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Venerables Hermanos en el episcopado
Bendigo al Señor, que me ha concedido el gozo de encontraros aquí, en tierra alemana, al final de esta XX Jornada Mundial de la Juventud. Me parece que se pueda decir que la Providencia con sus disposiciones, apreciadas por nosotros durante estas jornadas, no ha querido solamente animarme a mí, Sucesor de Pedro, sino ofrecer una señal de esperanza también a la Iglesia que vive en este País y especialmente a vosotros, sus Pastores. Renuevo a todos de corazón mi más profundo agradecimiento por el empeño que habéis puesto en la preparación del acontecimiento; en particular, al Cardenal Joachim Meisner y sus Auxiliares, así como al Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal, Karl Lehmann y a todos los colaboradores.
Como he dicho esta mañana al final de la gran Celebración eucarística en la explanada de Marienfeld, Alemania ha presenciado estos días una imponente peregrinación, y no una cualquiera, sino una peregrinación de jóvenes. Este acontecimiento, que la Diócesis de Colonia y todos vosotros habéis contribuido a preparar con esfuerzo, está ahora ante nuestros ojos, y es motivo de gratitud a Dios, de reflexión, de renovado impulso. El querido Papa Juan Pablo II, promotor de las Jornadas Mundiales de la Juventud, solía decir que en este tipo peregrinaciones los protagonistas son los jóvenes, y que el Papa, en cierto sentido, los sigue. Una observación graciosa, pero que encierra una verdad profunda: los jóvenes, al ir en busca de una plenitud de vida, no obstante sus fragilidades y lagunas, conducen a los Pastores a escuchar sus interrogantes y a empeñarse para que la única respuesta verdadera, la de Cristo, les llegue de un modo comprensible para ellos. Nos corresponde a nosotros, pues, apreciar este don que Dios ha hecho a la Iglesia en Alemania, aceptando el reto que supone y valorando sus potencialidades.
Es importante subrayar que este acontecimiento, aunque sea excepcional, no es algo aislado. La de Colonia – por hablar de un modo corriente – «no es una catedral en el desierto». En efecto, pienso en los numerosos dones que enriquecen a la Iglesia en Alemania. Desearía repasarlos brevemente con vosotros, precisamente en el espíritu de alabanza y gratitud que ha animado estos días de gracia. En este País, muchas personas viven la fe de modo ejemplar, con gran amor por la Iglesia, por sus Pastores y por el Sucesor de Pedro. Son numerosos los que asumen voluntariamente responsabilidades, a veces exigentes, en la vida diocesana y parroquial, en las asociaciones y en los movimientos, en particular en favor de los jóvenes. Muchos sacerdotes, religiosos y laicos cumplen fielmente su servicio en situaciones pastorales a menudo difíciles. También es grande la generosidad de los católicos alemanes respecto a los más pobres. Muchos sacerdotes «fidei donum» y misioneros alemanes están trabajando en tierras lejanas. A través de múltiples instituciones, la Iglesia católica está presente en la vida pública. Es notable la labor desarrollada por las numerosas instituciones caritativas: desde Misereor, Adveniat, Missio, o Renovabis hasta las Cáritas diocesanas y parroquiales. También es vasta la acción educativa de las escuelas católicas y de otras instituciones y organizaciones católicas en favor de la juventud. Estos son algunos rasgos, incompletos pero significativos, que perfilan por decirlo así, el retrato de una Iglesia viva, la Iglesia que nos ha engendrado en la fe y a la que tenemos el honor y el gozo de servir.
Sabemos que en el rostro de esta Iglesia no faltan lamentablemente arrugas, sombras que ofuscan su esplendor. Queremos tenerlas también presentes, por amor y con amor, en este momento de fiesta y de agradecimiento. Siguen progresando el secularismo y la descristianización. Cada vez es menor el influjo de la ética y la moral católica. Bastantes personas abandonan la Iglesia o, aunque queden, aceptan sólo una parte de la enseñanza católica. Sigue siendo preocupante la situación religiosa en el Este, donde la mayoría de la población está sin bautizar y no tiene contacto alguno con la Iglesia. Reconocemos en estas realidades otros tantos desafíos, y vosotros mismos sois los más conscientes de ello, como se desprende de vuestra Carta pastoral del 21 de septiembre de 2004, con ocasión del 1250° aniversario del martirio de San Bonifacio. En ella, citando al jesuita Alfred Delp, habéis dicho: «nos hemos convertido en tierra de misión». Al ser originario de este País tan querido por mí, me siento particularmente afectado por sus problemas, y hoy deseo expresaros mi afecto y solidaridad, junto con todo el Colegio episcopal, animándoos a perseverar unidos y confiados en vuestra misión. La Iglesia en Alemania tiene que convertirse cada vez más en misionera, empeñándose en encontrar el modo de transmitir la fe a las futuras generaciones.
