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En el IV Encuentro Centroamericano de Obispos Presidentes de Misiones, de Directores Nacionales de OMP, de Vicarios de Pastoral y Delegados Diocesanos de Misiones, celebrado en San José, Costa Rica, del 16 al 18 de febrero, se aprobaron las Conclusiones del Congreso Americano Misionero, celebrado en la Ciudad de Guatemala del 25 al 30 de noviembre de 2003, llegando de este modo, al final de una importante etapa del proceso pastoral y evangelizador que se puso en marcha hace cuatro años.
Nos complace entregar a las Iglesias particulares de América, en la persona de los Obispos, Presbíteros, Vicarios de pastoral, Religiosos y Religiosas, Laicas y Laicos, estas conclusiones que muestran el dinamismo misionero en los comienzos del siglo XXI. Especialmente las entregamos a cada uno de los congresistas que, “procedentes de todos los rincones del continente americano, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, pasando por las Islas del Caribe” , vivieron días de intensa comunión eclesial y de fecunda experiencia fraternal, en los días memorables del Congreso.
Con estas conclusiones abrigamos la esperanza de entrar en una nueva época que denominamos en expresión de Juan Pablo II, “una gran primavera cristiana para la evangelización en la Iglesia”. Esta es la oportunidad que el Dios de la vida y de la historia nos da para poner en juego, desde la pequeñez y pobreza que nos caracteriza, todas las fuerzas eclesiales al servicio de la nueva evangelización y de la Misión ad Gentes, con la plena conciencia y responsabilidad de asumir el mandato misionero: “vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio” .
Nos anima el ardiente deseo de “entrar sin miedo en las aguas profundas de la historia presente”, lanzándonos al futuro bajo la consigna paulina: “¡Ay de mí sino anuncio el Evangelio!”, y con la profunda conciencia que la vida del continente es la misión.
Durante estos días de trabajo en la etapa del Post-CAM, nos hemos sentido edificados con la presencia activa de Obispos, Directores Nacionales y miembros de las Comisiones Nacionales de Misiones de las Iglesias hermanas del Continente.
Agradecemos y valoramos el mensaje del Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Cardenal Crescenzio Sepe y la presencia de su enviado, Mons. Massimo Cenci, subsecretario de dicha Congregación, a este importante IV Encuentro que nos sitúa en la perspectiva de un mayor compromiso con la misión ad gentes desde Centro América.
Hemos traído como ofrenda a los pies de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona del pueblo costarricense, estas Conclusiones con la esperanza que su implementación produzca los frutos de un mayor compromiso con la misión ad gentes en todo el Continente.
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Conclusiones
del Segundo Congreso Americano Misionero (CAM2) y
Séptimo Congreso Misionero Latinoamericano (COMLA7)
Introducción
Estas Conclusiones son el fruto del trabajo realizado por los participantes en el Segundo Congreso Americano Misionero (CAM 2), Séptimo Congreso Misionero Latinoamericano (COMLA 7), que se realizó en la Ciudad de Guatemala del 25 al 30 de noviembre del 2003. Son el resultado también de la reflexión realizada con la ayuda del Instrumento de Trabajo en las iglesias particulares del Continente, durante el año preparatorio a la realización del Congreso. Efectivamente, como elemento indispensable para fomentar la participación de los fieles en las iglesias particulares en la celebración del Congreso, se elaboró un Instrumento de Trabajo que constaba de nueve capítulos o temas. Durante un año en las iglesias particulares de cada país se reflexionó sobre cada uno de estos temas y se elaboró una síntesis nacional. Los congresistas, muchos de los cuales habían participado en sus diócesis en la reflexión sobre los temas del Instrumento de Trabajo, traían los resultados de la reflexión realizada en sus respectivos países.
Durante la celebración del Congreso, los congresistas fueron asignados, según su preferencia, a uno de los nueve grupos temáticos que se crearon para el trabajo de las tardes. Cada uno de estos nueve grupos temáticos correspondía a uno de los capítulos del Instrumento de Trabajo. Aproximadamente 300 personas reflexionaron y trabajaron cada uno de los temas. Para facilitar el diálogo se dividieron en grupos (de 30) y subgrupos (de 6 personas). Los coordinadores asignados a cada uno de los grupos temáticos se reunían para elaborar, al final de cada día, la síntesis de cada tema.
