PARAMATTA, Australia, sábado, 3 de junio de 2006 (ZENIT.org) .- La sociedad demanda cada vez más perfección, y los bebés a los que se diagnostica algún problema corren el riesgo de ser abortados. Algunas mujeres, sin embargo, están resistiéndose a esta presión y dan a luz a niños que sufren discapacidades.

La investigadora y activista australiana, Melinda Tankard Reist, ha sacado a la luz la historia de algunas de estas mujeres en un libro titulado: «Nacimiento desafiante: Mujeres que se resisten en a la eugenesia médica» («Defiant Birth: Women Who Resist Medical Eugenics», Spinifex Press). Los testimonios en primera persona abarcan la mayor parte del libro.

En su ensayo que abre el libro, Tankard Reist, directora del Foro de las Mujeres de Australia, habla de las mujeres que se enfrentan a una sociedad temerosa con la discapacidad y que deciden tener hijos sin el sello de aprobación genético. «Son, en cierto sentido, mujeres que están fuera de la ley genética», indica.

La experiencia de algunas de estas mujeres suscita también dudas sobre la profesión médica. Algunas recibieron diagnosis graves de sus hijos no nacidos. Más tarde, estos niños nacieron, sin ningún problema, o con discapacidades que eran menos graves de las predichas. Algunos doctores incluso rechazaron ayudar a las mujeres que no quisieron abortar a los niños a los que se habían diagnosticado incapacidades.

De hecho, cada vez con más frecuencia se ignoran los deseos de las mujeres. Tankard Reist cuenta el caso de una mujer que no quiso que se le informara de ningún problema antes de someterse a un procedimiento de ultrasonidos. Sin embargo, al ver la imagen en casa, encontró, sobre la misma imagen, una serie de anotaciones sobre posibles anormalidades. El bebé al nacer estaba libre de todas las circunstancias mencionadas.

El resultado, indica la investigadora, es que el diagnóstico prenatal, en lugar de dar más posibilidades a las mujeres – algo que forma parte de la retórica del «derecho a elegir» el aborto– en la práctica le impone la presión de conformarse a los prejuicios sociales contra la discapacidad.

Los sin voz
Con las pruebas genéticas también asoma otro peligro, más insidioso. El diagnóstico y el aborto se han convertido en una mera parte de la rutina del programa prenatal, sostiene Tankard Reist. Antes de la diagnosis prenatal la posibilidad de abortar ni siquiera se menciona y cuando se detectan problemas tampoco se da una explicación plena de las opciones disponibles.

Tal ha sido el caso de Natalie Withers. Se diagnosticó a su cuarto bebé problemas de corazón y otros síntomas. Ella contaba a Tankard Reist que el término «aborto» ni siquiera fue mencionado, simplemente se hablaba de «inducir el nacimiento» – a las 20 semanas de gestación. Sólo cuando Withers estaba en el parto se le informó que el bebé podría ser prematuro o morir inmediatamente. Hasta que no acabó todo – el bebé no sobrevivió – no descubrió Withers que los niños nacidos en las circunstancias de su hija pueden sobrevivir y vivir normalmente si reciben el cuidado apropiado.

Las mujeres pueden, por tanto, convertirse en víctimas si van de modo inocente con la actitud de «el médico sabe lo que es lo mejor». Solo demasiado tarde descubren que sus propios intereses y preferencias se han dejado a un lado a favor de la sabiduría convencional de los niños perfectos, afirma Tankard Reist. Y una vez que se dan cuenta de lo que está ocurriendo, incluso a las mujeres con estudios les puede resultar difícil, si lo eligen, el ir contra las preferencias de los expertos médicos.

Con frecuencia la información dada a las mujeres es enfocada de modo parcial de forma que las anime al aborto. En muchos casos, los padres no son dirigidos a las organizaciones que les ayudarían a comprender mejor la naturaleza de las discapacidades en cuestión. Esto a su vez hace que les sea difícil saber cómo les iría a sus hijos y si hay disponibles apoyos.

