MILÁN, martes, 30 mayo 2006 (ZENIT.org).- El cardenal Joseph Zen Ke-Kiun, obispo de Hon Kong, ha recibido el premio «Defensor Fidei» (Defensor de la fe) que todos los años entrega la revista italiana «Il Timone».
Según la motivación, el purpurado «ha sido testigo fiel del Evangelio de Cristo, ha cuidado y se ha hecho garante de todos los católicos chinos; ha trabajado incansablemente por la unidad de la Iglesia china en la superación de las divisiones infligidas por el régimen comunista; ha tratado de ampliar los espacios de libertad, empeñándose en un diálogo tenaz y sin cesiones con las autoridades del Estado; ha defendido con valor la libertad de la Iglesia y ha trabajado por el reconocimiento de los derechos fundamentales de cada ser humano».
Al recibir el premio de la revista el cardenal ha concedido una entrevista en la que explica que «el color rojo que visto significa la voluntad de un cardenal de derramar la propia sangre. Pero no es mi sangre la que ha sido derramada: es la sangre y las lágrimas de numerosos héroes sin nombre de la Iglesia oficial y de la subterránea que han sufrido por ser fieles a la Iglesia».
–¿Cuántos son los héroes sin nombre» de la Iglesia en China?
–Alguno ha tratado de hacer este cálculo pero me parece imposible dar un número exacto. Lo único cierto es que han sido muchísimos: muchos han muerto en prisión, campos de concentración y trabajos forzados. Otros muchos han muerto por graves enfermedades contraídas durante la prisión. Están también los que han sobrevivido a 20-30 años de prisión y torturas, también éstos son mártires. Es una forma de martirio moderno: no es la crucifixión o la muerte violenta inmediata sino un sufrimiento larguísimo, consumado en muchos años de aislamiento. Hay personas que entraron en la cárcel o en el campo de concentración con menos de veinte años y salieron cuando eran ya ancianos y con la salud arruinada. Pienso en muchos jóvenes de la Legión de María, que fueron a la cárcel en Shangai en los años cincuenta, laicos en mayor medida que sacerdotes o religiosas, que no tienen una familia en la que pensar. Y sin embargo he visto a muchos de ellos salir de las cárceles felices y serenos: un gran testimonio. Pero no olvidemos tampoco los sufrimientos de las familias: imaginen a los padres que se ven arrebatar un hijo, sin saber nunca más ni siquiera dónde está o qué le ha sucedido.
–A menudo se oye decir que hoy la situación ha mejorado…
–Cardenal Zen: Depende de lo que quiere decir. Seguramente el régimen chino –hoy que tiene más intercambios con el exterior y es más observado- debe estar más atento en la persecución, es menos brutal. Por ejemplo, los obispos que son arrestados no van a la cárcel sino a otros lugares aislados, la detención es menos larga. Esto no quita que los dos obispos de Baoding hayan desaparecido y no se sepa nada de ellos. Diría sin embargo que la evolución más importante se da dentro de la Iglesia oficial, con una comunión cada vez más clara con el Papa. Y se ve que, cuando los sacerdotes están unidos, incluso el régimen debe ceder, como lo demuestra el nombramiento de Shangai y Xian: propuestos por el Papa, pero formalmente elegidos por el clero local, de modo que el Gobierno no ha podido decir nada.
–También en su diócesis de Hong Kong usted está menudo en el candelero por su firme postura en defensa de la libertad y la democracia.
–Cardenal Zen: En Hong Kong, la situación obviamente es diferente. No hemos tenido nunca persecución como en el resto de China. Aquí el enemigo principal es el secularismo. A pesar de ello, nuestra Iglesia de Hong Kong mantiene su propia vitalidad y tenemos una media de dos mil bautizos al año. Tras 1997, con la vuelta de Hong Kong a China, la situación ha cambiado y la Iglesia se ha visto en el deber de defender a los más débiles, los pobres. Por lo demás, es la Iglesia la que nos enseña a preocuparnos de todo el hombre, estamos llamados a poner levadura de humanidad en las relaciones sociales.
–Usted se ha creado fama de ser un duro, que se enfrenta abiertamente al régimen chino sin muchos circunloquios. ¿Es esta la estrategia adecuada para tratar con Pekín?
–Cardenal Zen: Nunca he premeditado cómo actuar. En realidad, he intervenido duramente sobre dos cuestiones: la primera para defender la canonización de los mártires chinos, celebrada el 1 de octubre de 2000. El Gobierno se inventó una carta firmada por todos los obispos chinos que protestaban por esta canonización. Pero era falso, sabía que la inmensa mayoría de los obispos no la compartía. De manera que intervine duramente para desenmascarar este intento de desacreditar al Papa. La otra intervención mía fue sobre la cuestión de la democracia, más precisamente sobre la libertad religiosa. Pekín ha violado ya abiertamente la «Basic Law» (la mini-constitución de Hong Kong, firmada conjuntamente por el Gobierno británico y el chino, que garantiza el proceso de democratización de Hong Kong por al menos 50 años, ndr.) y ha tratado de obstaculizar la libertad religiosa. Nosotros los católicos, aún siendo minoría, nos hemos convertido en padres de todo el pueblo, un punto de referencia: así nació la manifestación que llevó a la calle a medio millón de ciudadanos.
–¿Usted cree que China podría pronto «resignarse» a abrir un diálogo verdadero con la Santa Sede y abandonar sus prejuicios?
–Cardenal Zen: Creo que sí. Hoy China manda a muchas personas al exterior, ya sean del Gobierno o no. Poco a poco, se dan cuenta de que, en el resto del mundo, los países no tienen ningún problema en aceptar que el Papa nombre a los obispos, que esto no contradice el amor a la patria o el ser buenos ciudadanos. De este modo muchos problemas podrían superarse.
–Si la Santa Sede restablece relaciones diplomáticas con China, suspenderá aquellas con Taiwán, donde hay una importante comunidad católica que precisamente gracias al Gobierno de Taipei ha podido vivir y actuar en libertad.
–Los obispos y los católicos de Taiwán están más que preparados para el cambio. Y también el Gobierno es consciente de que es un paso inevitable, incluso lo han dicho abiertamente. Ciertamente la Santa sede deberá gestionar este paso, cuando suceda, con gran prudencia y respeto. Hay que evitar desde ahora declaraciones precipitadas que pueden ofender a todos los chinos de Taiwán. Más bien, en el momento justo, habrá que pedir excusas por este paso y expresar reconocimiento a Taiwán y a sus católicos.