Una cátedra sobre la pasión, muerte y resurrección de Cristo

«Gloria Crucis», en la Universidad Lateranense

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ROMA, jueves, 4 noviembre 2004 (ZENIT.org).- La cátedra «Gloria Crucis», destinada a «mostrar cómo Cristo crucificado y resucitado ilumina la existencia del hombre y su destino», retomó la semana pasada su actividad académica en la Universidad Pontificia Lateranense (UPL), en el Vaticano.

Establecida en 2003 –gracias a la colaboración de la Congregación Pasionista–, constituye una estructura operativa interdisciplinaria de las diversas facultades e institutos de la UPL y relacionados con ella y organiza ciclos de clases, seminarios, conferencias, exposiciones, simposios o congresos según la finalidad de la cátedra.

«La gloria es cuanto concierne a la vocación última del hombre, pero ésta debe atravesar diariamente el camino de la cruz en la certeza de que Cristo nos precede y ha vencido al mundo», explicó el director de la cátedra «Gloria Crucis» –el padre Fernando Taccone CP– al presentarla.

«La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca», subrayó citando la carta encíclica de Juan Pablo II «Fides et ratio» (Cf. n. 23).

El rector de la UPL, monseñor Rino Fisichella, introdujo la sesión de apertura de las actividades, mientras que monseñor Piero Coda –profesor de Teología Trinitaria en esta Universidad y miembro del comité científico de la cátedra— ofreció una reflexión centrada en «Las siete palabras de Cristo en la Cruz».

Estas últimas palabras están hechas, aún más que las demás, de «espíritu y vida» «porque de alguna manera contienen y expresan la verdad de todas las demás» y a ellas «ponen un sello», explicó.

El punto de partida del análisis del profesor Coda fue el pasaje de la Pasión, tomado del Evangelio de San Lucas, que comienza con una oración de Jesús al Padre por sus verdugos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34)

Es «una invocación de perdón dirigida al Padre» que «no subraya sólo la grandeza y la heroicidad del perdón de Jesús a quienes le crucifican, sino que es palabra de revelación», del «“Hijo del Altísimo” que hace llover y salir el sol sobre justos e injustos», subrayó monseñor Coda.

Mientras que la «palabra» «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43) «es la revelación de una esperanza cierta, abierta a todos, en cualquier condición de apartamiento del Padre que se puedan hallar» –prosiguió–, y es a la vez la afirmación de que en Jesús descansa el «futuro del hombre».

Aludiendo a la tercera palabra —«Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46)–, el sacerdote y teólogo Piero Coda apuntó que «la vida de Jesús, desde el principio hasta el final, no es sino un único acto de obediencia filial al proyecto de amor del Padre extendido en el tiempo».

«En el Evangelio de Lucas la experiencia de morir en la cruz es, para Jesús, la experiencia límite de su ser Hijo», y «la misma experiencia en el relato de Marcos y Mateo es expresada, crudamente, desde el grito del abandono» que nos revela «el significado más profundo del morir de Jesús en aquella condición, como crucificado», recalcó.

Enlazó entonces con la fuerte exclamación de Jesús «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mc. 15,34).

Para monseñor Coda, «el grito del abandono da testimonio […] de que Jesús muere con la trágica experiencia de la no intervención de Dios en su favor», pasando por «la atrocidad de un desamparo absoluto, cósmico», en la «soledad en que le dejan los suyos», en el «escarnio de sus adversarios», en la «constatación del más completo fracaso de su anuncio».

Sin embargo, este grito de abandono no es un «grito de desesperación» –alertó–, sino «una invocación, una oración, el testimonio extremo de fidelidad y amor al Padre que Jesús expresa desde el fondo del abismo de prueba y de tinieblas en que ha caído».

«“Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.”» (Jn 19,26-27). En esta palabra «Jesús separa a su madre de sí –siguió explicando el profesor de la UPL–. La prueba del abandono la debe y la quiere afrontar en la más perfecta soledad. Pero justamente en el acto en que separa a María de sí, le invita a vivir ella misma, en primera persona, un acto de fe tan grande como el suyo».

«El sí de María» en esta prueba –que recuerda el sacrificio que pide el Señor a Abraham de su hijo tenido en la vejez— es silencioso, «un mudo decir sí, con el alma desnuda y toda una llaga», es «un sí más grande –si fuera posible— que el pronunciado en el anuncio del ángel», añadió.

De esta forma, de acuerdo con monseñor Coda, «el proyecto de María se abre en un inesperado florecimiento» y «Ella, que ha sido la madre del Primogénito, desde la Cruz nos es dada por Jesús como la madre de muchos hermanos y de muchas hermanas».

«Tengo sed» (Jn 19,28), dice Jesús; y ciertamente la tenía –constató el sacerdote– «como cualquier condenado al suplicio de la cruz», «pero –como es típico de Juan— esta sed física es símbolo de otra sed: Jesús tiene sed de cumplir la obra para la que el Padre le ha enviado, la de “donar el Espíritu”, en Él, la plenitud de la vida».

Según el teólogo, es en esta palabra en la que se refleja la «prueba» soportada en la cruz, es en el «desecamiento en lo íntimo de su ser filial de la fuente del Espíritu que le conforta, le sostiene, le da la vida», como Jesús «puede ofrecer, desde el Padre, el agua viva a los hombres».

En la séptima palabra, «Todo está cumplido» (Jn 19,30), «el soplo de la vida, gracias al Hijo del hombre, Palabra de Dios hecha carne, es definitivamente dado en prenda al hombre», admitió.

«Parece intuirse –apuntó el profesor Piero Coda— del relato de Juan y de las urgencias trágicas de nuestro tiempo que ha llegado el momento en que el Soplo de la vida suceda entre los hombres, habite en la carne, se convierta en principio de justicia y de fraternidad en la historia».

«Mirando al crucificado, que en su muerte nos transmite el Soplo de la vida, no podemos dejar de dirigir la mirada a Francisco de Asís», cuando «en La Verna –como relata San Buenaventura— recibió en su carne las llagas del Crucificado: “El veraz amor de Cristo había transformado al amante en la imagen misma del amado”», concluyó.

La cátedra «Gloria Crucis» se encarga igualmente, junto a la Congregación Pasionista en Italia, de la revista trimestral «La Sapienza della croce» («La Sabiduría de la cruz»), lanzada en 1986 y dedicada a cuestiones de teología y de espiritualidad de la Cruz, además de los problemas del sufrimiento humano.

Más información en cms.pul.it.

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ZENIT Staff

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