ROMA, sábado, 18 junio 2005 (ZENIT.org).- La concepción cristiana de los derechos humanos está, cada vez más, bajo el ataque de las organizaciones internacionales como Naciones Unidas o la Unión Europea. Éste es el argumento de un nuevo libro titulado: «Contra el Cristianismo: la ONU y la Unión Europea como nueva ideología» («Contro il Cristianesimo: L’ONU e l’Unione Europea come nuova ideologia»), publicado hace dos semanas en Italia por Piemme.
Las autoras, Eugenia Roccella y Lucetta Scaraffia, sostienen que los cambios descritos en el campo de los derechos humanos son notables. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 no hizo mención de los «derechos reproductivos». Una razón clave del porqué de este cambio, sostiene el libro, reside en la agitación cultural de los años 60. Aquellos años presenciaron una suerte de «revolución cultural» no sólo en el área de la sexualidad, sino también en el mismo concepto de los derechos.
Como resultado de esta agitación, indica el libro, la actividad sexual se disoció de su nexo con la procreación, se exaltó la idea de la autonomía individual, se redujo la vida humana a mero material biológico para manipular en laboratorio, y la humanidad intentó construir una nueva utopía basada en la satisfacción de los deseos sexuales. A su vez, esta visión utópica fue impuesta cada vez más a los países del Tercer Mundo por organizaciones internacionales, a veces a la fuerza, uniendo el programa de derechos reproductivos a la ayuda financiera.
Las instituciones internacionales vieron a la Iglesia católica, junto a otros grupos religiosos, como una amenaza a esta forma de concebir los derechos. Asimismo, la postura de la Iglesia sobre los temas relacionados con la mujer, con el rechazo a admitirlas al sacerdocio, la han hecho objeto de fuertes críticas. Esto culminó, observa el libro, en el rechazo de la Unión Europea a incluso reconocer la herencia cristiana de Europa en el prefacio a la nueva constitución.
El libro también explica que la visión católica de los derechos humanos difiere marcadamente en la forma en que se fundan los derechos. Los gobiernos y las organizaciones internacionales como las Naciones Unidas basan su concepto de derechos en ideas los pensadores iluministas del siglo XVIII, y en las revoluciones americana y francesa.
La Iglesia, sin embargo, liga los derechos al concepto de dignidad humana, fundado a su vez en nuestro ser creados a imagen de Dios. También es importante para el pensamiento de la Iglesia el concepto de derechos naturales que está ligado a la naturaleza humana y no son, por ello, susceptibles de ser redefinidos al capricho de los gobiernos y las declaraciones internacionales.
Aunque la Declaración de Naciones Unidas de 1948 optó por la interpretación secular de los derechos humanos, la Iglesia ha visto de modo favorable dicho documento. En los años que siguieron, la Iglesia ha promovido activamente los derechos humanos y ha apoyado muchas actividades de Naciones Unidas en este campo.
Una religión secular
Además de las divergencias sobre moralidad sexual y los conceptos subyacentes a los derechos humanos, las autoras del libro identifican otra fuente de conflicto entre la Iglesia y las Naciones Unidas. En los últimos años, grupos dentro de las Naciones Unidas, junto con organizaciones de fuera, han intentado establecer una suerte de religión alternativa o código ético.
Las Naciones Unidas se han implicado en algunas de las iniciativas de diálogo entre las religiones, y los códigos de conducta ética. Estos esfuerzos se articulan en una visión que pone a todas las religiones y creyentes al mismo nivel. Incluso se han hecho intentos de lograr formular un código moral universal que reemplace a los Diez Mandamientos, junto con la propuesta de una Carta de la Tierra, que mezcla religión, ecología y paganismo.
La mezcla de ideas del New Age, aspiraciones ecológicas y la idealización de la tolerancia como principio guía de la actividad religiosa han recibido fuertes críticas por parte de la Iglesia. Los autores citan las palabras de Mons. Jean-Louis Tauran en el año 2003. En aquel tiempo estaba a cargo de asuntos exteriores de la Santa Sede, dentro de la Secretaría de Estado. Condenó cómo los valores cristianos son a veces rechazados porque son vistos como contrarios al principio de tolerancia. También apuntaba que los grupos que están detrás de estas críticas están, en muchos casos, guiados por intereses ideológicos y económicos que buscan imponerse en las naciones más débiles.
Persecución inadvertida
En contraste, la Unión Europea no se implica en promover alguna clase de religión mundial o código ético universal. Está influenciada, sin embargo, explica el libro, por una fuerte orientación secularista que es hostil a las iglesias establecidas, especialmente a la Iglesia católica.
Roccella y Scaraffia observan cómo el informe de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo del 2003 condena la represión de China de grupos como Falun Gong y los budistas, sin mencionar la grave persecución de los cristianos del país. Del mismo modo, la Unión Europea critica a los países islámicos por su trato de la mujer, pero en el informe no se da lugar a las graves restricciones puestas a las actividades cristianas en muchas de aquellas mismas naciones.
Por otro lado, Italia recibe severas críticas porque su constitución hace referencia a la importancia de la Iglesia católica, incluso aunque tenga amplias garantías de completa libertad religiosa.
Los autores también apuntan que el informe del 2003 retrata la religión en general como el peor enemigo de los derechos humanos y como una amenaza a la paz mundial. En los últimos años, los documentos de la Unión Europea han presentado las creencias religiosas como algo negativo. Los documentos suelen tender a amalgamar todas las formas de religión como influenciadas de fundamentalismo y con tendencia a la intolerancia – y, por ello, incompatibles con una sociedad moderna pluralista.
La misma comisión de derechos humanos ha criticado expresamente a la Iglesia católica por su rechazo del matrimonio del mismo sexo y su oposición a la adopción de niños por las parejas homosexuales.
Asimismo, la Unión Europea ha sido muy activa en su apoyo a la planificación familiar y ha proporcionado una financiación generosa no sólo a los esfuerzos de las Naciones Unidas en esta área, sino también a las actividades de organizaciones privadas, como International Planned Parenthood Foundation (IPPF), una de las principales organizaciones abortistas.
El libro explica cómo el entusiasmo de la Unión Europea por los «derechos reproductivos» lleva a retratar a la Iglesia católica como enemiga de las mujeres. Y mientras que los documentos de la Unión Europea suelen ser circunspectos en sus críticas al trato de las mujeres por parte del Islam, la Iglesia y el Papa reciben frecuentes censuras.
Planned Parenthood
El libro termina con una serie de apéndices, preparados por Assuntina Morresi. Junto con una cronología de las conferencias y documentos de Naciones Unidas, los apéndices también subrayan las actividades de Planned Parenthood y de su fundadora, Margaret Sanger.
Un apéndice describe las operaciones de IPPF, la organización internacional formada por Planned Parenthood. Comprendiendo a 148 organizaciones nacionales, IPPF está activa en 180 países y en el 2003 tuvo unos ingresos de 87 millones de dólares. IPPF tiene relaciones estrechas tanto con gobiernos nacionales como con las Naciones Unidas y la Unión Europea. De hecho, el 73% de sus fondos en el 2003 vienen de fuentes gubernativas.
Las organizaciones nacionales son incluso más poderosas. Los ingresos del 2003-2004 de Planned Parenthood Federation of America, observa el libro, sumaron 810 millones de dólares, de los que
265,2 millones vinieron de fondos y contratos del gobierno. El rastro del dinero parece indicar que la marca de fábrica Planned Parenthood es más atractiva para muchos gobiernos que la de la Iglesia católica.