CIUDAD DEL VATICANO, 15 junio 2003 (ZENIT.org).- Del misterio más grande del cristianismo, la Trinidad, surge la vocación de la humanidad «a formar una sola familia», sin acepción de razas o culturas, asegura Juan Pablo II.
Al celebrar este domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad, el Santo Padre invitó a los creyentes a contemplar «el primer y último horizonte del universo y de la historia: el Amor de Dios, Padre, e Hijo y Espíritu Santo».
Antes de rezar la oración mariana del «Angelus», junto a varios miles de peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano, recordó que «la Unidad y la Trinidad de Dios es el primer misterio de la fe católica».
«Llegamos a él al final de todo el camino de la revelación, que se ha cumplido en Jesús: en su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección», siguió aclarando.
«Dios no es soledad, sino comunión perfecta –recalcó–. Del Dios comunión surge la vocación de toda la humanidad a formar una sola gran familia, en la que las diferentes razas y culturas se encuentran y se enriquecen recíprocamente».
A la luz de esta verdad fundamental de la fe, concluyó, se comprende la gravedad de todas las ofensas contra el ser humano, en particular, mencionó el drama de las personas que son obligadas a huir de su propia tierra y el «torbellino sin fin de violencia y represalia» que tiene lugar en Tierra Santa.