La apostasía no cierra «la posibilidad de reconciliación con la Iglesia»

Habla Roberto Serres, asesor jurídico-canónico del arzobispado de Madrid

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MADRID, martes, 13 julio 2004 (ZENIT.org).- La semana pasada, el Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM) entregó en el arzobispado de Madrid 1.500 cartas de personas que deseaban renunciar a la fe católica.

La agencia Veritas ha consultado a un especialista en Derecho Canónico sobre el significado y la gravedad de la apostasía.

Habla Roberto Serres, profesor agregado de Derecho Canónico en la Facultad de Teología San Dámaso y asesor jurídico-canónico del arzobispado de Madrid.

–¿Qué es la apostasía?

–Roberto Serres: La apostasía es el rechazo total de la fe cristiana recibida en el bautismo. El bautismo, la dignidad de hijo de Dios, no se pierde nunca, pero el bautizado puede renegar de su Padre Dios; de Jesucristo, que ha compartido nuestra condición humana para salvarnos de nuestras miserias; de la Iglesia, en la que ha nacido a la vida nueva de la gracia.

La apostasía supone un acto radical de negación de todo esto, realizado personal, consciente y libremente, con independencia del modo externo concreto utilizado.

No sería apostasía, por ejemplo, el solo hecho de abandonar la práctica de la religión o la duda intelectual sobre algunos aspectos de la fe. La apostasía es un acto muy grave porque significa renegar completamente de la fe recibida.

En estos casos, el bautizado, al haberse situado libremente fuera de la comunión de la Iglesia, pierde los bienes de la salvación que recibimos a través de ella. Por ejemplo, no puede recibir los sacramentos y queda privado de las exequias eclesiásticas; no se trata de «castigar» a nadie, sino de ser coherente con la actitud que se ha tomado, evitando confusiones que no serían respetuosas ni con la naturaleza de la Iglesia ni con la voluntad de quien la ha abandonado de esa manera.

Por supuesto, también estos casos está siempre abierta la posibilidad de reconciliación con la Iglesia, si se ofrecen muestras suficientes de una sincera voluntad de conversión.

–¿Es un fenómeno frecuente?

–Roberto Serres: No tengo datos acerca de la frecuencia de la apostasía. Por otra parte, sería difícil establecer una especie de «estadística» rigurosa, porque la apostasía es, en primer lugar y básicamente, un acto interior de rechazo completo de la fe, que no necesita una expresión formal determinada.

Bien es verdad que si no hay una expresión externa y una percepción de la misma no constituye un delito consumado, desde el punto de vista del derecho canónico, y esto hace que los efectos exteriores sean distintos en la Iglesia. Pero la raíz de todo está en el interior de la persona y en su voluntad de renegar de la fe recibida.

Pienso que es más frecuente la indiferencia ante la fe por parte de los bautizados que la auténtica apostasía. La indiferencia es una actitud distinta, que consiste en no vivir de acuerdo con los dones y las exigencias recibidos por el bautismo, en abandonar las obras por las que se manifiesta la fe, en no preocuparse de las repercusiones de la fe en la vida cotidiana…; pero en muchas ocasiones hay un fondo de fe, que se manifiesta en ciertos momentos y en determinadas actitudes.

Para que se verifique la apostasía haría falta un paso más, que consiste en pasar de la indiferencia al rechazo.

–En Ecclesia in Europa, Juan Pablo II se ha referido a la «apostasía silenciosa». ¿Qué diferencia fundamental hay entre un acto formal de apostasía y ésta otra?

–Roberto Serres: No hay ninguna diferencia «fundamental» en este ámbito, ya que los actos externos formales son sólo expresiones de lo que sucede en el interior de la persona, que es donde se toma la decisión a favor o en contra de Dios y de la fe de la Iglesia.

Cuando el Papa, en esta exhortación apostólica, se refiere a la apostasía silenciosa, lo hace en el contexto de la cultura europea, que rechaza a Dios y que sitúa en su lugar al hombre como centro absoluto de la realidad. Se trata de una cultura que, en algunas de sus manifestaciones, abre el camino para que el hombre abandone la fe y se sitúe claramente en contra de ella, aunque no haga declaraciones explícitas o públicas de apostasía.

–¿Qué signos de esta apostasía silenciosa ve en la sociedad española y qué consecuencias puede traer para ese país?

–Roberto Serres: Los signos de este fenómeno en nuestro país han sido puestos de manifiesto por los obispos españoles en diversas ocasiones.

Entre ellos se encuentran el recurso a la violencia terrorista; el proceso de relativización del derecho de todo ser humano a la vida, desde del momento de su concepción hasta su muerte natural; los intentos de adulterar en su misma esencia la naturaleza del matrimonio y de la familia como comunidad indisoluble de amor y de vida. Y las consecuencias de todo ello son decisivas para el desarrollo de la persona humana.

Como dice el Papa, en Ecclesia in Europa a este propósito, el olvido de Dios conduce al abandono del hombre, y al establecimiento de una sociedad sobre unas bases cerradas a la esperanza, al bien y a la verdad

–¿Por qué cree que quienes viven en una apostasía «de hecho» no se deciden a dar el paso formal de renuncia a la fe?

–Roberto Serres: No es necesaria ninguna formalidad determinada para rechazar la fe. Lo que nos tendríamos que preguntar, más bien, no es por qué no se formaliza el rechazo de la fe, sino cuál tiene que ser el testimonio de la Iglesia ante las diversas situaciones de alejamiento de la fe, en sus diversos grados, y cómo estamos llevando a cabo lo que nos decía el Papa en la exhortación apostólica Ecclesia in Europa, que usted ha citado antes, para anunciar, celebrar y servir al Evangelio de la esperanza.

–¿Hay antecedentes en la Iglesia Católica de una «apostasía pública» como la del COGAM?

–Roberto Serres: En este caso, no sólo se ha tratado de una apostasía pública, sino también, por decirlo así, «colectiva», en cuanto que algunos representantes de esta asociación han entregado conjuntamente un determinado número de escritos de apostasía de diversas personas.

La apostasía, como ya ha quedado dicho, es un acto eminentemente personal, que no necesita para verificarse en cuanto tal de una expresión externa determinada, aunque es obvio que si no la tuviese no podría alcanzar efectos exteriores.

Pero de aquí se sigue también que si la manifestación externa no se corresponde con el acto interior de voluntad de la persona, se quedaría en un formalismo vacío, carente de autenticidad y de contenido.

El riesgo que puede haber en este tipo de «apostasías colectivas», que cuentan con unos promotores de las mismas, es que no todos los que han dado su nombre sean verdaderamente conscientes del significado y las repercusiones de este acto.

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ZENIT Staff

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