Se trabajó durante tres tardes. En la primera se planteó a los grupos de reflexión una pregunta sobre la situación humana, social, eclesial, misional, espiritual, de acuerdo con la reflexión desarrollada en el tema respectivo. Se les dijo: MIRA tu realidad. En la segunda tarde se les pidió que escucharan la voz de Dios, el sueño de Dios sobre esa realidad, es decir, que propusieran lo que la Palabra de Dios y la fe de la Iglesia tenían que decir sobre ella. Se les dijo: OYE la Palabra de Dios. En la tercera tarde se les pidió que indicaran qué acciones se debían promover, para que la realidad, descrita en la primera tarde, se adecuara más a los designios de Dios, indicados en la segunda tarde de trabajo. Se les dijo: MUÉVETE. Este trabajo de grupos, se realizó, pues, de acuerdo al método tan tradicional ya en la Iglesia latinoamericana, del VER, JUZGAR Y ACTUAR. Expresiones que se transformaron en: MIRA, OYE, MUÉVETE.
Presentamos a continuación una versión unificada y sintética de los resultados de la reflexión. Este documento se basa en los resultados, recogidos en las nueve hojas de tres columnas, fruto del trabajo de los grupos temáticos. Ellos son referencia obligada para una ampliación de los contenidos y se adjuntan a este documento como apéndice.
MIRA
1. La tarea evangelizadora de la Iglesia se ha consolidado en el Continente, y la misión ad gentes comienza a ser una fuerza determinante e incisiva, que está renovando la Iglesia en la medida en que toma mayor conciencia de su naturaleza misionera. Nos alegra comprobar la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia de muchos fieles y comunidades cristianas, así como la vivencia de la santidad y la entrega de la propia vida en el martirio. Esta fecunda experiencia tiene su origen y fundamento, su dinamismo y proyección, en el encuentro personal con Jesucristo vivo, camino de conversión, comunión y solidaridad. Sin embargo, el divorcio entre fe y vida, en no pocos cristianos y comunidades de América, provoca desánimo en los agentes de pastoral, deserción entre los fieles, y obstaculiza seriamente la misión evangelizadora de la Iglesia, y la transformación de las condiciones infrahumanas en que vive la mayoría de nuestro pueblo.
2. En muchas iglesias particulares existen incipientes y esperanzadoras señales de un despertar misionero. Se descubre en ellas un esfuerzo por crear un proceso de evangelización, cuyos ejes son las pequeñas comunidades y la promoción del laicado. Sin embargo, en los planes pastorales de nuestras iglesias particulares casi nunca se considera la dimensión misionera como un eje transversal, aun cuando el magisterio eclesial la privilegia. La conciencia de nuestra identidad misionera y la formación específicamente misionera, en todos los niveles de nuestras iglesias particulares, es pobre. Por ello, es alentador comprobar el esfuerzo de los laicos por formarse y buscar compromisos concretos, con el apoyo y el celo de muchos de sus pastores. Sin embargo, pesan las consecuencias de una pastoral centrada en la actividad de los ministros ordenados, conservadora y autoritaria; además, con poca conciencia de misionariedad y de responsabilidad histórica con las realidades temporales. Aún así, animados por el testimonio de los santos y mártires americanos, creemos que se ab
ren nuevos horizontes para el impulso misionero.
3. La mayoría de los agentes de pastoral de las Iglesias particulares, carecen de una adecuada formación para promover de una manera eficaz la animación misionera. Constatamos que tal situación se da en la mayoría de los obispos, y como consecuencia en los sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos y laicas. El resultado es que la Iglesia local no se articula y organiza suficientemente en orden al mandato de anunciar a Cristo. Al mismo tiempo, nos alegra y anima constatar que una expresión de la evangelización e inculturación de la fe en las iglesias particulares del Continente son la persecución y el martirio, que han sufrido catequistas, delegados y delegadas de la Palabra, sacerdotes, religiosos y religiosas, obispos, como también pastores y miembros de iglesias evangélicas. La experiencia de fe y el testimonio de vida de muchos bautizados ha contribuido a la difusión del Evangelio.
