La Santa Sede exige adoptar y aplicar la Convención contra las minas antipersonales

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 4 julio 2004 (ZENIT.org).- La Santa Sede ha hecho un llamamiento apremiante para que todos los países adopten y respeten la Convención de Ottawa sobre la prohibición del uso, almacenamiento, producción y transferencia de las minas antipersonales y su destrucción.

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En nombre del Papa, así lo pidió el arzobispo Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, al intervenir en la reunión preparatoria de la primera Conferencia de examen de la Convención de Ottawa celebrada en Ginebra entre el 28 y el 29 de junio.

La conferencia se celebrará en Nairobi (Kenia), del 29 de noviembre al 3 de diciembre de 2004, y según reveló monseñor Tomasi, Juan Pablo II se hará presente en la misma enviando un «mensaje particular».

Al referirse a las minas antipersonales, definidas en ocasiones como «arma de los pobres», el nuncio apostólico constató que «han hecho todavía más pobres a los países pobres».

«Han dejado a sus víctimas sin manos y sin pies, a los niños sin porvenir, a los campesinos sin tierras que cultivar, y a las jóvenes generaciones sin un futuro en su tierra ancestral, en la que la única alternativa es el desarraigo y la emigración hacia un mañana incierto», denunció.

«Una simple ojeada a la geografía de los países más afectados por las minas antipersonales es suficiente para darse cuenta de esta injusticia suplementaria que hace aún más profundas las diferencias que hay que superar en el camino de la construcción de la paz», indicó en su intervención en francés.

La Convención de Ottawa fue establecida el 18 de septiembre de 1997 y entró en vigor el 1 de marzo de 1999.

Desde esa fecha, 116 países han destruido un total de 31 millones de minas. Para realizar los objetivos de la Convención se han gastado hasta ahora 1.600 millones de dólares.

Los países que forman parte de la Convención eran, hasta febrero de 2004, 141.

Monseñor Tomasi definió la convención como una herramienta «pionera y eficaz» y «puede ser un ejemplo a seguir en estos momentos difíciles de inicios de milenio».

«La norma establecida por la Convención debería ser universal en la práctica, pues traduce una preocupación humanitaria sin ambigüedades».

«¿Cuántas veces hemos lamentado la opción indiscriminada por ciertas armas que se han convertido en fuente de inquietud y de sufrimiento injustificados en vez de ser fuente de seguridad y protección?», preguntó el representante pontificio a los participantes en la reunión.

La Convención de Ottawa, concluyó, «es un paso significativo en la buena dirección, la dirección de la auténtica paz fundada en la justicia, la reconciliación, la libertad y la cooperación sincera entre todos los países».

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ZENIT Staff

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