Señor presidente de la República,
señora canciller y señor ministro presidente,
señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado,
queridos compatriotas:
Con profunda emoción piso por primera vez después de mi elevación a la cátedra de Pedro tierra alemana bávara. Vuelvo a mi Patria, entre mi gente, con el programa de visitar algunos lugares que han tenido una importancia fundamental en mi vida. Le doy las gracias, señor presidente de la República, por la cordial bienvenida que me ha ofrecido. En sus palabras he percibido el eco fiel de los sentimientos de todo nuestro pueblo. Doy las gracias a la señora canciller, la doctora Angela Merkel, y al señor ministro presidente, el doctor Edmund Stoiber, por la gentileza con la que han querido honrar mi llegada a la tierra alemana y bávara. Mi saludo agradecido se extiende, además, a los miembros del Gobierno, a las personalidades eclesiásticas, civiles y militares aquí reunidas, así como a todos los que han querido estar presentes para acogerme en esta visita que para mí es tan importante.
En mi espíritu se agolpan en este momento muchos recuerdos de los años pasados en Munich y en Ratisbona: son recuerdos de personas y vicisitudes que han dejado en mí una huella profunda. Consciente de todo lo que he recibido, he venido aquí ante todo para expresar el profundo reconocimiento que experimento hacia todos los que han contribuido a formar mi personalidad en las décadas de mi vida. Pero estoy aquí también como sucesor del apóstol Pedro para reafirmar y confirmar los profundos lazos que existen entre la Sede de Roma y la Iglesia en nuestra Patria.
Son lazos que tienen una historia de siglos, alimentada por la firme adhesión a los valores de la fe cristiana, una adhesión de la que pueden enorgullecerse en particular las regiones bávaras. Lo testimonian monumentos famosos, majestuosas catedrales, estatuas y pinturas de gran valor artístico, obras literarias, iniciativas culturales y sobre todo muchas vicisitudes de personas y comunidades en las que se reflejan las convicciones cristianas de las generaciones que se han sucedido en esta tierra a la que yo tanto quiero. Las relaciones de Baviera con la Santa Sede, si bien han tenido momentos de tensión, siempre se han caracterizado por la respetuosa cordialidad. Además, en las horas decisivas de la historia, el pueblo bávaro siempre ha confirmado su profunda devoción a la cátedra de Pedro y el firme apego a la fe católica. La «Mariensäule» [la columna de María, ndr.], que se eleva en la plaza central de nuestra capital, Munich, es un testimonio elocuente.
El contexto social actual bajo muchos aspectos es diferente del pasado. Sin embargo, creo que todos estamos unidos por la esperanza de que las futuras generaciones permanezcan fieles al patrimonio espiritual que ha resistido a través de todas las crisis de la historia. Mi visita a la tierra que me vio nacer quiere ser también un aliento en este sentido: Baviera es una parte de Alemania, ha pertenecido a la historia de Alemania con sus altos y bajos, y tiene razones puede estar orgullosa de las tradiciones heredadas del pasado. Mi deseo es que todos mis compatriotas en Baviera y en toda Alemania participen activamente en la transmisión a los ciudadanos del mañana de los valores fundamentales de la fe cristiana, que sostiene a todos y no divide, sino que abre y acerca a las personas pertenecientes a pueblos, culturas y religiones diferentes. Con mucho gusto habría ampliado mi visita también a otras partes de Alemania hasta llegar a las diferentes Iglesias locales, en particular a aquéllas con las que me unen recuerdos personales. He recibido muchos signos de afecto de todas las partes y especialmente de las diócesis bávaras en este inicio de pontificado y en el transcurso de todos estos años. Esto me da fuerza día tras día. Por este motivo deseo aprovechar esta ocasión para expresaros a todos mi profunda gratitud. También he podido leer y seguir lo que se ha hecho en estas semanas y en estos meses: todos los que han contribuido con todas sus fuerzas para que sea una estupenda visita. Y ahora damos gracias al Señor que nos da también un bello cielo bávaro, pues esto no lo podíamos controlar. ¡Gracias! Que Dios os devuelva todo lo que se ha hecho –tendré oportunidades para volver ha decirlo en otras ocasiones– para garantizar un desarrollo sereno de esta visita y de estos días.
Además de saludaros a vosotros, queridos compatriotas, veo ante mí las etapas de mi camino, desde Marktl y Tittmoning hastra Aschau, Traunstein, Ratisbona, y Munich. Junto a vosotros quiero dirigir mi saludo con gran afecto a todos los habitantes de Baviera y de toda Alemania: no sólo pienso en los fieles católicos, a quienes se dirige en primer lugar mi visita, sino también a los que adhieren a otras iglesias y comunidades eclesiales, en particular, a los cristianos evangélicos y ortodoxos. Usted, querido señor presidente de la República, con sus palabras, ha interpretado los pensamientos de mi corazón: si bien quinientos años no se pueden eliminar simplemente con una disposición burocrática o con un discurso inteligente, nos comprometeremos con el corazón y con la razón a converger mutuamente.
Saludo, por último, a los seguidores de otras religiones y a todas las personas de buena voluntad que están preocupadas por la paz y la serenidad del país y del mundo. Que el Señor bendiga los esfuerzos de todos por la edificación de un futuro de auténtico bienestar y basado en esa justicia que crea la paz. Encomiendo estos deseos a la Virgen María, venerada en nuestra tierra con el título de «Patrona Bavariae». Lo hago con las clásicas palabras de Jakob Balde, escritas a los pies de la «Mariensäule»: «Rem regem regimen regionem religionem conserva Bavaris, Virgo Patrona, tuis!» – ¡Conserva a tus bávaros, Virgen patrona, los bienes, la autoridad política, la tierra, la religión!
A todos los presentes un cordial «Grüß Gott».
[Traducción del original alemán realizada por Zenit
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]