4. Las parroquias todavía no han logrado asumir la dimensión misionera de su acción pastoral, de ahí que sea evidente la ausencia de sentido y proyección misionera ad gentes. El problema se sitúa en la falta de formación misionera para todo bautizado. También muchas de ellas no cuentan con planes inculturados de pastoral de conjunto, donde se manifiesta la dimensión misionera de la parroquia. Los acontecimientos eclesiales recientes -la celebración del Gran Jubileo de la Redención, las visitas del Santo Padre al Continente Americano, el Año del Rosario, el Sínodo de Obispos de América, la Canonización y Beatificación de Santos de América, el Año Santo Misionero y el Congreso Americano Misionero -, que han generado un despertar misionero en los laicos, religiosos y religiosas, diáconos, sacerdotes y obispos de América, pero nos falta más empeño pastoral, para hacer realidad lo que nos sugieren los documentos eclesiales acerca de la proyección misionera de la parroquia.
5. Las Obras Misionales Pontificias, especialmente la Infancia y Adolescencia Misionera, así como el testimonio de los misioneros y misioneras ad gentes, han contribuido a fomentar el creciente despertar de la conciencia misionera de laicos y laicas, en el compromiso misionero de las iglesias particulares. Sin embargo, constatamos que es insuficiente la coordinación y colaboración de las diversas instancias misioneras presentes en cada país.
6. En el ámbito eclesial todavía no se ha logrado la puesta en marcha de procesos de animación y formación en la misión ad gentes, que sustenten la espiritualidad en el pueblo de Dios, y fomenten la conciencia y responsabilidad misionera en todo bautizado. Más bien, con frecuencia, nos hemos contentado con una pastoral sacramentalista sin el fundamento de la formación, sin el encuentro personal con Jesucristo vivo, y sin el debido acompañamiento evangelizador. Ello ha obstaculizado seriamente el despertar de la conciencia misionera desde la niñez, pasando por la juventud, hasta llegar a las familias y a todo el pueblo de Dios; también ha provocado en muchos la falta de identidad cristiana, la conciencia eclesial y el divorcio entre fe y vida. Sin embargo, comprobamos que a medida que las comunidades cristianas descubren su identidad misionera, mediante procesos pastorales de formación y de animación fieles al Evangelio, a la Iglesia y a la realidad histórica, se da un impulso duradero a la misión ad gentes de la Iglesia particular.
7. Se pueden señalar tres fortalezas de la Iglesia en América, que auguran un futuro esperanzador:
a. La Iglesia en América, mantiene viva la opción por los pobres, va promoviendo procesos de inserción en el mundo de los excluidos, y se constituye en la voz profética de los sin voz, defendiendo la vida, inclusive con el testimonio martirial. Esta postura, eminentemente evangélica, ha favorecido la conciencia y participación misionera de los miembros del Pueblo de Dios. Pero a la vez, se percibe en no pocos agentes pastorales, cansancio y un cierto desencanto por los precarios resultados y, en algunos sectores de la jerarquía, indiferencia y conformismo.
b. La religiosidad popular, como expresión de fe, ofrece elementos de comunión y celebración que apoyan la espiritualidad del pueblo de Dios y muestran la riqueza de sus valores, pero exigen una mejor evangelización.
c. La inculturación ha sido uno de los caminos más eficaces en el anuncio del Evangelio, facilitando el despertar misionero, que experimenta el Continente americano. Se constata el esfuerzo de las iglesias locales por inculturar el Evangelio, uniendo la fe y la vida, apoyando el rescate de la identidad cultural y el protagonismo de nuestros pueblos.
