La diferencia de sexos, «ser-para-el-otro» (I)

Entrevista a la teóloga alemana Jutta Burggraf

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PAMPLONA, miércoles, 22 septiembre 2004 (ZENIT.org).- La diferencia de sexos, hombre y mujer, manifiesta que la plenitud humana reside en la relación, en el «ser-para-el-otro». «Impulsa a salir de sí mismo, a buscar al otro y a alegrarse en su presencia», considera la teóloga alemana Jutta Burggraf.

Laica, profesora de teología dogmática y de teología ecuménica en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Burggraf expone en esta entrevista concedida a Zenit algunas claves para interpretar la «Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo» publicada el 31 de julio por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

–¿Por qué cree que la Carta sobre la colaboración entre hombres y mujeres ha sido mal recibida por muchos medios de comunicación?

–Burggraf: Porque estamos peligrosamente acostumbrados a los hechos más dramáticos y escandalosos que los medios de comunicación nos presentan diariamente, puestos convenientemente en escena para satisfacer el morbo de un gran público: un marido coge un arma y mata a su mujer en un ataque de rabia; otro tira a su pareja por la ventana; y un tercero hiere a su compañera gravemente con un cuchillo.

Tales escenas pueden ocurrir en cualquier ciudad tranquila y pacífica, donde los vecinos se reúnen rápidamente para expresar su gran asombro y desconcierto. Y después de escuchar lamentos más o menos elocuentes, pasamos a otra noticia, con la firme decisión de que la sociedad debe proteger más a las mujeres…

En este ambiente no sorprende que la Congregación para la Doctrina de la Fe se haya referido en una Carta especial tanto a hombres como a mujeres. No es su propósito defender únicamente la dignidad femenina, como lo hizo el Papa Juan Pablo II, con gran sensibilidad, hace 16 años en la carta apostólica «Mulieris dignitatem», documento que causó admiración incluso entre algunos círculos feministas más radicales.

Hoy, en cambio, además de señalar claramente los derechos legítimos de la mujer –y empeñarse por que sean respetados en los cinco continentes–, es necesario hablar también de los deberes de ambos sexos.

Dicho de un modo más fascinante, ha llegado la hora de recordar a las personas su gran misión en este mundo. Todas ellas han sido creadas para ser «águilas», capaces de volar muy alto, hacia el sol, y no deberían empequeñecerse a sí mismas, comportándose como «gallinas» que no hacen más que pelearse sin cesar por picotear los granos que encuentran en el suelo.

–¿Ve continuidad entre esta Carta y la «Mulieres Dignitatem»?

Burggraf: Tanto la «Mulieres Dignitatem» como la reciente Carta sobre la colaboración se remontan a los textos del Génesis para señalar el gran valor del ser humano.

«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Génesis 1,26), dijo Dios en el momento culminante de su obra creadora. El relato creacional da testimonio de una diferencia originaria entre el varón y la mujer: «Entonces, Yahvé hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvé había tomado del hombre, formó una mujer, y la llevó ante el hombre. Entonces, éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mi hueso y carne de mi carne»».

Esta será llamado varona (mujer), porque del varón ha sido tomada (Génesis 2, 21-23).

–Algunos lo han interpretado como una presunta subordinación de la mujer.

–Burggraf: De este texto no se puede deducir, de ninguna manera, que la mujer esté subordinada al hombre o que sea inferior a él (una simple «costilla») ya que Adán, antes del sueño, no hacer referencia al varón, sino a la persona humana en cuanto tal.

El autor del Génesis no habla de la diferencia sexual (Adán tiene todavía su «costilla»), sino que señala que el hombre (varón y mujer) es señor de la creación que le rodea. Allí está también presente la mujer que da nombres a los animales, y se encuentra sola, sin una compañía adecuada.

El sueño del Adán solitario expresa el misterio: es Dios mismo quien actúa en la creación del ser humano; y sus planes están muy por encima de los nuestros. En la Sagrada Escritura, el sueño, no raras veces, es espacio de revelación. (Baste recordar los sueños de Jacob o de José.) Y, finalmente, «después del sueño» aparece la diferencia sexual: Adán y Eva se reconocen como iguales y complementarios. Por esto se puede decir que Dios ha creado al varón y a la mujer en un único acto misterioso. No hay derecha sin izquierda, no hay arriba sin abajo, y tampoco existe el varón sin la mujer.

Aquí se ve con claridad que la diferencia sexual no es ni irrelevante ni adicional, y tampoco es un producto social, sino que dimana de la misma intención del creador.

