CIUDAD DEL VATICANO, 24 junio 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a recordar la figura de su predecesor, Pablo VI, en el cuadragésimo aniversario de su elección como obispo de Roma.
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1. El pasaje de San Juan, que acabamos de escuchar, nos ha vuelto a proponer una sugerente escena del Evangelio. El Hijo de Dios confía a Pedro su grey, su Iglesia, contra la cual, –como ya había asegurado precedentemente– las puertas de los infiernos no prevalecerán (Cf. Mateo 16, 17-18). Antes de hacer entrega de esta misión, Jesús hace una petición de amor: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» (Juan 21, 15). Pregunta inquietante que, repetida tres veces, recuerda la triple negación del apóstol. Pero éste, a pesar de la amarga experiencia, protesta humildemente: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Juan 21, 17).
¡El amor es el secreto de la misión de Pedro! El amor es también el secreto de los que son llamados a imitar al Buen Pastor en la guía del Pueblo de Dios. «Officium amoris pascere dominicum gregem…» («Encargo de amor es apacentar a la grey del Señor…», le gustaba decir a Pablo VI, haciendo suya una conocida expresión de san Agustín.
2. «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?». Cuántas veces habrá escuchado resonar en su interior estas palabras de Jesús mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, a quien hoy recordamos. Han pasado cuarenta años desde su elección a la cátedra de Pedro, el 21 de junio de 1963, y veinticinco años de su muerte, el 6 de agosto de 1978. Desde joven había trabajado al servicio directo de la Sede Apostólica, junto a Pío XI. De Pío XII fue, durante mucho tiempo uno de los colaboradores más fieles y preciosos. Fue inmediato sucesor del beato Juan XXIII, a quien tuve la alegría de elevar a la gloria de los altares hace tres años. Su ministerio de pastor universal de la Iglesia duró quince años y estuvo marcado sobre todo por el Concilio Vaticano II y por una gran apertura a las exigencias de la época moderna.
Yo también tuve la gracia de formar parte de las sesiones conciliares y de vivir el período del posconcilio. Pude apreciar personalmente el constante compromiso de Pablo VI por el necesario «aggiornamento» de la Iglesia a las exigencias de la nueva evangelización. Al sucederle en la cátedra de Pedro, mi preocupación ha sido la de continuar la acción pastoral que él comenzó, inspirándome en él como en un «padre» y en un «maestro».
3. Apóstol fuerte y humilde, Pablo VI amó la Iglesia y trabajó por su unidad y por intensificar la acción misionera. En este sentido, se comprende plenamente la iniciativa innovadora de los viajes apostólicos, que hoy constituye una parte integrante del ministerio del sucesor de Pedro.
Quería que la comunidad eclesial se abriese al mundo, sin ceder al espíritu del mundo. Con prudente sabiduría supo resistir a la tentación de «adaptarse» a la mentalidad moderna, afrontando con fortaleza evangélica dificultades e incomprensiones, y a veces incluso hasta hostilidades. Incluso en los momentos más difíciles no dejó de dirigir al Pueblo de Dios su palabra iluminadora. Al final de sus días, el mundo entero pareció redescubrir su grandeza y se acercó a él en un abrazo conmovido.
4. Rico es su magisterio y en buena parte orientado a educar a los creyentes en el sentido en el espíritu de la Iglesia. Entre sus muchas intervenciones, me limito a recordar, además de la Encíclica de inicio del pontificado «Ecclesiam suam», la conmovedora profesión de fe, conocida como el «Credo del Pueblo de Dios», pronunciada con vigor en la plaza de San Pedro el 30 de junio de 1968. No es posible tampoco dejar de mencionar los valientes pronunciamientos en defensa de la vida humana con la encíclica «Humanae vitae», y a favor de los pueblos en vías de desarrollo con la encíclica «Populorum progressio», para construir una sociedad más justa y solidaria.
Destacan también las reflexiones personales que solía apuntar durante los retiros espirituales, cuando se «retiraba» consigo mismo, como «en la celda del corazón». Meditaba con frecuencia sobre el puesto al que Dios le había llamado al servicio de la Iglesia, «siempre amada», en el espíritu de la vocación de Pedro. «En esta meditación –anotó en uno de estos retiros– nadie debería estar más comprometido que yo… ¡A entenderla! ¡A vivirla! Señor, ¡qué realidad, qué misterio! … Es una aventura en la que todo depende de Cristo…» (Retiro 5-13 agosto 1963 – «Meditaciones Inéditas» –«Meditazioni inedite– Ediciones Studium).
5. Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios por el don de este pontífice, guía firme y sabio de la Iglesia. En la homilía del 29 de junio de 1978, a poco más de un mes de la conclusión de su entregada existencia terrena, Pablo VI confiaba: «Ante los peligros que hemos delineado… nos sentimos empujados a dirigirnos a Cristo, como única salvación, y a gritarle: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6, 68). Sólo Él es la verdad, sólo Él es nuestra fuerza, sólo Él es nuestra salvación. Confortados por Él, continuaremos juntos nuestro camino» («Insegnamenti», XVI, 1978, p. 524).
A la luz de la meta eterna comprendemos mejor la urgencia de amar a Cristo y de servir a su Iglesia con alegría. Que nos obtenga esta gracia María, a la que Pablo VI, con amor filial, proclamó Madre de la Iglesia. Y que sea precisamente Ella la que acoja entre sus brazos a aquel hijo suyo devoto en la eterna bienaventuranza reservada a los fieles servidores del Evangelio.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
Queridos hermanos y hermanas:
Recordamos hoy el cuarenta aniversario de la elección de mi venerado Predecesor, Pablo VI, a la Cátedra de Pedro. Sus quince años de Ministerio de Pastor universal de la Iglesia, estuvieron marcados especialmente por el Concilio Vaticano II y por su apertura a las exigencias de la época moderna. Su iniciativa de los viajes apostólicos y su rico magisterio dan fe de ello. Sucediéndole me he inspirado en él como un Padre y un Maestro. ¡Demos gracias a Dios por su vida!
Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los de las parroquias de San Francisco de la Vega, de La Nou, a la Asociación de Disminuidos físicos de Aragón, y a los de la Arquidiócesis de Durango, México. ¡Qué el Señor, por la maternal intercesión de María, Madre de la Iglesia, nos conceda la gracia de comprender la urgencia de amar a Cristo y servir con gozo a su Iglesia!