CIUDAD DEL VATICANO, 23 junio 2003 (ZENIT.org).- El arzobispo Paul Josef Cordes, presidente del Pontificio Consejo «Cor Unum», tras visitar Irak en nombre de Juan Pablo II, ha comprobado que lo primero que buscan los iraquíes es «estabilidad» para poder soñar con un futuro.
El presidente del organismo vaticano, encargado de alentar y coordinar la actividad de las instituciones católicas de ayuda, en esta entrevista confirma las grandes dificultades que implica la reconstrucción del país, pero asegura el compromiso de los cristianos en este sentido.
–¿Cómo es el Irak que ha encontrado?
–Monseñor Cordes: El camino hacia la «normalidad» parece todavía muy largo. La gente pide electricidad, agua, comida. En este momento, no se preocupa de los problemas políticos, tiene que pensar en vivir. Lo primero que hay que asegurar, la primera conquista, debe ser por tanto la estabilidad, indispensable para afrontar con la necesaria serenidad el problema del sistema político y evitar los riesgos de un régimen «teocrático» o de un choque entre cristianos y musulmanes que inevitablemente sería una desgracia para los primeros. Me da la impresión de que la administración no podrá ser breve, todo lo contrario.
–¿Por qué fue a Irak?
–Monseñor Cordes: La misión la pidió el mismo Papa, quien me pidió viajar para darme cuenta personalmente de la situación. En Bagdad y en otras ciudades iraquíes me encontré con las comunidades cristianas, y pude constatar su intención de cooperar lealmente en la reconstrucción del país y con los representantes de las fuerzas aliadas y de las Naciones Unidas.
–¿Está preocupado?
–Monseñor Cordes: Digamos que no faltan motivos de preocupación. Me da miedo que el modelo de democracia que quieren exportar los Estados Unidos no sea aplicable allí. La democracia estadounidense es una gran democracia formada por partidos, basada en los números: una persona, un voto. Por desgracia no me parece un sistema exportable a una nación con una dinámica cultural diferente, como la iraquí. Creo que los Estados Unidos comprenderán que se trata de un modelo que no se puede aplicar, y que más bien es necesario pensar en algo que tenga en cuenta la historia de Irak.
–¿Los estadounidenses son conscientes del problema?
–Monseñor Cordes: Aquellos con los que me he encontrado están de acuerdo con este juicio. Por este motivo, me parece que prevén permanecer todavía durante mucho tiempo. No será, por tanto, algo rápido. La futura estructura del estado no verá la luz mañana. Aquí se da también un riesgo. Pues cuanto más dure lo que los iraquíes ven como una ocupación militar más se debilitará ese pequeño margen de favor sobre el que ahora se puede contar.
–Y los cristianos, ¿cómo viven esta situación?
–Monseñor Cordes: Hay señales positivas. En Mosul, en el norte del país, constaté por ejemplo que la actual administración de la ciudad, que se ha asentado tras el derrumbe del régimen de Sadam Husein, incluye también la presencia de algunos representes de religión cristiana. He podido constatar también el aprecio de muchos iraquíes por la actividad desempeñada por el Papa. Pero, en una nación en la que los musulmanes son la gran mayoría –entre ellos el 60% son chíies– y en la que los cristianos no son más que el 4%, se da el serio riesgo de un régimen teocrático.
–En todo Oriente Medio la emigración de los cristianos representa un problema gravísimo. ¿Puede darse en Irak un éxodo en masa de cristianos?
–Monseñor Cordes: No, no he tenido esta sensación. Es más, me parece que su intención es la de ponerse a disposición del país para ofrecer su propia contribución a la reconstrucción humana, civil y material. Es muy bello, en este sentido, el documento que los obispos iraquíes publicaron el pasado 29 de abril, en el que se subraya precisamente con fuerza esta intención y esta disponibilidad. Sin embargo, y aquí volvemos a lo que decía antes, es necesario ofrecer ciertas garantías a las minorías.
–¿Cómo es posible ayudar a Irak en estos momentos?
–Monseñor Cordes: Ante todo es indispensable garantizar la estabilidad y la seguridad. Las exigencias primarias de la población son todavía la distribución del agua, la comida y la electricidad. Luego está el problema de la seguridad, que sigue siendo crítico. Basta pensar que hace unas semanas todo un convoy de ayudas que había salido de Ammán rumbo a Bagdad fue totalmente saqueado en medio del desierto. Por suerte, los saqueadores fueron tan «amables» de dejarles a los camioneros vehículos para que pudieran regresar a Jordania. En estas condiciones, no pueden desarrollarse las actividades de las agencias humanitarias. Por esto, repito, lo mejor para todo y para todos es garantizar cuanto antes la estabilidad y la seguridad.
–¿Cuál es hoy su juicio sobre la guerra?
–Monseñor Cordes: La guerra no crea paz y, por tanto, no pude ser considerada como un medio para destruir el mal en el corazón del hombre. Quisiera añadir, además, que lo que se dijo para justificar el conflicto se ha demostrado que no era verdad. Entonces, me pregunto: ¿por qué no se busca hasta el final otro camino? Por suerte la guerra ha sido breve, y no ha causado destrucciones enormes. Si pensamos en lo que hubiera podido suceder y que muchos temían, no podemos dejar de alegrarnos.