Llamamiento por la paz
Hombres y mujeres de religiones diferentes, de los diferentes continentes de este único mondo, nos hemos encontrado por la primera vez en América, guiados por el viento espiritual del «espíritu de Asís». Aquí, en Washington, hemos rezado, hemos dialogado, hemos invocado de Dios el gran don de la paz.
También hemos escuchado la petición de muchos que piden globalizar la solidaridad y derrotar la plaga de la pobreza Nos ha llegado, en los testimonios de tantas personas, la invocación de todas las víctimas de la violencia, del terrorismo y de la guerra, de quien se encuentra sin los derechos humanos mínimos, el derecho a tratamientos, al agua, a la comida, a la libertad religiosa. Hemos escuchado que es inaceptable un mundo en el que miles de millones de seres humanos luchan por sobrevivir, cuando la humanidad tiene a disposición recursos superiores a los de todas las generaciones que nos han precedido.
Hemos venido aquí, hombres y mujeres, como peregrinos y buscadores de paz. Nuestro mundo parece que ha olvidado que la vida humana es sagrada. Dios tiene compasión de quien sufre, de quien sufre la guerra, de quien es víctima del terrorismo ciego. El mundo está cansado de vivir en el miedo. El miedo humilla lo mejor de nosotros mismos. El miedo y el pesimismo parecen a veces el único camino, pero es un camino oscuro. Las religiones no quieren la violencia, la guerra, el terrorismo: ¡no creáis a quien lo dice!
A todos nuestros hermanos en religión, a todo hombre y a toda mujer, queremos decir que quien utiliza la violencia desacredita a su propia causa. Quien cree que sólo una violencia más grande es la repuesta al mal sufrido no ve las montañas de odio que contribuye a crear. La paz es el nombre de Dios. Dios no quiere nunca la eliminación del otro, los hijos de nuestros adversarios no son nunca nuestros enemigos, todos son niños a los que hay que amar y proteger.
La humanidad no mejora con la violencia, con el terror, sino con la fe, el amor. El fundamentalismo es la enfermedad infantil de todas las religiones y de todas las culturas, pues hace prisioneros de una cultura del enemigo. Por eso, ante vosotros, jóvenes, decimos a quien mata, a quien siembra el terrorismo y hace la guerra en nombre de Dios: «¡Parad! ¡No matéis! ¡La violencia es un fracaso para todos! ¡Hablemos juntos y Dios nos iluminará!». ¡Sólo la paz es santa! ¡Dialoguemos y promovamos un serio y honesto diálogo!
El diálogo es un arte. No es la opción de los miedosos, de quienes abren paso al mal sin combatir. Estimula a cada hombre y a cada mujer a ver lo mejor del otro y arraigarse en lo mejor de sí. El diálogo es una medicina que cura las heridas, ayuda a hacer mejor este mundo para las generaciones presentes y futuras.
Pidámonos a nosotros mismos y pidamos a todos los hombres y mujeres creyentes y de buena voluntad hoy, una vez más, solemnemente, la valentía de vivir el arte del diálogo. Lo pedimos para nosotros, para las nuevas generaciones, para abrir el mundo a la esperanza de una nueva estación de paz y de justicia.
[Traducción del original inglés realizada por Zenit]