–La Carta insiste en el papel de la mujer de acoger al otro. Usted señala que también el hombre es un ser para el otro. ¿Puede desarrollarlo más?

–Burggraf: Al crear al hombre como varón y mujer, Dios quiso que el ser humano se expresase de dos modos distintos y complementarios, igualmente bellos y valiosos.

Ciertamente, Dios ama tanto a la mujer como al varón. Ha dado a ambos la dignidad de reflejar su imagen, y llama a ambos hacia la plenitud.

Pero, ¿por qué les ha hecho diferentes? La procreación no puede ser la única razón, ya que ésta sería también posible de forma partenogenética o bien asexual, o por otras posibilidades como las que se pueden encontrar, en gran diversidad, en el reino animal. Estas formas alternativas son al menos imaginables y darían testimonio de una cierta autosuficiencia.

La sexualidad humana, en cambio, significa una clara disposición hacia el otro. Manifiesta que la plenitud humana reside precisamente en la relación, en el ser-para-el-otro. Impulsa a salir de sí mismo, buscar al otro y alegrarse en su presencia. Es como el sello del Dios del amor en la estructura misma de la naturaleza humana .

Aunque cada persona es querida por Dios «por sí misma» y llamada a una plenitud individual, no puede alcanzarla sino en comunión con otros. Está hecha para dar y recibir amor. De esto nos habla la condición sexual que tiene un inmenso valor en sí misma.

Ambos sexos están llamados por el mismo Dios a actuar y a vivir conjuntamente. Esa es su vocación. Se puede incluso afirmar que Dios no ha creado al hombre varón y mujer para que engendren nuevos seres humanos, sino que, justo al revés, el hombre tiene la capacidad de engendrar para perpetuar la imagen divina que él mismo refleja en su condición sexuada.

La sexualidad habla a la vez de identidad y alteridad. Varón y mujer tienen la misma naturaleza humana, pero la tienen de modos distintos, recíprocos.

–La carta toma el Génesis como matriz. ¿En qué punto está la exégesis en estas cuestiones?

–Burggraf: Según algunas interpretaciones antiguas, Adán sale al encuentro de Eva, tal como Dios sale al encuentro de la humanidad. Por tanto, el hombre sería activo, representando a Dios; la mujer, en cambio, sería pasiva, representando a la humanidad. Para superar esta argumentación, no hace falta repetir las groseras protestas feministas al respecto.
Basta apelar a nuestra experiencia diaria para destacar que la mujer no es pasiva en absoluto En todo caso, es receptiva en su feminidad, siendo imagen de Dios igual que el varón. El amor perfecto consiste en dar y recibir, incluso en la intimidad divina. El poder recibir también es una exigencia del amor y, pa
ra nosotros, puede ser incluso más costoso que dar, porque exige humildad. Volviendo a la relación entre los sexos, es evidente que no sólo el varón da y la mujer recibe.

El amor al que ambos están llamados se expresa en una entrega libre y recíproca. Pero ésta sólo es posible, si es mutua también la disposición a recibir. Así la receptividad, junto a la entrega, aparece como otro elemento constitutivo de la comunión, que, por cierto, tiene efectos positivos en ambas direcciones. Pues al recibir, se enriquece, fortalece y hace feliz también al otro, dado que la receptividad en sí es ya uno de los mayores dones que se le puede hacer a otra persona.

Así se ve que la receptividad también apunta a una actividad, pero a una actividad que acepta, interioriza y está al servicio de la profundización de la acción del otro.

Aparte de todo eso, sólo se puede comprender íntegramente la receptividad, reconociendo en ella una manera especial de actividad, de expresión, de creatividad.

El varón tiende constitutivamente a la mujer, y la mujer al varón. No buscan una unidad andrógena, como sugiere la mítica visión de Aristófanes en el «Banquete», pero sí se necesitan mutuamente para desarrollar plenamente su humanidad. La mujer es dada como «ayuda» al varón, y viceversa, lo que no equivale a «siervo» ni expresa ningún desprecio. También el salmista dice a Dios: «Tú eres mi ayuda». A partir de la experiencia primaria sabemos que no se trata necesariamente de la relación entre un único varón y una única mujer.

La reciprocidad se expresa en múltiples situaciones diversas de la vida, en una pluralidad policroma de relaciones interpersonales, como las de la maternidad, la paternidad, la filiación y fraternidad, la colegialidad y amistad y tantas otras, que afectan contemporáneamente a cada persona. Algunos destacan, por tanto, que se trata de una reciprocidad asimétrica.

[La segunda parte de esta entrevista será publicada en la edición de Zenit de este jueves, 23 de septiembre]

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ZENIT Staff

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