CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 26 marzo 2004 (ZENIT.org).- Para comprender que la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la Pascua, constituye el acontecimiento más importante de la historia, es necesario comprender el significado espiritual de la Escritura, considera el predicador del Papa.
El sentido espiritual o alegórico de las narraciones del Nuevo Testamento sobre esos momentos de la vida de Jesús, corazón de la fe de los cristianos, se convirtió en el tema de la meditación que padre Raniero Cantalamessa dirigió este viernes al Papa y a sus colaboradores de la Curia Romana.
El fraile capuchino, después de haber explicado en una meditación precedente el sentido histórico de estas narraciones, afrontó en la capilla «Redemptoris Mater» el sentido técnicamente «alegórico» de las Escrituras, es decir, «lo que hay que creer» al leerlas.
Esto se muestra con claridad, reconoció, en estas fórmulas: «murió por nuestros pecado; resucitó por nuestra justificación». «»Murió», «resucitó» indican hechos, son afirmaciones históricas; «por nuestros pecados», «por nuestra justificación», son afirmaciones históricas, pero de fe, indican el sentido místico de los hechos».
«Pensándolo bien, éste es precisamente el significado de fe que hace que la muerte y la resurrección de Cristo sean acontecimientos «históricos», si por «histórico» no sólo nos referimos al hecho desnudo, sino al hecho y a su significado», aclaró.
«En este sentido, la muerte y resurrección de Cristo es el hecho más «histórico» de la historia del mundo, pues es el que más ha incidido en el destino de la humanidad. También en estos días estamos viendo cómo todo lo que afecta a este acontecimiento tiene el poder de agitar a las conciencias y de suscitar reacciones», subrayó.
El padre Cantalamessa considera que quien mejor ha explicado el «significado para la fe del acontecimiento de la Pascua de Cristo es el apóstol Pablo», en el que subraya «dos elementos»: «un aspecto negativo, que consiste en la eliminación del pecado, o justificación del impío; y un aspecto positivo, que consiste en el don del Espíritu y de la vida nueva».
Tras la Reforma protestante, añadió el predicador, las polémicas teológicas han hecho que de estos dos elementos se subraye «casi exclusivamente el negativo, el de la eliminación del pecado».
«Pero, en realidad, para Pablo de los dos aspectos de la salvación –la justificación del impío y el don del Espíritu– el segundo es el más importante. Habla de él en todas sus cartas, mientras que de la justificación por la fe sólo lo hace en las cartas en las que tiene que defender su propia misión con los gentiles».
«La justificación del impío y la remisión de los pecados para Pablo no son más que la condición para recibir el don más bello y completo de la Pascua de Cristo, es decir, su Espíritu», indicó el religioso.
«Muchos están convencidos de que el nacimiento y el desarrollo arrastrante del movimiento pentecostal y carismático dentro de las diferentes Iglesias cristianas se explica en parte como reacción a una insistencia demasiado unilateral en el problema de la justificación por la fe que ha dejado en la sombra la doctrina y la experiencia del Espíritu».
Por este motivo, la renovación carismática, añadió, «constituye hoy según las estadísticas, el segmento de mayor crecimiento del cristianismo» (“the fastest growing segment of Christianity”)».
Esta visión «podría ayudar a encontrar finalmente la solución a problemas que se arrastran desde hace siglos y sobre los cuales ni siquiera ha logrado encontrar pleno acuerdo la Declaración conjunta de la Iglesia católica y de la Federación luterana», sobre la doctrina de la justificación (firmado en Augsburg, en 1999).
«En la teología y espiritualidad del movimiento pentecostal, la justificación por la fe no es vista sólo como un elemento exterior de justicia que deja al creyente como era antes», por el contrario, se comprende que «el Espíritu Santo transforma verdaderamente a la persona, dándole un corazón nuevo y habitando en ella».
«Sería muy triste que todo esto se quedara confinado dentro de un solo movimiento eclesial y no contagiara, como consecuencia, en la sustancia y en las formas, a toda la Iglesia, como «corriente de gracia» fecunda».
Ahora bien, dijo antes de concluir el predicador, no es suficiente con determinar el significado de fe contenido en la Pascua –la liberación del pecado y el don del Espíritu–, «es necesario preocuparse también de la intensidad con que se cree»
«Hablamos de esa fe existencial. ¿Qué podemos hacer para reforzarla, para hacerla crecer, si es fundamentalmente un don de Dios, no un fruto de nuestra voluntad?», preguntó al Papa y a sus colaboradores.
«Tenemos que comenzar revitalizando la capacidad para maravillarse ante ella. En un canto negro espiritual se dice: «Pero yo estoy rezando, ¡puedo rezar!», como si se diera cuenta con sorpresa que está haciendo algo que creía imposible, como si dijera: «estoy volando»».
«Tenemos que hacer lo mismo con la fe –concluyó–: tomar conciencia del don inmenso, del privilegio increíble que es el poder creer, maravillarnos y no dejar de dar gracias a Dios Padre por ello. Exclamar, maravillados, como el ciego de nacimiento curado por Jesús: «¡Veo, veo!»».