Este es el panorama que nos presenta la Jornada Mundial de la Juventud: nos invita a proyectar nuestra mirada hacia el futuro. Los jóvenes son para la Iglesia, y especialmente para los pastores, los padres y los educadores, una llamada viviente a la fe y a la esperanza. Mi venerado Predecesor, al elegir el tema de esta XX Jornada – «Hemos venido a adorarle» (Mt 2,2) – ha confirmado implícitamente esta llamada. Ha trazado una orientación clara para el camino de los jóvenes: los ha estimulado a buscar a Cristo, teniendo como modelo a los Magos; los ha invitado a seguir la estrella, reflejo de Cristo en el firmamento de la existencia personal y social; los ha educado con su ejemplo dulce y enérgico a ponerse de rodillas ante el Dios hecho hombre, ante el Hijo de la Virgen María, reconociendo en Él al Redentor del hombre. Este mismo modelo que ha indicado a los jóvenes, Juan Pablo II lo ha propuesto también a los Pastores, para orientar su servicio a las nuevas generaciones y a toda familia eclesial. En efecto, el Camino, la Verdad y la Vida que toda persona busca – y el joven de manera emblemática –, nos ha sido confiado a nosotros, los Pastores, por Cristo mismo, que nos ha hecho sus testigos y ministros de su Evangelio (cf. Mt 28,18-20). Por tanto, ni debemos amortiguar la búsqueda ni esconder la Verdad, sino mantener la tensión fecunda entre estos dos polos: una tensión que se corresponde profundamente con la índole del hombre contemporáneo. Con la luz y la fuerza de este don, es decir, del Evangelio que el Espíritu Santo no cesa de hacer vivo y actual, podemos anunciar a Cristo sin temor y podemos invitar a todos a no temer abrirle el corazón, porque estamos convencidos que Él es plenitud de vida y felicidad.
Esto es lo que significa ser Iglesia abierta al futuro y, como tal, rica de promesas para las nuevas generaciones. En efecto, los jóvenes no buscan una Iglesia juvenil, sino joven de espíritu; una Iglesia en la que se transparenta Cristo, Hombre nuevo. Éste es precisamente el compromiso que hoy queremos asumir, en un momento verdaderamente singular, porque concluye un gran acontecimiento juvenil, que nos impulsa a poner los ojos en el porvenir de la Iglesia y la sociedad. En esta luz positiva y embargada de esperanza podemos también afrontar con confianza las cuestiones más difíciles que acucian a la Comunidad eclesial en Alemania. Una vez más, los jóvenes son para nosotros, Pastores, una provocación saludable, porque nos piden que seamos coherentes, unidos, intrépidos. Por nuestra parte, hemos de educarlos a la paciencia, al discernimiento, al sano realismo. Pero sin falsas componendas, para no desvirtuar el Evangelio.
Queridos Hermanos, la experiencia de estos veinte años nos ha enseñado que cada Jornada Mundial de la Juventud, en cierto modo, es para el País que la hospeda un nuevo comienzo para la pastoral juvenil. La preparación del acontecimiento moviliza personas y recursos, y su celebración lleva consigo una oleada de entusiasmo, que es preciso favorecer del mejor modo posible. Es un potencial enorme de energías, qu
e puede acrecentarse más y más, difundiéndose sobre el territorio. Pienso en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos; pienso en los sacerdotes, en los religiosos, los catequistas, los animadores que se ocupan de los jóvenes. Imagino que muchísimos se han implicado en este acontecimiento en Alemania. Pido al Señor que para cada uno de ellos haya significado un auténtico crecimiento en el amor a Cristo y a la Iglesia, y animo todos a llevar adelante juntos, con renovado espíritu de servicio, el trabajo pastoral entre las nuevas generaciones.
