PAMPLONA, miércoles, 6 abril 2005 (ZENIT.org).-La profesora de teología en la Universidad de Navarra y especialista en Iglesia y mujer, Jutta Burggraf, analiza en esta entrevista concedida a Zenit el llamado «genio femenino» que tanto admiraba el Papa.
Esta teóloga alemana es coautora del libro «Il ruolo della donna nella Chiesa en el mondo» (El papel de la mujer en la Iglesia y en el mundo), editado por «L’Osservatore Romano», así como de libros como «Conocerse y Comprenderse», de la editorial Rialp.
–El Papa ha acuñado la expresión «genio femenino». ¿ A qué se refería?
–Burggraf: Juan Pablo II habló, con agrado, del «genio» femenino, del «carisma» o de la «vocación» de la mujer y lo hizo no sólo en textos oficiales. En una entrevista privada aseguró a una política italiana: «Creo en el genio de las mujeres. Incluso en los períodos más oscuros se encuentra este genio, que es la levadura del progreso humano y de la historia.» El genio femenino ha sido para Juan Pablo II, algunas veces ayuda, y otras, estímulo e incentivo. Por ejemplo, no fue una alta dignidad eclesiástica, ni un alto funcionario del Estado quien le sugirió instalar un hogar para ancianos minusválidos en uno de los jardines del Vaticano. Fue una mujer: Teresa de Calcuta. Y él la escuchó.
Pese a una gran admiración hacia las madres de todo el mundo, al hablar del «genio» de la mujer el Papa Wojtyla no se refería a la maternidad física. La circunstancia de que una mujer pueda llegar a ser madre no significa que todas las mujeres deban serlo, ni que encuentren en la maternidad su felicidad. El «genio» femenino se halla más bien en una dimensión espiritual, y constituye una determinada actitud básica, que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentada por ésta. Así como durante el embarazo, la mujer experimenta una cercanía única hacia el nuevo ser, así también su naturaleza favorece los contactos espontáneos con otras personas de su alrededor.
Dios ha confiado a la mujer, de modo especial, el ser humano. En este sentido, todas las mujeres son llamadas, de alguna forma, a ser «madres». ¿Qué significa sino romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria con ellos? A una mujer sencilla, normalmente, no le costará nada transmitir seguridad y crear una atmósfera en la cual quienes la rodean puedan sentirse bien.
–A pesar de los esfuerzos del Papa por promover la mujer, se ha acusado este pontificado de no reconocer plenamente los derechos de las mujeres en la Iglesia. ¿A qué se refieren estas críticas y por qué cree usted que no son justas?
–Burggraf: Las críticas se refieren a la ordenación sacerdotal, a la que las mujeres no tienen acceso por una inefable voluntad divina. Pero no se trata aquí de una cuestión femenina que pueda plantearse en el ámbito de los derechos naturales. Es una cuestión estrictamente teológica que sólo puedo considerar a la luz de la fe.
Juan Pablo II, con toda seguridad, no consideró a las mujeres «incapaces» para el sacerdocio. Pero aún siendo Papa, no podía cambiar el núcleo de este sacramento. El Señor hubiera podido llamar a las mujeres al sacerdocio, pero no lo hizo aunque, en el trato con las mujeres, actuó muchas veces contra las costumbres de Israel. Eligió a una mujer, a María, entre todos los hombres; pero no confirió el sacerdocio ministerial a las mujeres, sino sólo a varones. Los Apóstoles siguieron su ejemplo, y la Iglesia debe conservar también hoy este modo de proceder. Esto no es anquilosamiento, sino una manifestación de fidelidad.
–Usted diría que Juan Pablo II ha sido el Papa que más atención a prestado a la mujer?
–Burggraf: Juan Pablo II ha sido reconocido, con toda razón, como un «pionero» de los derechos humanos de la mujer. Reconoció abiertamente que la Iglesia ha empezado muy tarde a desvelar sus tesoros.
Lejos de cualquier entusiasmo romántico, Juan Pablo II se ponía del lado de aquellos que se la «juegan» por la justicia social y política. Destacaba la necesidad de una liberación de prejuicios y clichés, de tradiciones obstaculizadoras y formas de vivir que se hayan vuelto demasiado estrictas. Al mismo tiempo advertía contra una liberación que se desprenda de los valores éticos y vínculos interpersonales. La «autoliberación» de la mujer no debe ser una barata equiparación con el varón. Se ha de buscar algo mucho más valioso, más eficaz, pero también más difícil: la autoaceptación de la mujer en su diferencia, su singularidad como mujer. El objetivo de la emancipación es el sustraerse a la manipulación, el no convertirse en un producto, sino en ser un original. Precisamente esta resistencia contra las tendencias erróneas es la piedra de toque de la propia libertad.
Una promoción auténtica no consiste en la liberación de la mujer de su propia manera de ser, sino que consiste en ayudarla a ser ella misma. Por eso, también incluye una revalorización de la maternidad, del matrimonio y de la familia. Si hoy en día se está combatiendo la presión social de antaño que excluía a las mujeres de muchas profesiones, ¿por qué entonces se teme tanto proceder en contra de la presión actual, mucho más sutil, que engaña a las mujeres, pretendiendo convencerles de que sólo fuera de las familias sea posible encontrar su realización?