En el problema de la deuda no se puede separar vida de dignidad de la persona

Habla el obispo John H. Ricard, presidente del Comité de Política Internacional del episcopado de Estados Unidos

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CHICAGO, martes, 21 junio 2005 (ZENIT.orgEl Observador).- El presidente del Comité de Política Internacional del Episcopado de Estados Unidos, el obispo John H. Ricard SSJ, de Penascola-Tallahasse, ha manifestado el beneplácito de la Conferencia por el anuncio de que la deuda de los países más pobres del mundo pueda ser cancelada, pero urgió a que los países del G-8 a ir más lejos para ayudar a ponerse de pie a naciones que hoy ven cancelado su futuro

En entrevista con el El Observador y Zenit, monseñor Ricard, nacido en Lousiana y de ascendencia francesa fue enfático al señalar que la ayuda a los países pobres, además de ser una obligación moral de naciones como Estados Unidos, significa una inversión que, a la larga, va a beneficiar a todos pero, principalmente, a los propios Estados Unidos.

Presidente de uno de los comités más importante de la Conferencia del Episcopado de Estados Unidos (USCCB, por sus siglas en inglés), el obispo Ricard tiene entre sus consultores a personas tan connotadas como la doctora Mary Ann Glendon, presidente de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, o el doctor Paul Michael Kennedy.

–En el comunicado de prensa que emitió hace unos días, usted señalaba que la ayuda se debe extender, pero ¿hacia dónde?

–Monseñor John H. Ricard: La deuda se canceló por 40 mil millones de dólares a dieciocho países, entre ellos cuatro de América Latina. Nosotros estamos esperando que la cantidad de deuda cancelada se duplique y que se vean beneficiados, al menos, otros veinte países pobres más.

–Ésta ha sido una de las posiciones más consistentes de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, ¿no lo cree usted?

–Monseñor John H. Ricard: Es la postura de los católicos. Los obispos de Estados Unidos solamente la estamos actualizando. Pero, es cierto que en los últimos diez años el episcopado ha señalado, de manera consistente, el que condonar la deuda de los países pobres es ayudar a la gente a cruzar el umbral de la pobreza.

–¿Y cree que los políticos puedan entender lo que los obispos piden?

–Monseñor John H. Ricard: No sé si los políticos entiendan o no, pero buscar ayudar a los países pobres es parte esencial de lo que significa ser católicos. Por lo demás, tenemos a cuatro o cinco personas cabildeando en Washington sobre estos temas, La Conferencia ha presionado tanto al presidente George Bush como al secretario del Tesoro, John Snow, para que den los pasos adecuados en la cancelación de la deuda de los llamados «países pobres altamente endeudados». Ojalá lo sigan haciendo.

–¿La idea original es del Papa Juan Pablo II?

–Monseñor John H. Ricard: La verdad es que el anterior Santo Padre era y sigue siendo el gran animador de una presión de la Iglesia a las autoridades políticas para que cambien su manera de actuar con los más pobres. A esto se han unido figuras emblemáticas, como «Bono», el cantante y compositor de la banda U2.

–Condonar la deuda no solamente beneficia al condonado sino al condonante…

–Monseñor John S. Ricard: Eso es algo que tenemos que hacer entender a quienes toman las decisiones financieras en el mundo. Eso nos beneficia a todos, principalmente a Estados Unidos. El terrorismo, la violencia, la inmigración misma tienen que ver con la pobreza. Si los países ricos invierten en los países pobres –en desarrollo, empleo, salud, educación–, la violencia tenderá a disminuir y ya no se tendrían que hacer inversiones millonarias en defensa, por ejemplo. Nuestro país tiene el imperativo moral y la necesidad económica de proteger la vida y la dignidad de las personas más pobres del planeta.

–Hay que ir mucho más allá de lo estrictamente monetario…

–Monseñor John S. Ricard: La cancelación de la deuda debe ir integrada a un incremento de las inversiones para el desarrollo y la asistencia, así como por normas comerciales justas, que puedan propiciar una diferencia real en la erradicación de la pobreza y avanzar en el respeto a la vida y la dignidad que Dios imprimió en cada ser humano.

–¿Qué enseñanza en este terreno dejó el Papa Juan Pablo II?

–Monseñor John S. Ricard: Muchas, pero quizá la principal fue que jamás hay que separar «vida humana» de «dignidad de la persona». La vida humana no tiene por qué ser vivida de cualquier manera. En ella, la dignidad nace con el nuevo ser y jamás lo abandona. Esto significa que debemos ir más allá, ayudar a ponerse de pie a naciones enteras, no detener la ayuda, mucho menos la ayuda humanitaria.

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ZENIT Staff

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