COLOMBO, viernes, 23 enero 2004 (ZENIT.org).- La Iglesia católica en Sri Lanka ha condenado la violencia contra los cristianos registrada recientemente y ha confirmado que no realiza conversiones fraudulentas, si bien, ante la perspectiva de la introducción de una ley anti-conversión, defiende la libertad de conciencia en la elección del credo.
Una ola de violencia contra la comunidad cristiana ha llegado al incendio de dos iglesias católicas: el 18 de enero la iglesia de San Antonio en Hokandara y el 15 de enero la iglesia de San Miguel en Homagama, dos distritos a poca distancia de la capital, Colombo.
Entre el 24 y 29 de diciembre, la organización «Christian Solidarity International» señaló otros 20 incidentes contra los cristianos de diferentes confesiones, con un balance total de 15 heridos. Entre los episodios destaca el ataque a la iglesia católica de Nuestra Señora de Lourdes, el 28 de diciembre, según recoge la agencia de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos «Fides».
En esas fechas, en la capital hubo manifestaciones de monjes budistas y laicos cingaleses contra lo que califican de «conversiones fraudulentas» –por ejemplo, a cambio de dinero— presuntamente realizadas por los cristianos, pidiendo a los políticos la aprobación de una ley específica que prohíba estas conversiones.
En el punto de mira están organizaciones caritativas cristianas acusada de hacer proselitismo bajo pretexto de servicio social.
Contexto socio-religioso de Sri-Lanka
La pequeña isla del subcontinente indio ha estado sacudida por dos decadas de guerra civil entre cingaleses –la mayoría de religión budista– y la minoría tamil –hinduistas–. El conflicto terminó en el 2002, pero las negociaciones entre el gobierno y los rebeldes tamiles están en punto muerto desde abril del 2003.
El país ha estado siempre invadido por un fuerte movimiento nacionalista de raíz budista que ha generado en la minoría tamil la percepción de ser discriminada de la vida política, social, civil y cultural del país. Esta situación fue el preludio de la guerra civil que estalló a principios de los años ‘80
A principios del pasado mes de diciembre, la muerte de un monje budista, instigador de un fuerte nacionalismo budista y protagonista de luchas contra las conversiones religiosas del budismo al cristianismo, añadió otro conflicto.
El venerable Gangodavila Soma Thera falleció en Rusia a causa de un ataque al corazón, como confirmó la autopsia. Pese a ello, algunos medios de comunicación del país especularon sobre la «misteriosa muerte» indicando una posible «conspiración» de los cristianos, a quienes han señalado algunos budistas, contribuyendo así a alimentar las tensiones entre ambas comunidades.
Reacción de la comunidad católica
Tras el incendio de la iglesia de San Miguel en Homagama, el arzobispo de Colombo y presidente de la Conferencia Episcopal de Sri Lanka, monseñor Oswald Gomis, condenó el ataque y pidió a las autoridades acciones inmediatas para detener la violencia religiosa.
«Cristianos y budistas han vivido juntos en este país en armonía –reconoció–. Hemos pasado por una guerra civil los últimos 22 años y no deseamos conflictos religiosos».
Con el aumento de las protestas y de la violencia, la presidenta de Sri Lanka, Chandrika Kumaratunga, cingalés de religión budista, advirtió a budistas y cingaleses que no incitaran al conflicto y que se abstuvieran de usar la violencia contra los cristianos y sus lugares de culto bajo duras sanciones.
En un llamamiento lanzado públicamente, la presidenta invitó a toda la población y a los medios de comunicación a promover la armonía étnica y religiosa en el país.
Aclarando la posición y actividad de la Iglesia católica, que en nada se orienta a conversiones fraudulentas, la Conferencia Episcopal de Sri Lanka difundió el pasado 14 de enero un comunicado en el que aborda también la propuesta de ley anti-conversión.
«Somos conscientes –dicen los obispos– del malestar social presuntamente causado por ciertas actividades de las sectas fundamentalistas cristianas, especialmente por los elementos más radicales».
«La Iglesia Católica –declaran– no está asociada de ninguna forma con ninguna de estas sectas». Y añaden: «No apoyamos ninguna de las medidas, como atractivos materiales o presiones, que se dice que emplean estos grupos para lograr las llamadas conversiones fraudulentas».
«La Iglesia Católica tiene en la más alta consideración y respeto a los otros credos y religiones, mientras sostiene el derecho básico constitucional a practicar, enseñar y propagar la fe católica», pero siempre en el respeto de toda religión y de «la libertad de cada ciudadano de este país», insisten los prelados.
Por ello, la Iglesia Católica no se orienta a «conseguir que gente de otras religiones se convierta por medios erróneos e ilícitos».
Así como el episcopado de Sri Lanka condena los actos ilícitos presuntamente realizados por sectas fundamentalistas, condena «con la misma firmeza todos los actos ilícitos de violencia, tales como la destrucción de lugares de culto y el maltrato de los trabajadores de las iglesias, que actualmente están ocurriendo cada vez con mayor frecuencia».
De todas formas, los obispos de Sri Lanka también se muestran contrarios a cualquier ley que prohíba las conversiones religiosas, pues dicha normativa «sólo exacerbaría aún más la situación» y «llevaría a una grave erosión de las relaciones interreligiosas».
Para los prelados, se deben dejar a la conciencia individual los motivos que lleven a optar por una religión u otra.
«Nosotros no obligamos a nadie a convertirse y unirse a nuestra Iglesia –subrayan los obispos católicos–, pero apoyamos el derecho del individuo a mantener o adoptar una religión de su elección».
La Constitución de Sri Lanka reconoce al budismo una posición relevante, pero garantiza a los fieles de otras confesiones el derecho de practicar la propia fe libremente. En el país, de una población de casi 20 millones de habitantes el 70% es budista, el 15% hinduista, el 8% cristiana (de ésta, el 6,7% es católica) y el 7% es musulmana.