambios religiosos que choquen con la tradición y la cultura de un pueblo?
–Ciaurriz : Desde un punto de vista de valoración de lo sobrenatural, cada religión tiene el derecho de considerar que la adhesión a la misma es un bien superior a las otras tradiciones culturales, y que para un pueblo la aceptación de una religión distinta de la que podríamos considerar originaria o indígena puede suponer un notable beneficio.
De hecho, toda Europa ha aceptado, a lo largo de siglos, la religión cristiana en sus diversas formas, la cual vino, en tiempos del Imperio Romano y siglos posteriores a sustituir a las religiones indígenas; y la tradición europea latino-cristiana se considera un gran bien para el Continente. Otro tanto se puede decir de América, tanto del Norte como del Sur, y de no pocos otros lugares del planeta.
La idea, en efecto, de que la tradición y la cultura ancestrales no deben ser sometidas a cambios religiosos que las alteren ha estado ausente de la mentalidad humana durante la mayor parte de los siglos.
–Las religiones ya no están sólo en su lugar de origen: tenemos una expansión universal (podría decirse «global») del cristianismo, del budismo en Occidente, del Islam en Europa… ¿es un efecto natural?
–Ciáurriz: En el Oriente, aunque la información que poseemos al respecto sea mucho menor, se han producido igualmente invasiones religiosas entre pueblos que poseían una cultura y una tradición distintas; ni el budismo, ni el sintoísmo, por poner algunos ejemplos, están hoy limitados a los países donde nacieron, y ni que decir tiene que el fenómeno del Islam en todo el mundo es un claro fenómeno de sustitución de tradiciones y culturas indígenas, lo que resulta notorio en la India, en el Oriente Medio, en buena parte de África, etc.
–Hay quien teme que la religión vaya en contra de las tradiciones culturales primitivas.
–Ciaurriz: Ciertamente, hoy en día ha surgido un movimiento, que se va haciendo notar cada vez más intenso, de salvaguarda de las tradiciones culturales de los pueblos que han conservado un cierto primitivismo.
Así, en algunos países de América Latina se ha llegado a prohibir la evangelización que pudiese afectar a tribus que conservan todavía religiones ancestrales, para evitar la desaparición de esos fenómenos culturales que se consideran patrimonio del país en el que existen.
Es un fenómeno del todo nuevo, basado, más que en el aprecio de las religiones indígenas, en un concepto de conservación arqueológica de los modos de ser de pueblos antiguos. Sería curioso comprobar si el tratar de mantenerlos en su cultura religiosa primitiva supone también impedir que salgan de sus modos de vida primitivos, cerrándoles así el camino de la moderna civilización.
–En América Latina, por ejemplo, ¿las sectas pueden cambiar el rostro del catolicismo?
–Ciaurriz: El concepto de secta es un concepto ambiguo, de perfiles que distan mucho de estar suficientemente definidos. Por supuesto, secta no es un concepto jurídico sino sociológico.
Muchas religiones, hoy consolidadas en el mundo entero, han podido surgir desgajándose de otras y mereciendo inicialmente la consideración de sectas.
El calificativo de secta genera una minusvaloración y habría que añadir también una sospecha. Toda entidad calificada de secta se hace, automáticamente, sospechosa ante la opinión pública. Y esta carga de negatividad del vocablo ha afectado a no pocas confesiones perfectamente dignas y para nada sectarias.
En consecuencia, el calificativo secta es rechazado por la doctrina jurídica más responsable.
Se puede hablar de nuevos movimientos religiosos, de grupos confesionales atípicos, o de cualquier otro modo que no suponga levantar una sospecha sobre la indignidad o el comportamiento de las personas que integran una nueva entidad religiosa.
–Sin embargo, existen sectas perjudiciales.
–Ciaurriz: Sí, no es menos cierto que existen sectas dañinas que se disfrazan de religiones para conseguir objetivos que no alcanzarían de presentar su verdadera faz. En esos casos se puede denominar sectas a los grupos que hacen daño a muchas personas buscando su propio beneficio.
Entidades con finalidades económicas, o con finalidades pornográficas, o políticas, que adoptan el disfraz de la religión para presentar una cara más amable ante la opinión pública, o para obtener los beneficios que muchos países otorgan a las asociaciones religiosas.
Esas sectas, por su propio planteamiento, son mentirosas y, en muchas ocasiones, van también, de modo directo o indirecto, a la explotación de la ingenuidad de muchas personas de las que obtienen un provecho injusto.
Existen también grupos sectarios en el sentido de captación de individuos, en orden a planteamientos radicalmente ilusorios y nocivos para la vida humana. En este sentido hay que referirse a suicidios colectivos que se han producido lamentablemente en diversos lugares, afectando a múltiples personas, engañadas por líderes carismáticos que, en la mayor parte de los casos y desgraciadamente son seres insanos de mente e ideas.
Estos dos tipos de sectas deben, naturalmente, ser controladas, perseguidas, impidiéndoles la realización de sus ilegítimos fines, y la mayor parte de las legislaciones, al prever la exigencia de fines religiosos para que una entidad pueda ser reconocida como religión o al considerar al orden público como un límite a las actividades religiosas, están tomando medidas que tratan en lo posible de impedir o paliar los fenómenos nocivos del fenómeno sectario.
Es posible que en América Latina haya un movimiento de sectas que dañe a la población. Que ese mismo movimiento pueda cambiar el rostro del catolicismo no es en absoluto predecible.
El catolicismo en América Latina seguirá siendo lo que es, tanto como las demás religiones, independiente del daño social que las mencionadas sectas puedan llevar a cabo.