8. En cambio, entre los condicionamientos históricos actuales que representan un reto para el desarrollo de la actividad misionera de la Iglesia, el Congreso destaca:
a. El fenómeno de la globalización: su incidencia en la tarea misionera de la Iglesia se percibe como la gran oportunidad para vivir la catolicidad e ir más allá de las propias fronteras culturales y geográficas para el anuncio del Evangelio de la vida. Tal fenómeno, por una parte, está poniendo en evidencia una profunda y aguda crisis de valores humanos, religiosos, sociales y culturales y un deterioro de la situación económica; por otra parte, al ser más de corte economicista que humanista, está incrementando las condiciones de pobreza y exclusión, potenciando los flujos migratorios hacia las megápolis y favoreciendo la desintegración familiar. Se reconoce, además que la Iglesia no ha asumido un papel claro ante el desafío que plantea la globalización.
b. En relación con el aspecto anterior está el agudo problema de las migraciones humanas, provocadas por la precaria situación de subdesarrollo en los países de origen. Este problema tiene sus repercusiones en la familia, provocando su desintegración, y en la pérdida de valores humanos, sociales y religiosos. Frente a ese fenómeno el esfuerzo solidario de nuestras iglesias locales ha sido insuficiente.
c. Asimismo, constatamos que existen otros desafíos como los grupos fundamentalistas, los nuevos movimientos religiosos y, en contraposición el proceso preocupante del secularismo, en el que están inmersos muchos de nuestros pueblos americanos.
9. Los Medios de Comunicación Social ejercen una influencia poderosa y preocupante sobre la vida de los pueblos. Se está dando la primacía a los grandes intereses económicos en los países del Continente. Los centros de poder financiero, económico y político monopolizan los medios masivos de comunicación social, porque manejan ingentes recursos, y así pueden manipular nuestros pueblos, amenazando las identidades culturales y locales, y generando una cultura materialista, individualista y de sectarismo religioso. Muchos creyentes se ven atraídos por los estilos de vida que ofrecen, por las corrientes de pensamiento que plantean, y por los nuevos movimientos religiosos que difunden y optan por ellos. Reconocemos, con todo, el gran valor de los medios de comunicación social, como instrumentos para el anuncio del Evangelio a todas las gentes. Además somos conscientes de que pueden colaborar en la motivación, la participación y el compromiso de los laicos en diversas tareas apostólicas, así como para el desarrollo de los pueblos y para una mayor democratización en las sociedades del siglo XXI.
OYE
1. El camino de la misión exige la búsqueda del Reino de Dios y su proyecto de vida: Que todos tengan vida y vida en abundancia (cf, Jn 10,10) para que lleguemos a ser hijos de Dios, miembros de una misma familia. Es así como se coopera al discernimiento teológico y espiritual, que permite a la Iglesia identificar su proyecto de vida con el designio de Dios, que el Espíritu anima en el mundo, en la creación, en la historia. “Como el Padre m
e envió a mí, así los envío yo a ustedes” (Jn 20, 21). Este proyecto se expresa en la palabra de Jesús: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” (Mt 28,19-20).
Todos los bautizados están invitados a tomar conciencia del compromiso evangélico, asumiendo la radicalidad de la cruz en medio del pueblo, hasta dar la vida como Jesús (testimonio de los mártires). Esto exige pasar de una fe aprendida (sociológica), a una fe vivida (cf .Mt 5, 48; NMI 30). Dios quiere que todos en la creación generen vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10) para ser así signos de los valores del Reino de Dios.
2. La Iglesia particular es responsable de la misión. Dios quiere una Iglesia viva y creativa que fortalece la fe de sus miembros, propiciando la promoción y creación de comunidades cristianas, que sean signo y faciliten el encuentro con Jesucristo, en el amor al prójimo y en la práctica sacramental en comunidad. Esta Iglesia impulsa la vocación ad gentes (cf. AG 5). El Congreso puso el acento en las iglesias particulares como lugar, donde se toma conciencia de la importancia ineludible de la misión, llevada adelante al estilo de Pablo (1Cor 9, 16), como camino de la comunidad, y a la vez como lugar de toma de conciencia de la sed del Evangelio, en la vida de los pueblos (“¿cómo voy a entender si nadie me explica?”, Hch 8, 31; cf. RMi 83). La misión implica siempre para la Iglesia particular, el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo (cf. EAm 66), pues esto es la dicha y esencia de nuestra Iglesia (cf. AG 2; EN 14). La Iglesia particular está llamada a ser tierra fértil y disponible (cf. Lc 8, 8-15), que se deja moldear por el Espíritu Santo, para ser escuela de espiritualidad misionera, que nos forma como verdaderos discípulos de Jesús. Esto no se realizará si no se incluye explícitamente en los planes pastorales diocesanos y parroquiales (cf. RMi 83).