La mayor parte de los jóvenes alemanes vive en buenas condiciones sociales y económicas, pero no faltan situaciones difíciles. Aumenta en todas los sectores sociales el número de los que proceden de familias disgregadas. Lamentablemente, el paro juvenil en Alemania se ha incrementado. Además, numerosos muchachos y muchachas están confusos, sin respuestas válidas a las cuestiones sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre su presente y su futuro. Muchas propuestas de la sociedad moderna desembocan en el vacío y bastantes jóvenes terminan cayendo en las «arenas movedizas» del alcohol y la droga, o en los círculos de grupos extremistas. Buena parte de los jóvenes alemanes, sobre todo en el Este, no ha conocido nunca personalmente la Buena Nueva de Jesucristo. E, incluso en las zonas tradicionalmente católicas, la enseñanza de la religión y la catequesis no siempre consigue establecer vínculos duraderos entre los jóvenes con la Comunidad eclesial. Por eso, la Iglesia en Alemania está comprometida en buscar nuevas vías para llegar a los jóvenes y para anunciarles a Cristo. La Jornada Mundial de la Juventud, por usar una expresión del Papa Juan Pablo II, es un excepcional «laboratorio» en este sentido. Un laboratorio también vocacional, porque en estos días el Señor no dejará de hacer oír con fuerza su llamada al corazón de bastantes jóvenes. Una llamada que, naturalmente, requiere ser acogida e interiorizada para echar raíces profundas y dar así frutos buenos y duraderos. Muchos testimonios de jóvenes y parejas demuestran que la experiencia de estos Encuentros mundiales, cuando continúa en un camino de fe, de discernimiento y de servicio eclesial, lleva a opciones maduras de vida matrimonial, religiosa, sacerdotal y misionera. Teniendo en cuenta la escasez de sacerdotes y religiosos que ya también en Alemania es dramática, os invito, queridos Hermanos, a promover con renovado impulso una pastoral vocacional que incluya a las parroquias, a los centros educativos y a las familias. La pastoral juvenil y vocacional enlaza inevitablemente con la pastoral familiar. No digo nada nuevo al señalar que hoy la familia ha de afrontar muchos problemas y dificultades. Os exhorto ardientemente a no desanimaros y a proseguir con confianza en vuestro empeño en favor de la familia cristiana. El objetivo que nos proponemos es que los cónyuges sean capaces de desempeñar plenamente su misión, particularmente en la evangelización de los niños y los jóvenes.
En el mundo juvenil desempeñan un papel importante las asociaciones y los movimientos, que son una riqueza indudable. La Iglesia ha de valorizar estas realidades y, al mismo tiempo, conducirlas con sabiduría pastoral, para que contribuyan del mejor modo posible con sus propios dones a la edificación de la comunidad, sin competir nunca unas con otras, sino respetándose y colaborando juntas para suscitar en los jóvenes la alegría de la fe, el amor por la Iglesia y la pasión por el Reino de Dios. A este respecto, es indispensable que todos los que están comprometidos con y para los jóvenes sean personalmente testigos convencidos de Cristo y fieles al magisterio de la Iglesia. Una argumentación análoga puede hacerse en el campo de la educación católica y en la catequesis: estoy seguro que no dejaréis de poner el mayor cuidado en elegir personas preparadas y fieles al magisterio eclesial para las tareas de enseñar la religión y dar catequesis. Una ayuda válida para este cometido en la formación cristiana de las nuevas generaciones se puede encontrar en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, donde se han recogido sintéticamente todos los contenidos esenciales de la fe y de la moral católica, formulados de manera clara y accesible a todos.
Queridos Hermanos en el episcopado, si Dios quiere tendremos otras ocasiones para profundizar tantas cuestiones que reclaman vuestra solicitud pastoral y la mía. En esta oportunidad he querido recoger con vosotros el mensaje que ha dejado la gran peregrinación de jóvenes. Me parece que ellos, al final de esta experiencia, podrían decirnos en síntesis: «Hemos venido a adorarlo. Lo hemos encontrado. Ayudadnos ahora a ser sus discípulos y testigos». Es una petición exigente, pero sumamente consoladora para el corazón de un Pastor. Que el recuerdo de los días vividos aquí en Colonia bajo el signo de la esperanza refuerce nuestro y vuestro ministerio. Os dejo mi aliento afectuoso, que es al mismo tiempo una ferviente petición fraterna de caminar y actuar unidos, sobre el fundamento de una comunión que tiene en la Eucaristía su cumbre y su fuente inagotable. Os encomiendo a todos a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia, a la vez que imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestras Comunidades una especial Bendición Apostólica.
[Traducción del original alemán distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede]