CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 18 mayo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este jueves al concluir la ceremonia de presentación de cartas credenciales de los nuevos embajadores de Chad, la India, Cabo Verde, Moldavia y Australia.
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Excelencias:
Con alegría os doy la bienvenida con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Chad, la India, Cabo Verde, Moldavia y Australia. Os doy las gracias porque me habéis transmitido las corteses palabras de vuestros jefes de Estado, y os pido que les transmitáis mi saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de sus países. A través de vosotros quiero saludar a las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros compatriotas, pensando de manera particular en las comunidades católicas.
Pertenecéis a la gran familia de diplomáticos que, en todo el mundo, se esfuerzan por tender puentes entre los países con el objetivo de instaurar y consolidar la paz y relaciones más intensas entre los pueblos, tanto a nivel de la solidaridad fraterna como de intercambios económicos y culturales a favor del bienestar de todas las poblaciones del planeta. Esto supone por vuestra parte, como por parte de las autoridades legítimas de los diferentes países del globo y de las diferentes instancias internacionales, una firme voluntad, así como amplitud de miras para no reducir las decisiones que hay que tomar a una respuesta a las urgencias del momento.
En efecto, no es suficiente optar por la paz o por la colaboración entre las naciones para lograr estos objetivos. Hace falta además un compromiso concreto, que exige no buscar únicamente los intereses inmediatos y de una clase particular de la sociedad, en detrimento del interés general. Más bien, hay que perseguir ante todo el bien común de las poblaciones y de toda la humanidad. En la era de la globalización es importante que la gestión de la vida política no esté guiada de manera preponderante o únicamente por consideraciones económicas, por la búsqueda de la rentabilidad, por una utilización desconsiderada de los recursos del planeta en detrimento de las poblaciones, en particular de las más desfavorecidas, corriendo el riesgo de hipotecar a largo plazo el porvenir del mundo.
Asimismo, la paz se arraiga en el respeto de la libertad religiosa, que es un aspecto fundamental y primordial de la libertad de conciencia de las personas y de la libertad de los pueblos. Es importante que, en todo el mundo, toda persona pueda adherir a la religión que quiera y practicarla sin miedo, pues nadie puede fundamentar su existencia únicamente en la búsqueda de un bienestar material. Aceptar esa dimensión personal y colectiva tendrá sin duda alguna efectos benéficos sobre la vida social. Amar al Todopoderoso y acogerle invita a cada quien a ponerse al servicio de sus hermanos y a construir la paz.
Aliento a los responsables de las naciones y a todos los hombres de buena voluntad a comprometerse cada vez más decididamente en la construcción de un mundo libre, fraterno y solidario, en el que la atención por las personas esté por encima de los simples aspectos económicos. Tenemos el deber de reconocer que somos responsables los unos de los otros, y de la marcha del conjunto del mundo. Nadie puede responder, como Caín, a la pregunta de Dios en el libro del Génesis: «¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?».
En el momento en el que comenzáis vuestra misión ante la Santa Sede, permitidme, señores embajadores, dirigiros mis mejores deseos. Pido al Todopoderoso que os llene de bendiciones divinas a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos los habitantes de vuestros países.
[Traducción del original en francés realizada por Zenit
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]