Dios quiere una Iglesia en América que continúe siendo profética, consciente de su misión evangelizadora, como signo de su compromiso con el anuncio del Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 28,20).
3. El contenido del anuncio misionero es Jesucristo. Gracias a la acción del Espíritu, la misión es ante todo el anuncio de Jesucristo vivo, que exige la conversión a una vida de comunión y solidaridad, que encarne los valores del Reino, para ser así testigos del Evangelio de la vida aquí y ahora y más allá de las fronteras (cf. 1 Tim 2, 4; RMi 87). Dios quiere que todos lleguen a ser sus hijos e hijas en Cristo y que la humanidad entera se convierta en imagen y signo visible de la comunidad Trinitaria. Para esto nos envía a Jesús y a su Espíritu, confiando a la Iglesia la misión de anunciar su Reino (Mt 28, 19; Mc 3,13; 1Tm 2,4).
4. La Iglesia particular debe proveerse de aquellas instancias de animación y formación misionera, que le permitan hacer vida el Evangelio de Jesús, como camino de encuentro con Dios y de transformación de las condiciones de vida de los pueblos. Una vez más, la Iglesia se coloca como servidora del plan de Dios, donde nace el verdadero sentido de la misión, de modo que por medio de Cristo, la humanidad entera se convierta en imagen y signo visible de la Trinidad. Para esto, ayer y hoy, el Señor Jesús sigue confiando su Espíritu a la Iglesia, el Espíritu que desinstala cada día a la Iglesia, y la coloca en camino y a la espera de la realización del Reino de Dios (Mt 28, 19; Mc 3, 13; 1Tim 2, 4).
El Espíritu Santo es el protagonista de la misión en la Iglesia, y la enriquece con la diversidad de dones, carismas y ministerios. En este mundo dividido, la Iglesia está llamada a ser signo de unidad para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre (Jn 17, 21).
La Iglesia como comunidad, pueblo de Dios en la historia, asume este reto con los criterios de las Bienaventuranzas, que la colocan como signo de contradicción frente a tantas realidades que hoy niegan al Dios de la vida; esto será motivo una vez más, de persecución, camino que a lo largo de la historia se ha presentado a la Iglesia como momento de purificación y cercanía al Espíritu del Resucitado (Mt 5, 1-11; Mc 8, 34; Ap 2, 10b).
5. Las Comunidades locales de la Iglesia se fortalecen, hermanan y renuevan en el compromiso de la misión. Es la conciencia que nace de la lectura del mandato de Jesús en el evangelio (Mt 28, 19-20). Dios es Trinidad, que manifiesta la unidad en la diversidad, por su Espíritu ha sembrado las semillas del Verbo en cada cultura. La Iglesia está llamada a defender la identidad de cada pueblo y encarnar el Evangelio para que dé frutos en su vida.
Son las comunidades las que deben hacer posible el encuentro con Jesús para vivir su proyecto y anunciarlo hasta los confines de la tierra: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20); como para Pablo, ¿puede una comunidad cristiana evadirse del anuncio del Evangelio, y llamarse comunidad de Jesús? “¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9, 16). Es la comunidad local la que realiza el proyecto misionero, pues prepara, forma, se solidariza con otras iglesias, y mantiene viva la esperanza. Al respecto es importante lo que puntualiza la NMI sobre las Iglesias locales.
