Al presidir la eucaristía final de la LXXIX Asamblea de la Conferencia Episcopal Mexicana el 8 de julio pasado, monseñor Carlos Suárez, obispo de Zamora, recordó el motivo de fondo de esta visita quinquenal que los obispos del mundo realizan al Papa.
«En la comunión eclesial, así como el obispo no está solo, sino en continua relación con el Colegio y su Cabeza, y sostenido por ellos, tampoco el Romano Pontífice está sólo, sino siempre en relación con los obispos y sostenido por ellos».
El prelado propuso a sus hermanos en el episcopado transmitir este mensaje a Benedicto XVI y «orar por la beatificación de Juan Pablo II junto al altar de la confesión».
Los orígenes históricos de la Visita ad Limina datan del siglo IV, aunque fue el Papa Sixto V en 1585 quien la institucionalizó y dispuso de modo más sistemático. En la actualidad, la visita se define y precisa en los cánones 399 y 400 del Código de Derecho Canónico.
Según esta legislación de la Iglesia, los obispos diocesanos deben visitar las tumbas de los apóstoles, encontrarse con el sucesor de Pedro y presentar un informe o relación de sus respectivas diócesis cada cinco años, aproximadamente.
El momento principal de la visita lo constituye la entrevista personal que el Papa mantiene con cada uno de los obispos y la posterior audiencia y discurso papal a los distintos grupos de obispos.
En estos discursos, el Papa subraya las urgencias pastorales de las distintas Iglesias particulares. En el transcurso de la visita «ad limina», los obispos han de visitar también distintos Dicasterios y organismos de la Curia Romana y peregrinar a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo.