ROMA, miércoles, 31 agosto 2005 (ZENIT.org).- El sindicato Solidarnosc provocó una «revolución» cuyas consecuencias no han sido totalmente comprendidas, considera el periodista Gian Franco Svidercoschi.
Italiano, de ascendencia polaca, Svidercoschi fue uno de los poquísimos periodistas occidentales que siguió de cerca aquellos acontecimientos en los astilleros de Gdansk con crónicas para diarios italianos.
Ya antes de llegar a ser Papa, el cardenal Karol Wojtyla le había agradecido sus investigaciones sobre Polonia. Más tarde llegaría a ser subdirector de «L’Osservatore Romano». Es el autor del guión de la película televisiva: «Historia de Karol», recientemente transmitida con aplastante éxito por canales de televisión de todo el mundo.
En esta entrevista concedida a Zenit, Svidercoschi explica cómo tuvieron lugar aquellos acontecimientos acaecidos entre el 30 y el 31 de agosto de 1980 que cambiaron el rumbo de la humanidad.
–¿Por qué la llama revolución?
–Gian Franco Svidercoschi: Porque fue la revolución de todo un pueblo. Porque durante muchos años en Polonia se habían dado «pequeñas revoluciones», como las llamaba el cardenal Stefan Wyszynski: en 1956 los obreros, en 1968 los estudiantes y los intelectuales, en 1970 de nuevo los obreros en el Báltico… hasta que en 1976 tuvo lugar una protesta obrera que determinó la unión de toda la sociedad.
Los obreros protestaron y pagaron las consecuencias con la cárcel, pero por primera vez estudiantes y otros grupos sociales se les unieron de una manera u otra. Se creó lo que llamamos la subjetividad de la nación polaca. De allí surgió Solidarnosc. En 1980, el 1 de julio, se organizó una huelga. El régimen comunista trató de calmar las aguas ofreciendo aumentos de sueldo, pero luego, como una cadena, siguió la huelga de otra fábrica, y después la de otra cercana. Así la hilera de naipes fue cayendo por todo el país.
El 15 de agosto comenzaron la huelga en los astilleros del Báltico. Allí se dio una auténtica protesta, la más fuerte de toda Polonia. El régimen comunista polaco, ante Leónidas Breznev que desde Moscú tenía miedo de que la herida polaca se expandiera por doquier, decidió firmar los famosos acuerdos de Gdansk entre el 30 y el 31 de agosto.
–¿Por qué pasaron a la historia?
–Gian Franco Svidercoschi: Porque no sólo fueron una plataforma social, sino también una plataforma ética. Entre otras cosas, se exigían programas en los medios de comunicación para la Iglesia. Este aspecto ético-religioso ya estaba presente en las protestas: en las puertas de los astilleros de Gdansk había imágenes de la Virgen Negra y de Juan Pablo II.
–¿Hasta qué punto influyó la Iglesia en Polonia en esos obreros?
–Gian Franco Svidercoschi: Incluso quien era de izquierdas o comunista disidente, encontraba en la Iglesia un apoyo. Durante demasiado tiempo se ha pensado que la Iglesia polaca era una Iglesia conservadora. Sin embargo, se había renovado tras el Concilio y, por tanto, no defendía su propia libertad, sino que defendía la libertad del hombre, independientemente de su partido, o religión.
Además de todo este compromiso de la Iglesia en Polonia –Stalin siempre decía: ojalá estuviera de nuestro lado el cardenal Wyszynski–, dos años antes había tenido lugar la elección del Papa polaco. Era como una especie de paraguas protector para esta revolución que nacía en Polonia, pero que tendría la fuerza para ampliarse a todo el Este de Europa.
–¿Por qué tenía esa importancia el Papa polaco?
–Gian Franco Svidercoschi: Era importante no por haber sido el «autor» de la caída del Muro, como él escribió en su último libro «Memoria e identidad», sino por el hecho mismo de que hubiera un Papa polaco en Roma, un Papa de esa nación en la que en esa gran mayoría católica de la población se había creado este movimiento popular que llevó precisamente al nacimiento de Solidarnosc y a la transformación de Polonia.
–¿Cual era la actitud de Occidente ante la transformaciones que tenían lugar en Polonia?
–Gian Franco Svidercoschi: Creo que Occidente tuvo una gran culpa en ese período. En primer lugar, porque no entendió lo que estaba sucediendo en Polonia. Fui a hacer una investigación a Polonia en enero de 1977, después de que se había alcanzado aquel acuerdo entre obreros, intelectuales, estudiantes y otros disidentes… Pues bien, no había ni siquiera un periodista occidental para testimoniar lo que estaba sucediendo. Cuando se dio la cadena de protestas que antes mencionaba, durante un mes en los periódicos occidentales no se publicaba ni una noticia. Se creía que el mundo comunista era un mundo cerrado, un mundo acabado y que la separación del resto de Europa era definitiva.
Pero en Roma había una persona, quizá la única persona en todo el mundo que creía en la posibilidad de que el mundo podría cambiar, que Europa podría volver a respirar con los dos pulmones, el occidental y el oriental. Era Juan Pablo II. Por eso creo que en ese período fue fundamental la presencia de un Papa polaco, y no Occidente.
–¿Qué queda hoy de Solidarnosc?
–Gian Franco Svidercoschi: Las cosas han cambiado mucho. Digamos que el Papa tenía razón cuando fue a Polonia y pronunció una predicación sobre el Credo: comprendía que abiertas las puertas de Polonia y de los demás países del Este tras la caída del Muro de Berlín, llegaría otro gran peligro, el consumismo, una forma de sociedad descristianizada, laicizada, que después ha involucrado a Polonia y a los demás países.
De todos modos, Solidarnosc es el empuje que llevó a la caída del Muro, del comunismo. Por sendas secretas, misteriosas todo aquello que nació entre el 30 y el 31 de agosto de 1980 en el Báltico llevó después a la transformación de Europa. Quizá no todos estén hoy contentos con la Europa actual, pero en Europa existe algo fundamental, la libertad, como decía el Papa al llegar a Praga, declarando en cierto sentido el final del comunismo. Antes estos pueblos no tenían libertad, ahora la tienen. Quizá no todos han hecho un buen uso de la libertad conquistada, comenzando precisamente por los polacos, pero al menos los hombres y mujeres del Este de Europa viven ahora con la libertad de un europeo de la otra parte del continente.