Discurso del Papa al nuevo embajador de Irak ante el Vaticano

«La auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho»

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 15 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que Juan Pablo II dirigió este lunes al señor Albert Edward Ismail Yelda, embajador de la República de Irak ante la Santa Sede, con motivo de la presentación de sus cartas credenciales.

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Su Excelencia:

Con mucho gusto le doy la cordial bienvenida al aceptar las Cartas Credenciales que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Irak ante la Santa Sede. Le doy las gracias por el amable saludo que trae de parte del presidente, el jeque Ghazi Ajeel Al-Yawar, y con mucho gusto transmito mis mejores deseos para las autoridades y los ciudadanos de su país. A través de la presencia del nuncio apostólico he estado cerca del querido pueblo de Irak desde el inicio de este período de conflicto. Quisiera pedirle que les asegure mi preocupación constante por las numerosas víctimas del terrorismo y la violencia. Rezo para que se les ahorre ulteriores sufrimientos y reciban la asistencia que necesitan por parte de las organizaciones humanitarias internacionales.

Su antigua cultura ha sido descrita como la «cuna de la civilización» y se ha enorgullecido de la presencia de cristianos desde los inicios mismos del cristianismo. De hecho, ha sido un claro ejemplo de las muchas maneras en las que los fieles de las diferentes religiones pueden vivir en paz y armonía. Mi deseo ardiente es que, en la medida en que Irak avanza hacia la democracia, estas características de su historia vuelvan a convertirse en un elemento esencial de la sociedad.

Su Excelencia ha subrayado la importancia de proteger la dignidad de toda persona humana. Para ello es esencial el Estado de derecho como elemento integral de gobierno. La preservación de este principio fundamental es básica para toda sociedad moderna que verdaderamente trate de salvaguardar y promover el bien común. En el cumplimiento de este deber, la distinción clara entre las esferas civil y religiosa permite a cada uno de éstas ejercer en la práctica sus propias responsabilidades, en el respeto mutuo y con plena libertad de conciencia. Espero que el pueblo iraquí continúe promoviendo su larga tradición de tolerancia, reconociendo siempre el derecho a la libertad de culto y a la enseñanza religiosa. Una vez que estos derechos fundamentales sean protegidos por la legislación ordinaria y se conviertan en una parte integrante del tejido social, permitirán a todos los ciudadanos, sin distinción de creencias religiosas o afiliaciones, ofrecer su propia contribución a la edificación de Irak. En este sentido, el país puede expresar las profundas convicciones religiosas de todas sus gentes a través de la creación de una sociedad auténticamente moral y justa. Le puedo asegurar, Excelencia, que toda la Iglesia católica, y en particular los cristianos caldeos presentes en su país desde tiempos de los apóstoles, está comprometida en la asistencia de su pueblo para construir un nación más pacífica y estable.

Irak está sumido en estos momentos en un difícil proceso de transición de un régimen totalitario a la conformación de un estado democrático en el que sea respetada la dignidad de cada persona y todos sus ciudadanos disfruten de los mismos derechos. La auténtica democracia es posible «solamente en un Estado de derecho» y requiere «que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales …, mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad» (Cf. carta encíclica Centesimus Annus, 46). En estos momentos en los que preparáis a vuestra gente para afrontar la tarea de elegir libremente a los hombres y mujeres que guiarán el Irak del mañana, aliento al actual gobierno en sus esfuerzos por asegurar que estas elecciones sean limpias y transparentes, ofreciendo a todos los candidatos las mismas oportunidades en este derecho democrático que se les alienta a ejercer.

Irak también afronta en estos momentos la batalla por superar los retos planteados por la pobreza, el desempleo y la violencia. Que su gobierno trabaje incansablemente para solucionar las disputas y conflictos a través del diálogo y la negociación, recurriendo a la fuerza militar sólo como último recurso. En este sentido, es esencial que el Estado, con la asistencia de la comunidad internacional, promueva el entendimiento mutuo y la tolerancia entre los diferentes grupos étnicos y religiosos. Esto permitirá a la gente de la región crear un ambiente que no sólo esté comprometido con la justicia y la paz, sino que también sea capaz de apoyar el necesario crecimiento económico y el desarrollo integral para el bienestar de sus ciudadanos y del mismo país. Los hombres y las mujeres pueden eliminar juntos las causas culturales de la división y el conflicto «enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, 12).

Señor embajador, confío en que su misión refuerce los lazos de entendimiento y cooperación entre la República de Irak y la Santa Sede. Cuente con la certeza de que los diferentes organismos de la Curia romana estarán siempre dispuestos para asistirle en el cumplimiento de sus elevados deberes. Invoco sobre usted y sobre el amado pueblo de Irak las abundantes bendiciones del Dios todopoderoso.

[Traducción del original inglés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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