La soledad de los inmigrantes latinoamericanos en España

Y su interés por la ayuda espiritual, narrados por un periodista argentino

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MADRID, martes, 7 junio 2005 (ZENIT.org).- Las difíciles condiciones que atraviesan los inmigrantes latinoamericanos en España y su extraordinario interés por la ayuda espiritual que ofrece la Iglesia han impresionado al corresponsal de la agencia católica argentina AICA en Madrid, Armando Puente

El periodista vive en una parroquia del corazón de Madrid, San Pedro el Real y Virgen de la Paloma, a la que califica de «viva» «con muchos jóvenes, vocaciones y actividades pastorales», con una Caritas dinámica que presta alimentos y asistencia a inmigrantes, así como a la atención de enfermos y ancianos.

Fieles de la parroquia han decidido salir a visitar las casas donde viven los inmigrantes, en particular los iberoamericanos, que dos días a la semana acuden a buscar alimentos, ropa y otras ayudas a la parroquia.

Tras estas visitas, Puente ha trazado un balance de la situación que ha podido testimoniar junto a los compañeros de parroquia. Estas son las «sorpresas» que ha descrito.

* * *

1. En el barrio hay edificios enteros, viejos edificios, que se alquilan a inmigrantes. Se alquilan no por departamentos, sino por habitaciones. Hemos visto matrimonios con dos o tres hijos viviendo en una habitación y normalmente habitaciones alquiladas por dos o tres sudamericanos […]. Los inmigrantes llegan a pagar hasta 600 euros por una habitación, ya que al no tener «los papeles» ni un trabajo fijo, nadie les quiere alquilar un departamento porque son empleados por horas o por un mes o tres meses. Los esclavistas, los «chupasangre» se aprovechan.

2. Los españoles de la parroquia que hemos ido a visitarlos se quedaron sorprendidos de ser acogidos cordialmente, de que se les abrían las puertas cuando decían que iban en nombre de la parroquia. Se quedaron sorprendidos porque en años anteriores hemos ido a visitar los domicilios de españoles de la parroquia, y en su gran mayoría (pongamos que el ochenta por ciento) directamente no nos abrían, bien porque tuvieran miedo o porque «estaban muy ocupados» y los que entreabrían la puerta nos decían «no nos interesan las cosas de los curas», cuando no nos insultaban. Sólo éramos recibidos en la puerta. Muy pocos nos dejaban entrar, menos de un diez por ciento.

3. Esta vez sorprendió a mis parroquianos españoles que los «sudacas» abrían las puertas y los hacían pasar y los escuchaban. Y les sorprendió también que casi todos, pongamos que más del 95 por ciento decían que no habían ido a la iglesia desde que llegaron a España (dos, tres, cinco años). Iban a la parroquia a recibir ayuda, pero no pisaban el templo. Los inmigrantes de las casas hasta ahora visitadas son ecuatorianos y peruanos en su mayoría; también algún colombiano. Ningún argentino. Y es que en la inmigración también hay clases…

4. También sorprendió a mis compañeros de experiencia que en el tiempo que llevaban en España nunca habían tenido tiempo de charlar, de iniciar una relación, una aproximación, con españoles. Trabajan para españoles, en fábricas, en bares y cocinas, en casas particulares, pero no hay diálogo con sus patrones […].

No hablo de las Villas Miseria (aquí chabolas) que hay en los alrededores de Madrid, ni de otras situaciones más extremas. Hablo de ese barrio tan lindo, «el Viejo Madrid» con sus tascas, sus farolas fernandinas, sus antiguos palacios, conventos e iglesias. Hablo sobre todo de la soledad de los inmigrantes «en tierra extraña» y de la dureza de sus vidas.

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ZENIT Staff

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