ROMA, jueves, 22 junio 2006 (ZENIT.org).- En este año, con motivo de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 23 de junio, se celebra el 50 aniversario de la encíclica del Papa Pío XII «Haurietis Aquas», sobre este culto.

Benedicto XVI con este motivo ha escrito una Carta dirigida al padre Meter-Hans Kolvenbach S.I., prepósito general de la Compañía de Jesús.

En esta entrevista concedida a Zenit, el padre Massimo Taggi, director nacional del Apostolado de la Oración en Italia presenta la devoción al Sagrado Corazón como un medio eficaz para responder al fenómeno de secularización, pues no es una espiritualidad pietista o sentimental, sino impregnada de amor por Cristo y por la Iglesia.

--¿Cuál es el sentido y la actualidad del culto al Sagrado Corazón hoy?

--Padre Taggi: En un mundo que, por una parte, se caracteriza por maravillosos aspectos positivos, tanto a nivel científico, como técnico, cultural y social, con un fuerte anhelo de crecimiento en la justicia, en la paz y en la solidaridad, pero que, por otra parte, aparece terriblemente ambiguo y confuso, en crisis de valores, sustancialmente materialista, el culto del Corazón de Cristo ofrece una indicación fundamental para captar la imagen verdadera de Dios y el sentido profundo de la vida.

Si es verdad lo que dice estupendamente un pensador francés, que «la calidad de la vida depende de la calidad de los sentimientos» (Bertrand de Jouvenel), el retorno al Corazón --entendido en sentido bíblico, como el centro de la persona, donde pensamientos, decisiones y sentimientos encuentran su punto existencial de síntesis--, y concretamente al Corazón de Jesús, Verbo encarnado, se convierte en la vía regia para «sacar con alegría las aguas en las fuentes de la salvación» («Haurietis Aquas»).

Como dice el Santo Padre Benedicto XVI en la encíclica «Deus Caritas Est»: « Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto… que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva. No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios» (nº 7).

--¿Por qué en los últimos treinta años se ha perdido esta devoción?

--Padre Taggi: A decir verdad no se ha perdido nunca del todo. Incluso en el periodo postconciliar, la devoción al Sagrado Corazón siguió existiendo, sobre todo a nivel de religiosidad popular, y en prácticas devocionales muy difundidas, como la oración del ofrecimiento diario, promovida por el Apostolado de la Oración, las Horas de adoración del primer viernes del mes, etc. Ahora bien, es verdad que ha sido cuestionada o marginada con la crítica, bastante fundada, de pecar de «devocionismo»; o con el presupuesto, bastante menos fundado, de que después del Concilio Vaticano II no hubiera ya lugar para algo semejante.

El motivo de fondo de tal crisis es que no se había comprendido que no se trata de una devoción menor, facultativa, sino de una espiritualidad, de un culto cuyo fundamento, como ha escrito el Santo Padre Benedicto XVI, en el mensaje al padre Kolvenbach del 15 de mayo «es antiguo como el cristianismo mismo».

--¿Cómo y por qué celebrarán ustedes, en el Apostolado de la Oración, el quincuagésimo aniversario de la encíclica «Haurietis Aquas» de Pío XII?

--Padre Taggi: Hemos decidido celebrar un Congreso Nacional de la Apostolado de la Oración, con motivo del 50 aniversario de la «Haurietis Aquas» por dos motivos: porque aquella encíclica fue un documento importante, que trató de manera completa y profunda el tema del culto al Corazón de Jesús, tomando en consideración las objeciones que ya surgían y dándoles una respuesta autorizada y porque estamos convencidos de que el mundo de hoy tiene gran necesidad de descubrir que Dios es amor; que la afectividad, y no el sentimentalismo, es un componente esencial de una relación auténtica con Dios en Jesucristo; que una actitud de misericordia, acogida y donada, es el fundamento de la paz auténtica a todos los niveles, desde la familia a las relaciones interétnicas e internacionales. Como se ve de manera evidente en el magisterio de Juan Pablo II, y ahora de Benedicto XVI.

El Apostolado de la Oración nació en Vals, cerca de Le Puy, en Francia, el 3 de diciembre de 1844, por iniciativa del padre jesuita Francisco Javier Gautrelet. La actividad se inició como propuesta de vida espiritual para un grupo de seminaristas de la Compañía de Jesús, y se difundió enseguida como una mancha de aceite en los diversos estratos de la Iglesia. A este desarrollo dio un gran impulso otro jesuita, el padre Enrique Ramière, tanto que a finales del siglo XIX había ya, en Europa y también fuera de ella, 35.000 centros locales (parroquiales o en institutos religiosos) con más de trece millones de inscritos, en todo el mundo.

El carisma de la Apostolado de la Oración puede definirse como «vivir conscientemente y activamente el bautismo, y en especial el sacerdocio común que es propio de todos los bautizados». Se vive mediante el ofrecimiento diario de toda la vivencia personal, en unión con el Sacrificio eucarístico de Jesús, y por las intenciones particulares que el Papa indica cada mes a nivel universal; el espíritu de reparación, que se traduce también en acciones concretas a nivel social; y con actos de consagración (personal, de la familia, etc.) al Corazón de Jesús, como expresión específica de la consagración bautismal.

Respecto a los seguidores, según estimaciones recientes y fiables, resulta que en el mundo siguen al Apostolado de la Oración al menos cincuenta millones de personas de todos los continentes.