CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 28 junio 2006 (ZENIT.org).- Para Benedicto XVI la fe, si es auténtica, no se expresa de manera abstracta, sino con obras concretas de amor.
Esta fue la conclusión a la que llegó este miércoles al reflexionar en la figura del apóstol Santiago el Menor, cuya biografía es poco conocida, pero que dejó a la cristiandad una carta que forma parte de los escritos del Nuevo Testamento.
En ese texto, aclaró el Papa al dirigirse a los 25.000 peregrinos que soportaron un sol de justicia y una humedad pegajosas en la plaza de San Pedro del Vaticano, «insiste mucho en la necesidad de no reducir la propia fe a una declaración verbal o abstracta, sino en expresarla concretamente con buenas obras».
Según Benedicto XVI, Santiago «nos invita a la constancia en las pruebas gozosamente aceptadas y a la oración confiada para obtener de Dios el don de la sabiduría, gracias a la cual llegamos a comprender que los verdaderos valores de la vida no están en las riquezas transitorias, sino en saber compartir las propias capacidades con los pobres y necesitados».
Lo que al obispo de Roma le gusta de la carta de Santiago es que «muestra un cristianismo muy concreto y práctico».
«La fe debe realizarse en la vida sobre todo en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres», aclaró.
«Este es el trasfondo con el que se debe leer también la famosa frase: «Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Santiago 2, 26)». Algunos, reconoció, han contrapuesto esta declaración con otra de san Pablo en la que dice que no somos justificados ante Dios en virtud de nuestras obras, sino gracias a nuestra fe (Cf. Gálatas 2).
«Sin embargo –aseguró el Papa–, las dos frases, que aparentemente son contradictorias, en realidad, si se interpretan bien, son complementarias. San Pablo se opone al orgullo del hombre, que piensa que no tiene necesidad del amor de Dios», pues la gracia «donada y no merecida».
Santiago, indicó, «habla, por el contrario, de las obras como fruto de la fe: «El árbol bueno da frutos buenos», dice el Señor. Y Santiago nos lo repite a nosotros».
Por último, dijo, «la carta de Santiago nos exhorta a ponernos en las manos de Dios en todo lo que hacemos, pronunciando siempre las palabras: «Si el Señor quiere» (Santiago 4, 15)».
«De este modo, nos enseña a no planificar nuestra vida de manera autónoma e interesada, sino a dejar espacio a la inescrutable voluntad de Dios, que conoce el auténtico bien para nosotros. De este modo, Santiago sigue siendo un maestro de vida para cada uno de nosotros», concluyó.