ROCCA DI PAPA, viernes, 2 junio 2006 (ZENIT.org).- ¿Cómo presentar la belleza de Cristo en una sociedad que parece vivir como si Dios no existiera? A esta pregunta respondieron este jueves en el Segundo Congreso Mundial de Nuevos Movimientos y Nuevas Comunidades exponentes de la Iglesia y de estas realidades eclesiales.
La cuestión fue afrontada en la mesa redonda que llevaba por tema «Dar razón de la belleza de Cristo en los escenarios del mundo contemporáneo».
Los participantes en el debate fueron Vittorio Messori, quien afrontó la manera de presntar la belleza de Cristo frente a una «apostasía de masa»); el padre Bernard Peyrous, de la Comunidad del Emmanuel (ante sectas y formas diversas de «New Age»); monseñor Fouad Twal, arzobispo coadjutor de Jerusalén (en la relación con el Islam); Luis Fernando Figari, del Movimiento de Vida Cristiana (en la educación de los jóvenes); Dino Boffo, director del diario «Avvenire» (en la presencia pública de los católicos); Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio (en situaciones de pobreza y violencia).
El padre Peyrous afrontó en su intervención la difusión de las sectas y de la «New Age», «un fenómeno que ha llegado a todo el mundo, a través de formas organizadas, pero también como un gran mercado de las creencias, en el que encuentra espacio una forma de espiritualidad genérica, de la que todos pueden obtener elementos, incluso de modo contradictorio».
El ponente describió este fenómeno como «una gran fuga de la realidad», fruto de ese itinerario, iniciado en el siglo XIX, según el cual «Dios no existía o no tenía nada que ver con el hombre», y estallado en el siglo XX con el fracaso de los intentos del hombre de procurarse la felicidad por sí mismo.
Sin demonizar la modernidad, el padre Peyrous concluyó invitando a «acoger los aspectos interesantes del siglo XX, las novedades y los descubrimientos que deben ser reconocidos» y, al mismo tiempo, a no olvidar que ha sido un siglo en el que se ha dado la intervención constante de Dios a través del «don hecho a hombres y mujeres de tener el valor de ser cristianos en un mundo difícil».
Luis Fernando Figari afrontó el tema de la educación de los jóvenes recordando que «el sujeto de la educación cristiana es el sujeto humano completo, herido y al mismo tiempo salvado».
Al señalar el itinerario pedagógico espiritual al que invitar a los jóvenes de hoy, Figari propuso dos dimensiones fundamentales de la fe: «la fe en el corazón del hombre y la fe en la mente».
Respecto a la primera dimensión, dijo que «no basta aceptar de modo cognitivo la fe sino que hay que experimentarla como don, en el que nace un afecto hacia quien anuncia a Cristo». La segunda subraya la «racionalidad de la fe», en la que «se da un respeto real de la libertad».
Por su parte, Dino Boffo para hablar de la presencia de los católicos en la sociedad, partió del Concilio Vaticano II. Citando la «Lumen Gentium» (nº 32), puso el acento en el pasaje en el que se pide a los laicos «iluminar y ordenar todas las cosas temporales», viviendo inmersos en la realidad cotidiana.
«Dos verbos (iluminar y ordenar) que nos llaman a una responsabilidad específica y entusiasmante a la vez» y que se asocian a otros dos, presentes en la «Gaudium et Spes» (nº 37), con los que se describe la tarea del laico en la sociedad como dedicación a la gloria de Cristo, «usando y gozando de las cosas del mundo». «La espiritualidad a la que los laicos estamos llamados no es la de la fuga del mundo sino la de la simpatía hacia el mundo y su belleza», afirmó.
Andrea Riccardi, al presentar el testimonio de Cristo en situaciones de pobreza y violencia, dijo que «al cristiano se le presenta un interrogante grave ante la guerra, la violencia y el dolor, porque son situaciones en las que casi se teme el contagio de la tristeza y del sufrimiento de los demás».
«Pero el amor por los débiles –añadió Riccardi– no tiene que ver con las modas o las ideologías, y la fidelidad a situaciones difíciles no es posible si no es con una fe real y vivida».
Recordando rápidamente las cifras de los conflictos y de la pobreza en el mundo, Riccardi subrayó la palabra paz: «La oración por la paz es la gran fuerza de los creyentes y es expresión de la certeza de la fe». «Estamos llamados todos –concluyó– a comunicar de corazón en corazón la belleza de la paz».