COLONIA, viernes, 19 agosto 2005 (ZENIT.org).- Paul Ponce, considerado como uno de los tres mejores malabaristas del mundo, participará este sábado en la vigilia que Benedicto XVI vivirá junto a cientos de miles de jóvenes.
Maneja a la perfección malabares con sombreros, con pelotas de ping pong en la boca, con siete bolos… Pero esta ocasión, asegura, «será para mí uno de los momentos más importantes de toda mi carrera profesional, por la importancia que tiene para mí la vivencia de mi fe dentro de la Iglesia católica».
Este malabarista joven, de origen argentino, nacido en una familia de artistas de sexta generación, ha dado la vuelta al mundo, especialmente por Estados Unidos, Europa y Asia para ofrecer sus espectáculos.
La posibilidad de actuar para el Papa y los jóvenes surgió el invierno pasado, al ofrecer un número artístico en Colonia. Aprovechó aquella visita, también, para actuar ante ancianos, hospitales, jóvenes, etc.
El prelado Heiner Koch, secretario general de las JMJ, y el Departamento Litúrgico para la celebración de la JMJ quedaron muy impresionados de su representación y le pidieron realizar una versión adaptada del «Jongleur de Notre Dame», en la que hará malabares hacia una bella imagen de la Virgen.
Ponce, que no ha vivido más de diez meses en una misma ciudad en toda su vida, heredó la fe de su familia, pero sus viajes por el mundo le impidieron mantener una formación continúa.
Lo que él llama su «conversión» tuvo lugar a los 21 años, cuando trabajaba en un espectáculo del casino de Nassau, Bahamas («donde pasé los únicos 10 meses seguidos en un sólo lugar».
Al ir a misa pidió recibir el sacramento de la Confirmación, pero el párroco le pidió hacer un curso de catequesis junto a jóvenes de 14-15 años.
«Ahí empezó todo», recuerda. «Comencé a preguntarme preguntas muy serias que jamás antes me había preguntado: ¿Por qué era católico? ¿Qué significaba Dios y la Iglesia para mí?».
«Algo que no se me puede olvidar de este proceso de mi conversión, fue el entrar a solas a la iglesia a rezar y fijar mis ojos en el crucifijo, al mirarlo me preguntaba ¿porqué tanto dolor y sufrimiento?», recuerda.
«Ahí empecé a ver que Dios había inundado de gracias y de dones mi vida entera, y que yo estaba muy lejos en mi deber hacia Dios como cristiano bautizado», explica.
«Lo increíble fue que cuanto más intentaba entender y aprender hacer el bien hacia Dios y los demás, más felicidad y plenitud sentía», revela.
«El culmen de todo esto fue cuando decidí parar un año entero de trabajar en el mundo artístico para dar un año de colaborador (misionero laico) a la Iglesia, diciéndome que Dios había hecho mucho por mí, y yo quería intentar hacer algo por Él», aclara.
«Al final del año me di cuenta que ese año había sido el año más feliz de toda mi vida, pues durante ese año aprendí dónde se encontraba la felicidad: en buscar a Dios, y el bien de los demás», confirma.
«Ahora trabajo en el mundo artístico con un nuevo ideal: ver cómo puedo ser un instrumento de Dios hacia mis compañeros, y no por lo que yo pueda hacer por ellos, que sería nulo, sino por lo que Dios, sirviéndose siempre de instrumentos indignos, pueda hacer por ellos».
Cuando vea al Papa, Paul Ponce le quiere decir unas breves palabras: «mi vida no significaría nada sin la fe, rezo cada día por usted, por su difícil labor que el Espíritu Santo ilumina sin duda, y para que el amor de Dios y la cultura de la vida reine en los corazones de esta humanidad, tan sedienta en conocer a Cristo.
Entre sus apostolados, Paul ofrece ayuda económica a escuelas católicas de América Latina que ofrecen educación a niños de familias particularmente pobres. Con este motivo, en estos días está vendiendo camisetas con mensajes evangelizadores en Colonia.
Pueden verse y comprar estas camisetas en la página web: http://www.owac-tees.com.