ROMA, viernes, 25 marzo 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II unió su propio «Vía Crucis» a través del enlace televisivo al Vía Crucis de Cristo, revivido por miles de peregrinos en el Coliseo, cuando ya había caído la noche sobre Roma.

Quienes siguieron el acto en la antigua ciudad imperial pudieron ver a través de grandes pantallas al Papa sentado en su capilla privada. Durante la última estación, tomó entre sus manos un crucifijo para cargar simbólicamente con la cruz.

«Yo también ofrezco mis sufrimientos para que el diseño de Dios se realice y su palabra camine entre las gentes», afirmó el Santo Padre en un breve mensaje que dirigió a los presentes, leído al inicio en su nombre por el cardenal Camillo Ruini, obispo vicario para la diócesis de Roma.

El purpurado, que también es presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, presidió la celebración en nombre del Papa y cargó con la cruz en las primeras y últimas estaciones.

«También estoy cerca de cuantos, en este momento, están probados por el sufrimiento. Rezo por cada uno de ellos», aseguró el Santo Padre en su mensaje con el que suplía su primera ausencia en este acto en sus más de 26 años de pontificado.

En las imágenes ofrecidas por el Centro Televisivo Vaticano (CTV), el Papa apareció de espaldas, mirando hacia el altar, ante el cual, se había colocado una televisión que transmitía las imágenes del Vía Crucis desde el Coliseo.

Las meditaciones y oraciones, redactadas en esta ocasión por el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvieron como eje la entrega de Jesús en la Eucaristía, en el año dedicado por el Papa a este sacramento.

«Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo», pidió a Cristo el purpurado alemán en el texto que en el Coliseo fue leído en italiano.

Algunos de los pasajes se convirtieron también en un examen de conciencia para toda la Iglesia, como cuando en la novena estación se preguntaba: «¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia». Y el texto exclamaba: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!».

En la séptima estación, Ratzinger constataba que la cristiandad, «como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre».

De este modo se entiende, reconocía en la tercera estación, cómo se transforma «al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana»

El Vía Crucis fue transmitido por 54 canales de televisión de 39 países.