6. La espiritualidad misionera nace del encuentro con Jesucristo: “La Iglesia en América debe hablar cada vez más de Jesucristo” (EAm 63), renovándose cada día en el Espíritu de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-8), que la fortalece en el camino de la misión (AG 2), y la realiza desde la pequeñez, la pobreza y el martirio (cf. Puebla 368). Esa espiritualidad encarnada permite discernir el paso de Dios en la historia, en la vida de cada comunidad y de cada pueblo, donde la Iglesia hace memoria viva de la Encarnación del Verbo e interpreta los signos de los tiempos. La Iglesia acompaña al pueblo desde la experiencia de Dios, respeta y dialoga con las culturas, tiene presente los valores del Reino y reafirma la madurez de la fe, hasta alcanzar la plenitud de Cristo (cf. Ef 1, 22).
7. Sujetos y protagonistas de la misión. La misión es patrimonio de toda la iglesia: de laicos, religiosas, religiosos y sacerdotes. Los laicos se reafirman cada día más en esta misión.
El evangelio nos permite reafirmar el valor de la persona humana y su dignidad al iluminar la realidad que nos toca vivir, en medio de pobrezas, desigualdades e inseguridades, fruto de tantas violencias, que afligen hoy al ser humano. En medio de esta realidad, la misión promueve una evangelización que impulsa transformaciones fundadas en la fraternidad, la verdad, la solidaridad, el amor, la liberación, la justicia… (cf. Lc 4, 18-19, Jn 10,10; Mt 25, 31-46; Mc 1, 14-15). No cabe duda de que para la Iglesia son muy importantes las familias, los jóvenes, los niños, la mujer… y para todos ellos la conciencia misionera debe enfrentar proféticamente los cambios necesarios que apunten al fortalecimiento del don de la vida.
8. El Espíritu del Señor Jesús hace nuevas todas las cosas, y ante los retos de la historia, propone siempre nuevos caminos para el anuncio del Evangelio de la vida. La comunidad cristiana sigue siendo el camino para el anuncio del Evangelio, la comunión de la vida, la promoción de la verdadera fraternidad. La Iglesia lo hace desde los criterios que animan el crecimiento del Reino de Dios: la pobreza y la humildad, donde Dios se hace fuerte en medio de la debilidad. Como creyentes rechazamos los triunfalismos, la tentación del poder, la prepotencia de los medios. En el anuncio del Evangelio de Jesucristo, la Iglesia discierne los caminos por donde transita la vida de los pueblos, pues su historia, su tradi
ción y su cultura son lugares del encuentro con Dios. Los nuevos caminos que el Espíritu nos descubre para el anuncio del Evangelio necesitan también de las formas nuevas de transmitirlo; de aquí la importancia de los Medios de Comunicación Social (MCS) y su utilización, de modo, sin embargo, que no contradigan los criterios evangélicos y todas sus consecuencias.
9. Los grandes desafíos de la misión para la Iglesia hoy, son: la globalización, la emergencia de las culturas y el grave fenómeno de las migraciones.
El Espíritu de Dios está presente en la historia y en la vida de los pueblos; en Jesús se nos ha ofrecido el modo más original y definitivo de encuentro con el Padre. Desde la experiencia de la primitiva Iglesia, en que se dio plenamente el don del Espíritu, toda comunidad cristiana está llamada a hacerse instrumento apropiado y eficaz para impulsar hoy la globalización de la solidaridad: nosotros intentamos hacerlo desde la pequeñez, la pobreza y el martirio, realidades que nos recuerdan nuestro carácter de peregrinos, buscadores de Dios y sembradores de esperanza.
La fecundidad del Evangelio de Jesucristo ha de encontrar en cada cultura un ámbito original que haga posible desde valores propios, el encuentro con el Dios de la vida; la Iglesia está llamada a defender la identidad de cada pueblo y a encarnar el Evangelio, para que dé frutos de vida.
En este mundo, el Evangelio nos muestra que el don de la fraternidad que ha suscitado el Espíritu en la Iglesia no tiene fronteras, ni ideologías, ni fisonomías políticas. La Iglesia es familia-comunidad, acogedora, defensora de la vida y de los derechos humanos, servidora de los más pobres y atenta como María a los signos de los tiempos; promueve la paz, la justicia y la solidaridad. Se hace compañera de la historia y de la vida de los emigrantes, presencia de vida, dignidad y esperanza.
