ROMA, martes, 8 marzo 2005 (ZENIT.org).- La ecología radical contemporánea ha divinizado la naturaleza relegando al hombre a un papel secundario, afirmó el profesor Joan-Andreu Rocha Scarpetta en el congreso «El pecado original», celebrado en Roma en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.
«El pecado en el ecologismo radical contemporáneo consiste en divinizar la naturaleza, en sofocar la importancia del ser humano como custodio de lo creado, y en olvidar a Dios como autor del entorno natural del hombre», afirmó Rocha, profesor de Teología de las Religiones de la Faculta de Teología de este centro universitario.
Su ponencia, que llevaba por título «Ecología radical y pecado original», formaba parte de las intervenciones del congreso celebrado entre el 3 y el 4 de marzo sobre el argumento «El pecado original – Una perspectiva intedisciplinar», inaugurado por el arzobispo Angelo Amato, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
«El ecologismo radical contemporáneo ha olvidado la trascendencia divina, ha puesto al hombre al mismo nivel o por debajo de la naturaleza» y, al olvidarse del carácter creado de la naturaleza «le ha dado un valor mágico, casi divino», afirmó Rocha.
El profesor ilustró los tres modelos de la relación entre Dios, el hombre y la creación, que ha desarrollado la teología cristiana en su historia.
El primer modelo, «icónico», surgido de la tradición del cristianismo oriental, reconoce las huellas de Dios en la creación, e insiste «en el pecado como factor desequilibrante de esta relación».
Este modelo, explicó, desarrollado por autores como San Simeón el nuevo teólogo (siglo XI) es profundizado hoy por el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I.
El segundo modelo de relación entre Dios, humanidad y creación es llamado «modelo de cuidado» («stewardship») «por la creación», y ha sido desarrollado en particular por la tradición benedictina, según la cual, «lo creado pertenece a Dios y por este motivo debemos cuidarlo».
Esta intuición fundamenta la antropología teológica de la creación, explicó. «Si el modelo «icónico» de los padres orientales, como San Basilio, acentúa el elemento «Dios», en la relación Dios –hombre– creación, el modelo benedictino acentúa el elemento hombre, trazando un camino espiritual que comienza con la conciencia de saberse criatura y del pecado».
«A partir de la conciencia del pecado, el monje asciende en los diferentes escalones de humildad hacia una «cristificación», afinando una mirada equilibrada sobre la creación, no sólo como don, sino también como deber responsable», señaló.
El último modelo es el «crístico» o franciscano, afirmó, recordando que la figura de san Francisco de Asís está tan ligada a la relación con la naturaleza que incluso los ecologistas radicales ven en él a una figura paradigmática de la relación entre el ser humano y la naturaleza.
«Por desgracia se olvida con frecuencia la importancia cristocéntrica de la relación de Francisco con la creación, quitando a su mística de la naturaleza todo su sentido trascendente», lamentó.
Para concluir, Rocha Scarpetta constató que «estos modelos muestran que el pecado se manifiesta cuando se desequilibra la relación entre Dios creador –hombre custodio– y naturaleza creada».
«Cuando se olvida la acción creadora de Dios, se pone al hombre al mismo nivel que el resto de la creación, o se atribuye un carácter trascendente o mágico a la naturaleza creada».