CIUDAD DEL VATICANO, 15 de diciembre de 2003 (ZENIT.org).- La ley del mercado y la globalización no garantizan la justicia, considera Juan Pablo II, se requiere solidaridad para que el afán de lucro no se ponga por encima de la persona.
Así lo aclaró este lunes al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de la República Dominicana ante la Santa Sede, Carlos Rafael Conrado Marion-Landais Castillo (1940, Santo Domingo), profesor universitario que ha desempeñado cargos públicos y fundador de iniciativas sociales y educativas.
«En el mundo de hoy no basta limitarse a la ley del mercado y su globalización; hay que fomentar la solidaridad, evitando los males que se derivan de un capitalismo que pone el lucro por encima de la persona y la hace víctima de tantas injusticias», afirmó el Papa.
«Un modelo de desarrollo que no tuviera presente y no afrontara con decisión esas desigualdades no podría prosperar de ningún modo», subrayó.
«Los que más sufren en las crisis son siempre los pobres –reconoció el obispo de Roma en su discurso–. Por eso, deben ser el objetivo especial de los desvelos y atención del Estado».
«La lucha contra la pobreza no debe reducirse a mejorar simplemente sus condiciones de vida, sino a sacarlos de esa situación creando fuentes de empleo y asumiendo su causa como propia».
Para ello, incidió «en la importancia de la educación y la formación como elementos en la lucha contra la pobreza, así como en el respeto de los derechos fundamentales, que no pueden ser sacrificados en aras de otros objetivos, pues eso atentaría contra la verdadera dignidad del ser humano».
En su intervención el Papa respondió implícitamente a quienes consideran que la Iglesia no debería hablar sobre estos argumentos de carácter económico o de implicaciones políticas.
«Aunque en su servicio a la sociedad no le incumbe a la Iglesia proponer soluciones de orden político y técnico –afirmó–, sin embargo debe y quiere señalar las motivaciones y orientaciones que provienen del Evangelio para iluminar la búsqueda de respuestas y soluciones».
«En la raíz de los males sociales, económicos y políticos de los pueblos suele estar el repudio u olvido de los genuinos valores éticos, espirituales y transcendentes. Es misión de la Iglesia recordarlos, defenderlos y consolidarlos», explicó.
«En la solución de esos problemas no debe olvidarse que el bien común es el objetivo a conseguir, para lo cual, la Iglesia, sin pretender competencias ajenas a su misión, presta su colaboración al gobierno y a la sociedad», concluyó.