Otras dificultades tienen que ver con afrontar al trauma y la ansiedad de los resultados de las pruebas que muestran posibles problemas. Tankard Reist cita algunos estudios que muestran que muchas mujeres, a las que se les dice que sus hijos sufren defectos, sufren un grave shock, estrés y pánico. Esta presión psicológica puede incluso afectar al bienestar de la madre, y el del niño no nacido.

Los peligros implican también riesgos físicos. Algunos observadores cuestionan, por ejemplo, el uso frecuente de máquinas de ultrasonidos sin una evaluación adecuada de sus consecuencias negativas. Y la amniocentesis, en la que se toma una muestra del fluido amniótico de la madre para analizarla, puede llevar a la pérdida del bebé en 1 de cada 125 embarazos, según un meta-análisis citado en el libro. Otro estudio demostraba que este procedimiento causaba la pérdida de cuatro bebés sanos por cada anormalidad detectada.

Algunas veces los tests simplemente son erróneos. Un estudio de 300 autopsias fetales encontró que la hipótesis prenatal de posibles problemas sólo se confirmó en el 39% de los casos.

Deshumanizar
La mentalidad eugenésica que subyace tras la práctica de abortar a los niños discapacitados en ocasiones incluso más descarada. Una encuesta a los obstetras de Inglaterra y Gales, por ejemplo, encontró que un tercio de ellos exigían a la mujer, incluso antes de someterse a las pruebas prenatales, que dieran su consentimiento para abortar si se descubriese que el niño tenía algún problema.

Tras esta práctica está la creencia de que permitir que nazcan estos niños les sería una carga para ellos mismos con unas vidas de segunda clase y trayendo miseria a este mundo. Esto ha hecho que surja una forma de nueva eugenesia enmascarada tras la apariencia de preocupación por la salud, advierte Tankard Reist. Las personas que siguen esta línea de razonamiento, añade, puede terminar dando su aprobación a la selección y eliminación de los niños menos que perfectos, a una suerte de infanticidio.

Tal mentalidad refleja el creciente deseo de perfección de nuestra sociedad. Otras manifestaciones de esta tendencia incluyen hacer dietas excesivas y el cada vez más extendido uso de la cirugía estética. Algunos prominentes genetistas y moralistas, incluyendo figuras como James Watson y Peter Singer, están abiertamente a favor de técnicas genéticas que diseñen a bebés más perfectos.

Incluso los costes sanitarios más altos pueden ejercer una ulterior presión a las madres para inducirlas a abortar a los discapacitados. Los padres que deciden no abortar a los niños imperfectos se les suele hacer sentir su irresponsabilidad por provocar una carga ulterior a la sociedad.

Tankard Reist cita al genetista australiano Grant Sutherland, que consideraba que prevenir el nacimiento de un niño con síndrome de Down ahorra a la comunidad un millón de dólares o más. Animó a los gobiernos a crear clínicas públicas para controlar a las mujeres embarazadas.

Esta presión económica se extiende a otras áreas, tales como las dificultades crecientes a que se enfrentan las personas con defectos genéticos para obtener seguros de vida, o la aprobación para adoptar niños.

Harrison está de maravilla
El 21 de mayo, un reportaje en el periódico Telegraph de Londres subrayaba la relevancia de los problemas planteados en «Un Nacimiento Desafiante». Lisa Green estaba embarazada de 35 semanas cuando se diagnosticó a su bebé síndrome de Down, y los médicos le ofrecieron abortar.

El médico, contaba Green, sólo expuso los aspectos negativos de dar a luz al niño. Ella rechazó el aviso, y dos semanas después dio a luz a un bebé, llamado Harrison, que ahora tiene dos años. Es, afirmaba el periódico, un niño «feliz y sano», según la madre.

En un editorial publicado el mismo día, el Telegr aph hacía referencia a la práctica de abortar bebés en etapas muy avanzadas del embarazo. «Es muy difícil», decía, «si no imposible, explicar cuál es la diferencia entre este final y el asesinato de un niño». Tales asesinatos continuarán, por lo menos mientras prevalezca la nueva mentalidad eugenésica.