SANTIAGO DE CHILE, 1 diciembre 2003 (ZENIT.org).- En una declaración pública difundida este lunes, «Día mundial del SIDA», la Comisión Nacional de Bioética de la Conferencia Episcopal de Chile advierte del riesgo de difundir un «falso sentimiento de seguridad» respecto a la protección que ofrece el preservativo frente al virus y propone una educación sexual que «engrandezca la dignidad humana».

Recuerda, asimismo, las recomendación hecha por organismos internacionales en el sentido de que la forma más segura de evitar el contagio de una enfermedad de transmisión sexual es abstenerse de tener relaciones sexuales o estar en una relación monógama, a largo plazo, con una pareja que ya se sometió a pruebas y que no está infectada.

La Comisión Nacional de Bioética de la Conferencia Episcopal de Chile es un organismo asesor de los obispos en materias de bioética. La integran el médico Patricio Ventura-Junca Tobar, la abogada Carmen Domínguez Hidalgo, y el sacerdote Fernando Chomali Garib.

Por su interés, publicamos el texto íntegro de la declaración.

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Prevenir el SIDA con dignidad

Declaración de la Comisión Nacional de Bioética
de la Conferencia Episcopal de Chile



A la fecha, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y el virus que lo transmite (VIH) han causado más de cuatro mil muertes en Chile y la tasa de infección está todavía en aumento particularmente entre las mujeres. En nuestro país el riesgo de infección proviene fundamentalmente de un ejercicio indiscriminado de la sexualidad. En el 93% de los casos el virus se transmite por esta vía.

Ante esta realidad, surge entonces una pregunta urgente: ¿cómo prevenir verdaderamente este mal que afecta a hombres y mujeres de todos los niveles sociales y de todas las edades, en especial a los jóvenes?

Respecto a la prevención se reconoce que ”la forma más segura de evitar el contagio de una enfermedad de transmisión sexual es abstenerse de tener relaciones sexuales o estar en una relación monógama, a largo plazo, con una pareja que ya se sometió a las pruebas para detectar si tiene una ETS y que usted sepa que no está infectada”(Centers for Disease Control, divisiones para la Prevención de VIH/SIDA, Atlanta 2003).

Sin embargo, hay quienes persisten en acentuar el uso del condón como principal método para prevenir la infección. Si bien es cierto que esta medida disminuye el riesgo de contagio en grupos con conductas sexuales de alto riesgo, tales como personas que difícilmente van a ser capaces de controlar sus impulsos o que tienen un ejercicio compulsivo de la sexualidad, no se justifica extrapolarla a toda la población.

Al respecto, es indispensable tener presente que, de acuerdo con la información epidemiológica disponible, el condón no evita, sino sólo disminuye un posible contagio: su efectividad fallaría en un 20% de los casos (Cochrane Database Syst. Rev. 2001;(3):CDO00325).

La opinión pública debe tomar conciencia de la significativa diferencia que existe entre evitar el riesgo de contraer una enfermedad mortal, a solo disminuirlo, en especial cuando se trata una información que se da a la población general. Al pretender crear conciencia en toda la ciudadanía del uso del preservativo como principal medida efectiva de prevención, se corre el peligro de que éste termine por imponerse y genere un falso sentimiento de seguridad en las personas y que aumente las prácticas de riesgo.

Una mirada distinta y mucho más eficaz para hacer frente a esta epidemia tiene que ver con una visión integral de la persona, que incluye tanto los aspectos relativos a su salud, a la sexualidad, como al valor del matrimonio y de la familia.

Los hombres y mujeres, en sus aspiraciones más queridas, son representados de mejor manera por una visión que promueve el ejercicio de la sexualidad en el contexto de su vocación al amor y del matrimonio, y no solamente como la satisfacción transitoria de un impulso o la mera búsqueda de placer. Esta perspectiva implica una gran responsabilidad respecto del cuerpo propio y ajeno, así como la educación en el autodominio de sí mismo en vistas a un bien superior, como es la promoción del amor y la vida.

Creemos que lo más importante es proponer una educación sexual que engrandezca la dignidad humana, integrando el ejercicio de la sexualidad en el contexto de un amor verdadero con todo lo que implica en cuanto a fidelidad, dominio de sí mismo, capacidad de esperar y de desear y promover el verdadero bien de la persona que se ama. De esta forma se concilia la prevención más efectiva con “una educación que lleve a reencontrar con claridad y con alegría el valor espiritual del amor que se dona, como sentido fundamental de la existencia”, haciendo posible que todos, en particular “los adolescentes y los jóvenes tengan la fuerza necesaria para superar los comportamientos de riesgo”(Juan Pablo II, IV Conferencia Internacional sobre el SIDA 1989)

Es una tarea hermosa pero exigente, en la que habrá que contar con las limitaciones propias de la debilidad humana y de un ambiente que con frecuencia socava estos valores.

Con todo, esto es posible en nuestro país, si esta tarea la asumimos como responsabilidad de todos y de cada uno de nosotros: del Estado, de la comunidad educativa y, en especial, de la familia. Esta última juega un rol decisivo en la formación de las personas a través de la convivencia diaria, del ejemplo de los padres, del diálogo afectivo, de la fidelidad y del respeto. Es el modelo que hay que fortalecer y promover, ayudando a los primeros educadores a irradiar su testimonio de vida. El colegio, la sociedad y el Estado han de complementar esta tarea a través de programas de educación que incorporen el valor de la persona y su realización a través del amor.

La Iglesia Católica, junto con solidarizar y acompañar como madre a quienes sufren la enfermedad, cumpliendo con la responsabilidad que a ella también le incumbe en esta tarea, ofrece una visión integral del ser humano en su vocación al amor que es, al mismo tiempo, el mejor camino para enfrentar este flagelo.

Santiago, 27 Noviembre de 2003