10. La misión de la comunidad cristiana tiene un reto inédito ante los desafíos del “mercado de lo religioso” , provocado por la afluencia de grupos fundamentalistas y de nuevos movimientos religiosos.
La Iglesia, como comunidad cristiana, no puede cambiar el estilo de vida de Jesús; su actuación, sus signos, su palabra, seguirán siendo su norma, que recrea en las realidades de hoy a partir de planes pastorales, que apuntan a hacer tan efectiva como dinámica su presencia en medio de las urgencias del mundo. La Iglesia debe superar la tentación de la competencia y el marketing; la imagen de su presencia en esta historia ha de seguir los criterios de la comunidad que nació al calor del seguimiento de Jesús (cf. Hch 2, 42-47), donde cuenta sobre todo el encuentro con Jesucristo vivo, la oración, la escucha de la Palabra, la docilidad ante la enseñanza de los apóstoles, la fracción del pan (Eucaristía-compartir bienes), y el compromiso con la vida de los pobres.
La comunidad cristiana debe colocar, como gran criterio para fortalecer su camino, la formación y vivencia de los sacramentos, que permitan un verdadero encuentro con Jesucristo, con el Padre, con el Espíritu que es alma de la comunidad.
Los valores de los pueblos asumen el rostro cultural de los momentos más representativos de su propia historia; ante esta realidad la religiosidad popular permite a la Iglesia profundizar en el alma de los pueblos, donde el misterio de Jesucristo y su Evangelio, el misterio del Dios vivo, aparecen coloreados con los sentimientos de generaciones y generaciones. Ellas han depositado en el arte, las tradiciones y la literatura, su preciosa herencia, mostrando así hasta qué punto la presencia del Crucificado Resucitado forma parte del caminar de su Iglesia.
MUÉVETE
A partir de la revelación de Dios y de la realidad de nuestras iglesias particulares, los congresistas recomendamos algunas líneas de acción pastoral para impulsar la misión ad gentes.
1. La iglesia particular debe asumir su misión profética anunciando la Buena Nueva de Jesús, acompañando al pueblo (emigrantes, minorías étnicas, grupos humanos desfavorecidos), manteniendo la fidelidad al Evangelio de la vida, valorando el testimonio de los mártires, asumiendo el proceso necesario de inculturación.
Igualmente corresponde a la Iglesia particular promover los procesos de intercambio con otras Iglesias, en diálogo respetuoso con las diversas culturas, para que éstas expresen la liturgia, la fe y la vida en las formas propias de cada pueblo; asimismo le corresponde a la Iglesia particular fortalecer y crear centros de formación permanente que impulsen la misión ad gentes.
2. La parroquia ha de ser para todo creyente el espacio privilegiado del encuentro con el Resucitado, para confirmar así el carácter testimonial de sus miembros. Ella ha de tener un acompañamiento cercano y fraterno de todos los que tienen alguna responsabilidad en ella. La parroquia debe impulsar y fortalecer la formación misionera específica, para suscitar en sus miembros la conciencia y el compromiso misionero. Para esto las parroquias deben lograr planes inculturados de pastoral, que incluyan la dimensión misionera.
3. La recomendación pastoral principal, para los múltiples aspectos que hemos tratado en el congreso, concierne la formación en todas sus formas. Encomendamos, pues, propiciar los procesos de animación y formación misionera integral a todo agente de pastoral, sea laico o ministro ordenado, y en cada comunidad cristiana y en cada iglesia particular.
Debe ser una formación fundamentada en la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y la realidad de nuestros pueblos, dándole prioridad a la teología, la pastoral y la espiritualidad misioneras, que permitan a cada bautizado redescubrir su identidad misionera e infundir los valores del Reino en las realidades temporales del mundo, y a las comunidades cristianas redescubrir su naturaleza misionera.
Ello exige el fortalecimiento y la creación de centros de formación permanente en el ámbito diocesano y nacional, con capacidad para impulsar la misión ad gentes. Estos procesos formativos deben darse a nivel parroquial, diocesano y nacional y han de impregnar de espíritu misionero toda la acción pastoral de la Iglesia.
