CIUDAD DEL VATICANO, 17 junio 2003 (ZENIT.org).- La contemplación de la Trinidad podría impulsar a superar nuestras divisiones aparentemente irreconciliables, afirmó el predicador de la Casa Pontificia comentando el misterio central y más elevado de la vida cristiana que la Iglesia celebró el pasado domingo.
«El Padre es, como en la experiencia humana, el origen de todo», explicó el padre Raniero Cantalamessa en una aproximación a la identidad de las tres personas divinas ante los micrófonos Radio Vaticana.
«Especialmente en el pensamiento griego, el Padre es visto como la fuente de toda la Trinidad de la que surgen el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo ha sido interpretado desde el apóstol San Juan, quien habla de Él como el “logos”, la razón, el Verbo», continuó.
Por último, siguiendo al franciscano capuchino, «el Espíritu Santo nos ha sido revelado a través de imágenes muy sencillas: el viento como símbolo de fuerza, el soplo, el aliento que representa la intimidad, la interioridad».
Para un creyente, la Trinidad es un misterio muy cercano, añadió el padre Cantalamessa, puesto que la vida cristiana –que comienza en el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo– se desarrolla inmersa en la dimensión Trinitaria, ya sea en la Confirmación, en el sacramento del Matrimonio o en la hora de la muerte.
Acercar el misterio trinitario a un no creyente se podría hacer partiendo del concepto de «Dios-amor». «Si bien no podemos explicar la Trinidad, al menos podemos decir que Dios no puede no ser Trinidad», comentó el padre Cantalamessa.
«Dios, desde la eternidad, tiene un objeto en sí infinito para amar, que es el Hijo, desde el cual es también amado con amor infinito, que es el Espíritu Santo», observó.
«A veces –reconoció–, cuando hablo de este misterio, añado que yo tendría compasión de un Dios que no tuviera a nadie a quien amar, nadie con quien compartir su infinita felicidad: sería un Dios muy triste. Igual que los hombres necesitan de alguien con quien comunicarse, Dios necesita en su intimidad de una persona a quien expresar todo su amor, que es el Hijo».
«Contemplar la Trinidad, vencer la odiosa división del mundo», es un dicho que utilizaba San Sergio de Radonez, en cierta medida el padre espiritual de Rusia, recordó el predicador de la Casa Pontificia.
«Nosotros nos encontramos exactamente ante el mismo problema –constató –: la contemplación de la Trinidad, que es diversidad en el amor y unidad en la diversidad, debería impulsarnos a superar nuestras aparentemente irreconciliables diferencias de raza, de sexo, de cultura, porque la Trinidad es perfecta unidad en la diversidad».