Se ha de poner especial atención a la formación de los comunicadores sociales, para que puedan utilizar adecuada y profesionalmente los medios de comunicación social, y tengan la capacidad de darle sostenibilidad y autonomía económica a dichos medios.
4. Puesto que la fe debe ser vivida desde la propia cultura, se hace perentorio impulsar en las iglesias particulares la inculturación del evangelio, con el fin de formar pequeñas comunidades eclesiales vivas y abiertas, que puedan seguir escribiendo, en los inicios del siglo XXI, el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Estas comunidades han de inspirarse en el testimonio de los mártires y en la santidad de vida, para que sean espacios de fraternidad y solidaridad, anuncien el Evangelio de la vida, celebren el misterio pascual y vivan la alegría del discipulado de Cristo. Estas comunidades han de clarificar y fortalecer la identidad cristiana y su sentido de pertenencia a la Iglesia, desde una sentida experiencia de Dios; han de propiciar el diálogo y la convivencia intercultural y ser fermento de cambio para el desarrollo de los pueblos.
5. La dimensión misionera de la pastoral ordinaria y, en particular, la dimensión de la misión ad gentes impregnará los ánimos, las actitudes y las acciones de las personas y las comunidades, en la medida en que se incluya en los planes pastorales de las diócesis y parroquias. Por tanto, se hace necesario plantear una pastoral de conjunto, planificada en las Iglesias particulares, desde el dinamismo de una espiritualidad misionera que se nutre del encuentro con Jesucristo vivo, camino de comunión, conversión y solidaridad, capaz de suscitar vocaciones misioneras ad gentes
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a. La misionariedad ha de ser el eje transversal de todos los planes pastorales diocesanos y parroquial; además, debe promover la diversidad ministerial, la participación del laicado, especialmente de la mujer, en ámbitos de decisión.
b. Dentro de esa pastoral de conjunto se ha de dar prioridad a la pastoral social, que promueva y defienda la dignidad humana, denuncie los mecanismos de la contracultura de la muerte, propicie la formación de una sana conciencia critica, y abra espacios para una efectiva y activa solidaridad.
c. También ha de ser prioridad la pastoral familiar para atender y acompañar a las familias, especialmente a las más pobres, promover su formación integral que las impulse a practicar los valores del Reino de Dios, potenciando así la conciencia y responsabilidad misionera ad gentes.
d. Finalmente, ha de ser prioritaria la pastoral de la movilidad humana para asegurar el acompañamiento al emigrante y su familia y luchar por la eliminación de las causas que provocan los flujos migratorios.
6. La acción pastoral debe tener en cuenta ciertos rasgos o elementos con el fin de potenciar la dimensión misionera de la Iglesia. Los congresistas señalamos concretamente:
a. Creación de espacios de formación misionera para las familias, jóvenes y niños, impulsándolos a ser protagonistas de la acción evangelizadora en su entorno y en una perspectiva ad gentes.
b. Un efectivo acompañamiento al pueblo de Dios, especialmente: emigrantes, indígenas, colectivos humanos desfavorecidos, en fidelidad al Evangelio de la vida, en sintonía con el testimonio de los mártires, y en coherencia con los procesos de inculturación.
c. Promoción de una mayor conciencia crítica frente a la globalización, mediante el impulso de formas concretas de solidaridad y la efectiva colaboración con organizaciones que promueven estilos de vida alternativos, y trabajan por el desarrollo integral de las personas y de las comunidades.
d. Fortalecer la formación catequética sobre los sacramentos, para que sean verdaderos encuentros salvíficos que permitan dar razón de nuestra fe en la tarea de anunciar el Evangelio.
e. Acompañar las manifestaciones religiosas populares para lograr inculturar el Evangelio y vivenciar una espiritualidad cristiana profunda y abierta a la misionariedad de la Iglesia.
Conclusiones entregadas en el IV Encuentro Centroamericano de Misiones,
en la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, Cartago, San José, Costa Rica,
18 de febrero de 2004